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A primera hora de mañana llegue a la clínica donde trabajaba Loira, conociéndola, ella ya estaría allí discutiendo con alguien por no hacer bien su trabajo mientras tenía su segunda taza de café de la mañana.

Frene en seco una cuadra antes cuando vi dos autos frente a la clínica, dos patrullas de policía. Corrí hasta la entrada y entre a pesar de un grito de un policía a mis espaldas.

La fachada estaba intacta, pero por dentro el lugar estaba destrozado. Los sillones de la sala de espera rotos y movidos, los floreros hechos añicos al igual que todo lo demás.

–Señorita, no puede estar aquí. Debe salir de inmediato.

–Soy hermana de la doctora Arizmendi. ¿Dónde está?

El policía lo dudo por un segundo, pero al final me llevo hasta el consultorio de Loira donde estaba acompañada de otro policía mientras ella revisaba las cosas que estaban tiradas en el suelo. Su consultorio estaba igual que la sala de espera.

Cuando me vio, corrió hacia mí y me abrazo. No estaba llorando, tampoco lo iba a hacer, pero sabía perfectamente que le dolía esa situación. Loira vivía y se desvivía por esa clínica, si pudiera pasaría todo el día pasando consultas y ayudando a los animales.

–¿Me dejan un momento a solas con mi hermana?– dijo Loira de forma dura y que definitivamente no iba a aceptar un no por respuesta.

Los dos hombres asintieron y se fueron cerrando la puerta del consultorio, pero antes le recordaron que debía estar segura de que nada faltara en su consultorio.

–¿Estas bien?– le dije.

Lo único malo de ser gemelas idénticas era que no podíamos mentirnos la una a la otra, muchos de nuestros gestos eran similares y eso nos delataba entre nosotras. Fue por ello que me di cuenta que no estaba molesta, estaba asustada.

–¿Qué ocurre, Loira?

–Los policías dicen que solo fue un robo y vandalismo. Se llevaron unos sedantes y unos medicamentos. Entraron a todos los consultorios y no robaron nada, absolutamente nada. Todos están aliviados por ello, pero...a mí sí me robaron algo.

Por inercia mire a mí alrededor, hacia los vidrios rotos, los papeles regados, estantes y escritorio tirados.

–Se llevaron el collar del gato.

–¿El collar de Yoongi?

Loira asintió, pero al darse cuenta de lo que dije cambio de expresión y se cruzó de brazos.

–¿Le pusiste nombre?– apreté los labios y me encogí de hombros.– ¡Leire! Te dije que no te encariñaras. Aún no sabemos qué haremos con él y no quiero verte llorando si te toca entregarlo a otra persona.

–¿Entregarlo?

Asintió.

–Claro. Harold dice que si damos las fotos y el gato, sacaran una orden para revisar el lugar, eso es mucho. ¿No crees?– dijo intentando sonreír.– además con esto, creo que pudieron ser los del circo ¿Quién más se llevaría un collar tan horrendo y no algo que realmente tenga valor?

Me mordí el labio y mire mis pies. Imaginarme entregando a Yoongi, con forma de gato, a un completo desconocido me removió el estómago, no porque fuera egoísta, sino porque dudaba que él quisiera pasar de manos como si fuera un juguete después de lo que había pasado en el circo.

–No puedo entregar a Yoon... al gato, Loira.– ella me iba a reclamar, pero levante las manos, un gesto claro para que guardara silencio y me dejara explicarme.– esto, la situación del circo, es más grande de lo que pensamos, y creo saber cómo conseguir una prueba.

En la mira (Saga Paranormal #2)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora