Lo que un día perdí

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—Ingenuo. Estarás destruído antes de poder tocarme un pelo.

No le habían dolido aquellas palabras. Se levantó con su propia fuerza y lo encaró, mientras Héctor sólo veía su frágil cuerpo tambalearse y sostenerse de la pared.

—Habla con China y Arabia Saudita.—Fue lo único que dijo antes de finalmente retirarse.

Su rostro mostraba confusión y dolor en segundo plano. Miró a los presentes detrás de él y sonrió un poco para no seguir preocupándolos como lo hacía siempre. El doctor intentó atenderlo, pero ignoró a todo el mundo y se encerró en la habitación donde dormía. Tomó su celular; eran las cuatro de la mañana aproximadamente, y envió mensajes a las dos naciones mencionadas por su jefe, citándolos en la CDMX ese mismo día. Como se ha mencionado, llegarían en menos de cinco horas gracias a las innovaciones en transportes. Dejó el aparato en la mesa de noche y como si ya estuviese acostumbrado al olor metálico y la sensación de la sangre pegada en su piel volvió a acostarse, tapando todo rastro de debilidad bajo las frías sábanas.

Mexico, open the door, please.—Se le había olvidado que puso el seguro, pero ya estaba tan cómodo que le valió verga y siguió durmiendo como un cachorrito en el lecho de su madre. Escuchó un suspiro del estadounidense, pensó que se había rendido cuando la puerta salió volando. EUA destruyó la puta puerta con una patada.

—¡Alfred, si no es tu casa no hagas pendejadas que tendrás que pagar luego tú!—Le gritó angustiado el mexicano.

But si esta es "tu casa", ¡también es la mía!—Respondió con falsa inocencia, escuchando los insultos del español mientras controlaba sus impulsos gracias a Itzel.

—Lo que aprendimos la otra vez—inhaló la mexicana y exhaló, veía a su padre repetir sus pasos y serenarse—chaa, chaa, chaaa...

México volvió a acomodarse entre las sábanas, ignorando de nuevo a todo el mundo. Sintió los brazos del rubio por detrás y unos suaves besitos en su cuello, rio ante la escena amorosa, se encontraba de mejor humor ahora. El murica se acostó con él; España no frustraría sus planes, entrelazaron sus piernas y escuchó los pequeños ronquidos del castaño, profundamente dormido. Dejó sus lentes en la mesita.

Reflexionaba en ese momento todo lo que había pasado por una amarga razón que conocía. En su lista de prioridades se encontraba primero una manera de hacer sufrir al jefe de México por todo lo que había hecho durante su mandato. La larga lista negra, pero él no necesitaba mancharse las manos con sangre impura, para eso estaban las organizaciones como FBI y su armada dispuestos a hacer el trabajo sucio. Esta vez sería diferente. Quería tener la sangre de aquel insecto en sus manos, arrancar sus tripas y romper sus huesos solo con sus puños, tomar sus ojos para convertirlos en lindos llaveros y sus dientes para hacer un bonito collar. Sobretodo quería una cosa más, ver la satisfacción en el rostro de su mexicano cuando lo tuviera entre sus garras y pidiera perdón, como si alguien fuese a aceptarlo.

—No te preocupes, my dear—susurró a su oído, mordiendo sus labios— matar a un ser humano es muy fácil.

•••
9:00 AM
•••

Alfred despertó visualizando las cortinas cerradas. Talló sus ojos y se colocó los lentes de nuevo, cuando se dio cuenta que el mexicano ya no se encontraba. Sabía que se levantaba a las siete de la mañana a desayunar y volvía a dormirse hasta las nueve; aunque su rutina había cambiado desde que Héctor lo mantenía ocupado toda la noche y la nación tricolor dormía toda la tarde como resultado.

Se levantó y se dirigió al comedor, saludando a los empleados del español con una sonrisa y un buenos días, sin embargo, no había rastro de él.

Silencio [UsaMex] |Hiatus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora