VII. Luna de Sangre

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¿Cómo hubiera sido la vida si las cartas Clow nunca hubiera dejado a su dueño original?  ¿Cómo sería todo si el sujeto más poderoso del mundo mágico encontrará desde joven la capacidad de sellar esos poderes de adivinación que tanto le fastidiaban? ¿Sería feliz al saber que no sabría de antemano lo que pasaba con su vida?

Hay muchos mundos paralelos a un mismo evento y esta es la historia de aquel ángel de la luna cuyo destino nunca fue servir a una niña de ojos esmeralda, sino a una joven de ojos como llamas.

Rishi Reed Li había sido sietemesina, albina, frágil por naturaleza y con una tendencia a enfermarse constantemente. Nunca fue declarado abiertamente por el señor y la señora Reed, pero aquella niña era la deshonra de la familia. Sus poderes se asemejaban más a los de la línea materna. Grandes poderes de la luna que quedaban eclipsados por los del maravilloso y prometedor Clow, su hermano diez años mayor. A la corta edad de 25 años, Clow había logrado crear el majestuoso libro de las cartas Clow  y además había sellado sus poderes de ver los eventos futuros.  Adorado por muchos y temido por otros, Clow gozaba de los placeres de la vida sin ningún miramiento. Más sin embargo, nunca olvidaba a su hermana pequeña y ese fue el motivo real de la creación  de Yue, el guardián de la Luna.

Yue, retraído por naturaleza, fue creado con un solo pensamiento en mente. Proteger a la menor de los Reed. Su largo cabello blanco y pálida piel eran semejantes a los de la joven más sus ojos azules contrastaban a la perfección con la vibrante mirada de la hechicera.

Clow le presentó  al guardián de la Luna con la mayor familiaridad, es más, el guardián sólo se limitaba a responder con monosílabos o evitar el contacto visual.

La primera vez que Rishi y Yue se quedaron a solas, un silencio incómodo reinó en la habitación por varios minutos.

-Pues yo… espero que nos logremos hacer buenos  amigos- murmuró la joven mientras trataba de controlar el suave temblor en su voz a causa de los nervios.

El guardián sólo se limitó a mirarla de reojo para después  ver hacia la ventana.

Las semanas pasaban y la interacción entre ambos no mejoraba. Yue solía visitar a la joven durante las mañanas y  tardes. En la noche, solía  quedarse en el balcón de la habitación donde pasaba las noches en vela contemplando la luna y las estrellas.

La de ojos como llamas experimentaba un laberinto de emociones. El imponente guardián era hermoso. Su largo cabello blanco, su mirada penetrante y su rostro siempre serio pero nostálgico la atraían de una manera que jamás había experimentado. Al inicio le atribuyó  esas emociones a que su fuente de poder era la misma del guardián, pero día con día el anhelo de estar más cerca de él,  hablarle e incluso atreverse a tocarle incrementaban con una impresionante rapidez.

Decidida a salir de esa círculo de silencio donde se había colocado desde el primer día, la joven se levantó lentamente de su  cama y empezó a acercarse a donde el ángel se encontraba. Afortunadamente  se percató de lo inapropiado de su vestimenta a tiempo. Se colocó una bata blanca que cubría el camisón rosado pastel que estaba usando y se acercó con paso decidido al guardián.

Yue volteo inmediatamente a verla. La presencia de la chica le resultaba embriagante. Desde el primer día que la vió,  comprendió a la perfección los deseos de su creador. Esa joven dama, poderosa pero frágil como una flor en el invierno, debía ser protegida de los males del mundo. Él, guardián de la luna, se encargaría de proteger y preservar esa sonrisa que vió por primera vez cuando ella se presentó. 

-Señorita Reed-

-Yue por favor… te he pedido que dejemos la formalidad. Puedes llamarme por mi nombre-

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