XV: De la pérdida del anillo y el doble exilio

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Dedicado a: Pepsipez

Eran cuarenta días a pie lo que separaba a Minas Anor* de las bondades de Imladris, Rivendel en lengua común. La majestuosidad del río Anduin los acompañaba en su travesía mientras la última compañía, de unos doscientos hombres, escoltaba a Isildur, hijo de Elendil y Alto Rey de Arnor y Gondor; de regreso al norte. Rey de los Dúnedain y portador del anillo único.

Grandes habían sido las hazañas de hace dos años, aquellos eventos que pusieron final a la segunda edad. Donde la última alianza entre hombres y elfos había puesto fin a la era de oscuridad de los hombres y arrancado el poder a Sauron, el señor oscuro. Más el corazón de los hombres es traicionero, incluso entre los hijos de Elendil, el justo.

El anillo único había sobrevivido. Isildur desistió de su destrucción al tenerlo en sus manos. Una conmemoración por la muerte de su padre y su hermano a manos del señor oscuro. Muy a pesar de los consejos de Elrond y Cirdan, elfos que habían peleado a su lado, quienes clamaban por la destrucción de la joya.

Veinticuatro días llevaba la compañía desde que habían visto por última vez el reino de Gondor. La lluvia de las ultimas cuatro lunas los había llevado a bordear el cause crecido del Anduin acercándolos a las orillas del Bosque Negro, en los llamados Campos Gladios. Con Isildur viajaban sus tres hijos mayores, Elendur, Aratan y Ciryon; del cual el primero y próximo heredero al trono se cantaba poseía la misma sabiduría e inteligencia que Elendil.

-Xiaolang -habló el heredero de Isildur al escudero que caminaba a su lado.

-Mi señor -contestó el hombre de ojos ámbar. Su cabello castaño desordenado rozaba sus hombros, su mirada cansada tenía impregnada la memoria del largo asedio de Barad-dûr.

-Apresura el paso hacia el oeste y revisa el cauce del río. Quisiera cruzarlo antes de que el velo de la noche nos cubra.

La encomienda de Elendur fue recibida por el joven escudero quien notó la preocupación en los ojos de su señor. Abandonó rápidamente el camino en busca del río y lo encontró menos crecido, pero sus aguas aún revueltas seguían siendo una amenaza para cualquiera que se atreviera a cruzarlo. Aprovechó para abastecerse con el líquido, pues apenas lograran hacerse camino al lado oeste, el pesado viaje por las montañas nubladas los esperaba.

Dando los primeros pasos para volver al lado de su señor, el estruendo del metal y los irritantes gritos de seres inferiores llenaron los campos por completo y las nubes del atardecer se tornaron rojas.

-¡Orcos!

El enemigo que creían vencido había aparecido de nuevo. Nunca sabrían si había sido capricho del anillo único que aquella contienda se llevara a cabo. Xiaolang corrió de vuelta a la compañía lo más rápido que su armadura le permitía. La hueste enemiga salía de las profundidades del bosque negro impulsados por alguna energia maligna invisible para los demas. Isildur había creado un bloque defensivo que a pesar de estar claramente superados por los agresores en 10 a 1, lograba hacer retroceder a los orcos hacia el bosque.

-¡Mi señor! -Xiaolang finalmente había alcanzado a Elendur y este lo miró con preocupación-. No es posible cruzar aún, mi señor.

Y entonces Elendur lo entendió. Estaban atrapados con una gran carga. Aquello no podía caer en manos de los orcos. Isildur instruyó movilizarse a tierras más bajas. El ímpetu del enemigo había caído y con suerte las bajas en sus números le harían entender que los Dúnedain no se doblegarían. Pero el anillo le daba poder a los aliados de su amo y el odio profundo era combustible para sus ansias de venganza.

Una milla habían avanzado del primer ataque cuando los orcos embistieron de nuevo. Bajaban por las montañas del bosque como diablos con sed de sangre. Xiaolang protegía a su señor pero comenzaba a entender que la contienda no resultaría en su favor, mientras las vidas de sus hermanos en batalla perecían a su lado y un agudo dolor oprimía su pecho. El velo de la noche los cobijaba ahora y no habían suficientes arcos de plata que pudieran protegerlos del enemigo en el sigilo de la oscuridad. El castaño vio como su señor corrió hacia su padre con urgencia más desconocía las verdades que padre e hijo compartieron. Grande fue su sorpresa cuando vio a su Rey dar una última mirada a su heredero, la tristeza de sus ojos desbordaba en pena; un anillo dorado que resplandecía en esa oscura noche en sus manos y luego... nada. Isildur simplemente había desaparecido de aquellos campos.

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