Daño autoinfligido

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Oh, mierda. Aquí vamos de nuevo...

Eso es lo que el mexicano habría dicho si pudiese. Diferente hospital pero misma sensación satisfactoria y desinfectante en el aire. Estaba recostado boca abajo en una camilla especial, habían realizado diversas pruebas y llamado al doctor de México para concluir la investigación de lo acontecido, pero ningún rastro de información.

Solo tres personas sabían lo que sucedía en realidad.

Estados Unidos llegó como una bala a la sala del hospital, alzando su cabeza y buscando a su amado. El doctor López apareció, alegrando un poco el corazón del rubio.

—Esto queda entre nosotros—comenzó, mientras arrastraba al más alto a la habitación donde reposaba el país— la situación va de mal en peor. Nunca había visto un caso parecido ni en todos los registros de México, y a lo que me he leído nunca se ha fracturado la columna de repente.

But, he's okay. Right?—preguntó nervioso el estadounidense, mirando el cuerpo frágil y arropado frente a sus ojos— ¿está bien, verdad?

El doctor subió y bajó sus hombros para contestarle. Estados Unidos se acercó al mexicano profundamente dormido, contemplando su piel tan suave a la vista pero repleta de cicatrices y marcas que lo hacían perfecto, o así lo describía el rubio.

—Eres perfecto tal y como eres, porque esas imperfecciones te hacen tú mismo, te otorgan identidad. Porque amo cómo tú amas cada parte de tu ser, conservas el dolor como un regalo.—Murmuró cerca de él, tocando su espalda con suavidad y viendo cómo el castaño se tensaba con el contacto aunque estuviese dormido.

Cerró con fuerza sus puños. Tenía tantas ganas de estrellarlos en los testículos de ese maldito jefe corrupto y falso. Un demonio en la Tierra. Aunque, Estados Unidos no podía quejarse, él también era un demonio. Mientras tanto, el mexicano estaba inmerso en la oscuridad de sus pensamientos, ese mundo en la profundidad de la mente que no quiere que despiertes, recordando todo el dolor.

Recuerda el dolor.

13 de Junio del 2025

Habían pasado muchos meses después de las elecciones pasadas. Se le había entregado un país adolorido y sin esperanza a un joven decidido a cambiar los paradigmas de México, la única luz de la nación.

Ernesto Ramírez resultó el elegido para tan complicada misión de restaurar a su bello país, pero no podía hacerlo sólo, necesitaba que la gente confíase más en él y se animaran a producir el cambio ellos mismos desde su comunidad. Todo comenzó cuando el primer día dio su discurso nacional.

—No quiero que me vean como un presidente más, solo quiero ser el líder de un movimiento—comenzó, arrebatando suspiros de la multitud— porque confío en que ustedes son el verdadero futuro de México y debemos mantenernos unidos en el cambio, ¡tenemos que transformar nuestras vidas!

La nación observaba desde un rincón con el corazón palpitando emocionado. Nunca había visto a un presidente como él, tan generoso, tolerante, humilde, y que solo le importase el pueblo. Ya lo pondría a prueba esa misma noche en la cena.

—Entonces, Neto—lo nombró con ese apodo cariñoso que le había puesto— ¿por qué te empeñas tanto en reconstruir algo que ya está demolido desde hace siglos?

Silencio [UsaMex] |Hiatus|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora