Los días sin Sabela. Diciembre del 2018 a Enero del 2019 (1)

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Narra Júlia

No recuerdo con detalle todo lo ocurrido en la academia. Recuerdo como salimos de los servicios, temiendo que Víctor y Manuel recuperasen la conciencia. Entramos en la salita. La mayoría estaba alborotada. Chillidos y llanto. Mucho llanto. Había varios policías que estaban deteniendo a dos de los asaltantes. Mayoría velaba un cuerpo de una chica rubia. Sólo me importaba reencontrarme con Sabela. Seguramente, estaría intentando ayudar a anestesiar los nervios. No la veía y me desesperaba. El grito desgarrador de Sofía termino con mis esperanzas. Estaba inerte al frio suelo. Sola. Olvidada. Abandonada.

Logre llegar a su lado. Puede con la ayuda de mi hija. Sólo veía el cuerpo sin vida de mi mujer. Las piernas me temblaban. Me arrodille en la altura de su torso. No me atrevía a acariciarle su rostro pálido. Lentamente, vencí mis miedos y se lo toque. Estaba un poco frio. Me repetía que sólo estaba dormida. Le ocurría como en su accidente de Segovia. Volvería a mí. Nuestro amor le daría alas para burlar otra vez la muerte. Le explore el cuerpo y de inmediato me fije que respiraba. Me agache más y acerque mi rostro al suyo.

- Amoriño estoy a tu lado, vamos despierta. Te amo. No me dejes. Va estar todo bien.- Le sonrió. No se inmuta. ¿Me habrá escuchado? Roso mi nariz con la suya. Venzo mis temores y la beso. No me devuelve la caricia. Sí emite un apagado gemido, o al menos me lo parece. Me separo rápido, buscando su mirada. Sus ojos seguían cerrados. Su rostro era una inexpresiva máscara. La zarandearía para que regresara junto a mí.

Mi ahijada sigue rota. Y por fin, se le acerca. Tiene los ojos empañados de lágrimas. Se sienta al suelo y apoya su cabeza en su barriga. Su respiración rítmica la calma un poco. Jésica, algo cortada, se pone de cuclillas y le acaricia el pelo.

- Mama, no me dejes. Perdóname por todo lo que te he dicho.- Le murmuro. Se pego fuerte a su cuerpo, no aceptando su estado. Deseaba, como yo, que se desvelara y nos sonriera.

Me sigo preguntando si nos escucha en su estado de inconsciencia. Lo ignoro. No desistimos en recordarle que la queremos, en acariciarla y estimularla con nuestras voces. Con los días comprobaría que mi presencia y mis canciones le provocaban cambios en sus latidos cardíacos y presión. Para mí eran pequeñas señales de vida.

Acudieron varias unidades de sanitarios. Nos apartamos para que le pusieran la vida endovenosa, le tomaron las constantes vitales, le colocaron un collarín y administraron la medicación correspondiente. El padre de Marcos les informó como había sido la caída, con la ayuda de mi hija y sobre el tiempo transcurrido. Quizás ya hacía casi dos horas. El médico y la enfermera se miraron, no ocultándonos su preocupación. Pintaba mal.

La traspasaron en bloque hasta la camilla. La tensión bajo un poco. Temiendo que se complicara y su fragilidad prefirieron activar la ambulancia más especializada. La hija de Sabela se puso histérica. Se le tuvo de atender e inyectarle un ansiolítico. Comprendí que debía de ser fuerte y ser su puntal en ausencia de su padre.

- Cariño, es una mujer muy fuerte. Ya verás que sobrevira.- Le susurre abrazándola con todo mi alma. No me rechazo.

Tardaron un poco en derivarla a la ambulancia, porque se desestabilizo y tuvo un paro cardíaco. Por suerte la pudieron reanimar. Me sentía impotente, sin poder acercarme para cogerle la mano. Era atendida por cuatro profesionales sanitarios. Hablaban flojo entre ellos, como si nos los pudiéramos escuchar o entender lo que murmuraban. Ocasionaban el efecto contrario. Las tres nos miramos con pánico, no estábamos preparadas para recibir una fatídica noticia. Muriéndome de los nervios, les interrumpí para exigir información de su estado. A veces, daba la sensación que los trataban con muñecos despojados de familiares.

- ¿Por qué no se la llevan al hospital?- Les exigí. Una doctora joven y con pose algo chulesca se me encaro.

- Intentamos controlar sus signos vitales. Si responde a la medicación lo haremos. Marchar así pondríamos más en riesgo su vida.- Vomito de forma robótica. Volvió a concentrarse en su paciente, en mi mujer. Para ellos, quizás un caso más.- ¡Por favor, déjenos trabajar!- Me imploro. Enmudecí con emociones contrapuestas. Alucinaba con la poca sensibilidad de algunos, ni se había dignado a mirarme a los ojos. Por no interferir más en su serio trabajo, que era de alta responsabilidad realmente, me refugie en el calor de mi hija.

LA TERNURA QUE ME INSPIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora