Nada está bien

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—Puta verga, si traigo el culo lleno de arena.

Estados Unidos rio ante el comentario del mexicano, sacudiendo su ropa y molesto por el cinturón de seguridad. Finalmente se sentó y cruzó los brazos.

—Siento tener que arruinar nuestro momento, si pudiera me quedaría.—Murmuró ya quieto, susurró lo último pues cayó dormido. Alfred lo miró de reojo y contempló de nuevo su rostro, tan fino, lo que le molestaba al castaño. Vio su pequeño cuerpo estremecerse de frío y encogerse en el asiento, el rubio cerró las ventanas y encendió la calefacción.

—Empezó a hacer frío de la nada—Estados Unidos apretó el volante— no pensé que le tuvieses tanto miedo a tu jefe.

—¡No le tengo miedo a ese imbécil!—gritó con la cabeza entre las rodillas, sorprendiendo al otro— pero, ¿no te importaría quedarte conmigo?

—Siempre estaré contigo.

Así siempre había sido, en las buenas como en las malas, en sus mejores o peores momentos, incluso entre el odio y la sangre derramada. El auto llegó a su destino en pocas horas, ya que eran pocos los que transitaban. El mexicano estaba profundamente dormido y el estadounidense estaba por mandar todo a la mierda y quedarse dormido dentro del transporte, pero cumplía una obligación gracias a su amante. Cargó a la nación adormilada dentro de Los Pinos, recibido por los guardias sonrientes. Desafortunadamente, el jefe estaba detrás de la puerta esperándolos.

Good night, sir.— saludó Estados Unidos, recibiendo la mirada fulminante del hombre— llevaré a México a su habitación, con permiso.

Héctor lo detuvo, sorprendiendo al estadounidense.

—Es un asunto de extrema importancia, despiértalo.

—Señor, con todo respeto, casi es la una de la madrugada y México ha tenido un día muy agitado.—Defendió el rubio.

—¿Y? No es mi obligación cumplir con sus deberes.—Un soldado se acercó y entregó unas carpetas al hombre.

—Eso tampoco es su obligación.

—Entonces, cuando termine el trabajo; si es que no es tan inútil como para hacerlo, tendrá que buscar una manera de eliminar la pobreza antes del 2030, ese si es su trabajo. Y en cuanto a ti, ¿no deberías estar con tu jefe? Oí que enfermó y no puede hacer nada en esas condiciones.

Alfred chasqueó su lengua. Su orgullo no le permitiría dejarlo salirse con la suya, pero tenía razón. Dio unas palmaditas en la cabeza del mexicano y este despertó confundido, tensándose al ver a su jefe frente a él.

—A mi oficina. Ahora.

El hombre se retiró al instante, dejándolos con un susto incierto.

—Dijiste que te quedarías, pero no quiero causarte más problemas con él. Te veré luego.—El mexicano lo abrazó, mientras el otro conservó su expresión de enfado por las palabras del jefe.

—No te preocupes. Cuídate.

Un guardia acompañó al estadounidense a su auto, mientras el otro caminaba a paso lento y con el corazón en la boca hacia la oficina de Héctor, un aura pesada se expandía desde esta. La puerta estaba abierta y vio al hombre sentado frente a su escritorio, con las manos en su barbilla, mirándolo con repulsión. Se sintió acorralado, desprotegido. Pero, ¿por qué? Él era una nación próxima a convertirse en una gran potencia, ¿por qué tenía que molestarse con todas esas tareas y ese estúpido hombre ciego de poder? Tan solo mencionar su nombre lo ponía a temblar, si que era débil.

—La ONU me entregó esto—dijo extendiendo las carpetas hacia él—revísalo y escribe una respuesta antes del miércoles.

—Claro, Héctor. Hoy después del desayuno comenzaré a leerlos.

Silencio [UsaMex] |Hiatus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora