Los días del verano se sucedieron y se convirtieron en una semana, y luego en otra más. La vida se volvió idílica. Las canciones de amor insípidas parecían profundas. Las comedias románticas imposibles irradiaban realidad. Todo lo que me rodeaba adquiría una belleza propia de los gatitos de peluche y los arcoíris espectaculares. ¿Había sido siempre así y no me había dado cuenta? ¿Era el amor algo fulgurante? Para ser sincero, no estaba seguro de qué significaba fulgurante, pero si significaba bueno, bueno de verdad, entonces sí, el amor era fulgurante.
Sí, claro que yo sabía que esa aventura emocionante era temporal. No estaba enamorado en realidad. Mi carismático nuevo amigo (con beneficios) había colado una poción supersónica en mi bebida y yo me la había tragado sin considerar las consecuencias. Estaba bajo sus efectos, sublime, místicamente borracho y cabalgando en una ola de felicidad. Leves susurros de sentido común me advertían de que esa euforia ilógica y absurda se desvanecería, pero de momento yo quería disfrutarla. Como ese instante en que subes a la báscula después de una gripe estomacal y has adelgazado un par de kilos. No puedes evitar la alegría, aunque sabes que en cuanto comas cualquier cosa volverás a ganarlos. Aquello era parecido. Pero muchísimo mejor.
Aparte de jugar en el lago con los niños, ir de compras con melisa y Scott, comer cantidades indecentes de helado y disfrutar de revolcones en la cama con Derek, asistí a una conferencia sobre organización y volví a Bell Harbor lleno de ideas y entusiasmado. Estaba decidido a seguir adelante, y Jordán me había conseguido dos clientes más. Una tarde, mientras esperaba a que Derek viniera a buscarme para salir, daba vueltas por la galería y pensaba en cómo meter doscientos pares de zapatos en un armario.
—Por Dios, hombre, relájate. Desde aquí noto cómo se te aceleran los estrógenos —gruñó Scott.
— ¿Qué son estrógenos? —preguntó Iker desde el suelo, donde él y
Maya jugaban con cuentas y alambres de colores.
—Nada, cariño. —Le hice una mueca a Scott.
Melisa salió al porche con nosotros. Llevaba unas gafas de sol azules con montura metálica, vaqueros acampanados, un blusón de 1960 aproximadamente y una cinta naranja atada alrededor de la frente como un ninja.
—Bonito conjunto, mamá.
Ella meneó el trasero.
—Gracias, querido. Harry y yo vamos al festival de la Era de Acuario del parque de atracciones. ¿Cuándo viene Derek, Stiles? Tengo una consulta médica.
—Por favor no lo incordies más con los dilemas de salud de Anita Parker. Ella tiene que hablar con su propio médico.
—No es para Anita. Es para... para otra persona.
—Pues esa otra persona tiene que hablar con su propio médico, también.
Incliné el cuello, tratando de atisbar si el coche que oía era el de Derek. Sonó el teléfono de melisa, maya se levantó para contestar y esparció las cuentas por todas partes.
— ¿Diga? Oh, hola, abuela.
Sentí un escalofrío de fatalidad y me eché a temblar. ¿Era el retumbar del inframundo lo que oía?
Maya siguió parloteando.
—Estamos haciendo pulseras de cuentas. Eso, eso. Sí, está aquí, pero se va al cine con Derek.
« ¡No! ¡No! ¡Maya no le digas eso!». Estuve a punto de arrebatarle el teléfono de los deditos. Cuanta menos información tuviera mi madre, mejor.
Pero maya iba añadiendo clavos al ataúd.
—Sí, es un chico de la playa. Habla un poco raro, pero nos dio piruletas a Iker y a mí cuando la cabeza de la tía melisa sangraba.
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Mi Segunda Primera Vez ||Sterek UA||
Teen FictionStiles Stilinski, perfecto esposo, padre y, es un experto en poner orden. Pero cuando el caos invade su hasta entonces vida «perfecta», confía en que unas vacaciones de verano en la casa del lago de su tía, le ayudarán a reorganizarse. Stiles quiere...