El dolor no existe

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—Bien, ¿a quién cojones voy a matar?—España desafió al estadounidense con la mirada, un aura amenazante emergió de él sacando su hacha despacio; alertó a los guardias de seguridad pero a ellos también les dio miedo.

La noche anterior todos se habían llevado tremendo susto al ver al mexicano lastimarse a sí mismo contra la cabecera de la cama.

\Last Night/

DARLING, STOP! ¡Te estás lastimando!—Estados Unidos intentaba sostener a la nación que forcejeaba, haciendo sangrar su cabeza sin importarle el dolor. En esos momentos no era consciente de la realidad en la que se encontraba—¡Qué alguien lo detenga!

El rubio no sabía qué hacer, todo se había salido de control. Entonces los enfermeros sujetaron con fuerza al mexicano, tapando su boca con un pañuelo; pues lanzaba mordidas, y suministraron en su suero un tranquilizante. Vio cómo los ojos de su amor se cerraban lentamente mientras desprendían lágrimas y susurraba antes de caer dormido.

—Ya no quiero seguir así...

El doctor suspiró y empezó a curar las heridas de la nación, vendando su cabeza con cuidado mientras Alfred limpiaba sus lágrimas. Se le ocurrió notificar a España y a Itzel, la hermana sureña y castrosa, de la situación del mexicano. Al principio no deseaba hacerlo para no alterarlos y que no corrieran el rumor por accidente, pero necesitaban saberlo, ellos podrían ayudar a que mejorara. Después de todo eran su familia.

Así fue como llegaron a ese punto donde el español quería matar a todos los que se le acercaran a su Nueva España.

Pinches vergüenzas contigo.—Soltó la sureña, viendo a España comprender y tranquilizarse, por el momento.

—Como ya les he explicado—comenzó el doctor, aliviado de que el antiguo imperio no enloqueciera— tenemos que guardar silencio ante este problema, no deben arriesgarse a que lo descubra o entonces aumentará el riesgo de...—tragó en seco, no quería ni imaginar el resultado— en fin, espero que puedan animarlo cuando despierte.

—Yo ya lo intenté, pero parece que nada le saca una sonrisa—dijo triste el estadounidense— Antonio, creo que tú lo conoces mejor, ¿qué opinas?

Itzel iba a replicar, pues ya se esperaba la respuesta del ibérico, quien sonrió maliciosamente como cazador ante su presa.

—Ohh, ya veréis. Pronto lo veréis.

Alfred se arrepintió de haber preguntado. Mientras tanto, México abría sus ojos cansados observando a los adultos y la intensidad del aura española. Cuando España se dio cuenta, abrazó a su "hijo" con la ternura de una madre abrazando a su bebé, pero tan pronto se descuidó Itzel le dio un golpe en la cabeza a su hermano.

—Pendejo, tú siempre asustándonos.—Sonrió y se unió al cálido abrazo familiar, Alfred sonrió al ver la escena y se acercó para unírseles, pero los dos lo miraron con furia.

—Tú ni te acerques.—Dijeron al unísono.

Al parecer, México no recordaba ni por qué estaba en el hospital; lo que resultó satisfactorio para todos. Antonio decidió que se quedaran un tiempo en su casa, a regañadientes aceptó a la excolonia británica porque miró el brillo en los ojos del mexicano al estar con él, no podía negarle esa felicidad por su orgullo.

—Excelente, ahora que estáis aquí reunidos tengo preparada una buena tarde en familia—tosió—y Alfred. Hace mucho que no convivía con vosotros, así que vamos a jugar algo muy especial...

Silencio [UsaMex] |Hiatus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora