Sofía y Jésica. Diciembre, 2018 (2)

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Narra Jésica

Me hundí nada más leer la carta de mi madre. Arrugue las hojas y las lance con desprecio dentro del armario. Corrí hacia los servicios y me encerré en un sanitario. Necesitaba llorar y reflexionar. Hay momentos que lo cambian todo, y aquel era uno de ellos. Aquella coalición con la realidad era inevitable. ¿Por qué en aquellos instantes, cuando mi relación con Sofía era tan tierna? ¿Sobreviremos a aquella inclemencia exterior? No era culpa de las dos la historia de nuestras madres ni el desenlace de sus padres.

Me sentía muy impotente y asfixiada por la situación. Extraña composición. ¿Por qué era tan injusto? Me negaba a perderla. Lucharía contra el mundo para protegerla y evitarle cualquier sufrimiento. ¿Cómo lograrlo? ¿Asilenciar el crudo destino de su progenitor? ¿Censurar toda aquella información? Quisiera una Diosa, para ver el futuro y poder modificarlo. ¿Sería capaz de mentirle por unos días? ¿No merecía centrarse en la recta final del concurso y poder tener una carrera musical? ¿Y quién era yo para labrarle su camino?

Si no hacía lo correcto, la perdería igualmente. Era un sendero sin salida alternativa. Me mimetice en mi madre, toda una vida atrapada en una historia de amor imposible. Aceptando estoicamente su destino deplorable y lleno de sacrificios. Era mi modelo a seguir. Me prometí aprender de sus errores. Lo irónico era que había terminado enamorada profundamente de una compañera de OT y habían cambiado mis objetivos. Llegar a la final ya no era mi prioridad. Intuía que Sofía se querrá ir tras leer la carta de Sabela, podría ser un alivio para mí. Pues percibía que el público la adoraba más que yo. Era tan riquiña que lo comprendía. No la envidiaba. Más bien me llenaba de orgullo. Solo yo probaba sus encantos femeninos. Y sí determinaba abandonar su concurso la seguiría sin dudar.

Mi gran lema era si ser honesta o egoísta. Ya nada sería igual, con independencia de mis actos. La situación tan idílica ya se había terminado. No hay espacio para las fantasías o los autoengaños. Nunca más volveríamos a ser Sofí y Jes sin pasado, sin nuestro anterior bagaje. Su imagen de mi probablemente se contaminaría por el sentimiento de la rabia, representaría la hija de la mujer que rompió la feliz diada de sus padres perfectos. Postura irracional comprensible. Debería de ser fuerte y persistir ante la tormenta que se avecinaba. La única certeza era que la amaba de corazón. Nada que hiciera y dijera modificarían mis sentimientos.

Regrese a los vestuarios, recogí la carta y la oculte mejor en la taquilla. Seguía sin haber dictaminado ninguna estrategia de actuación. Era hora de ir a cenar. Sofía llego junto a Marisa, habían estado en los boxes ensayado su canción. La vi feliz y entusiasmada con el tema. Me susurro que me amaba. Las últimas dudas sobre la veracidad de sus sentimientos se diluyeron. Mi única inquietud era si pasarle la carta de su madre o no. Debía de meditarlo bien, en especial para calcular el momento más propicio para comunicárselo. Me sentía culpable por haber olvidado de la carta. ¿Y si su padre había empeorado y fuera imposible sanarse? ¿Me perdonaría mi amor mi silencio?

Después de la cena pidió vernos en privado, preocupada por mi raro comportamiento. Me desmorone entre sus brazos, sintiéndome impotente. Estuve a un paso de decírselo. No me atreví. Una voz interior me aconsejo antes hablarlo con la profesora Gina Lauren, necesitaba saber cómo estaba Chus e informarla mejor.

- Cariño, sólo te suplico un poco de paciencia. Lunes te cuento sobre la carta.- Le solicite a Sofía, rompiendo el abrazó. Con movimientos dulces me seco mis últimas lágrimas. Su rostro teñido de tristeza se le ilumino. Me propuse mostrarle todo mi amor durante aquel fin de semana. Los actos finales deberían de ser más fuertes que las palabras. Las emociones la cegarían y sufriría hipoacusia irracional. Sólo días después resonaría la verdad de mi corazón en su interior.

- Me duele verte triste, estaré dispuesta a escucharte cuando estés preparada para abrirte.- Me recalcó con suavidad. Me senté en el banquillo y la invité a sentarse en mis rodillas. Nos besamos hasta que entro Nadine y nos sonrió cómplice. Estuvimos un rato tratándola de animar. Siempre suele quedar la razonable duda de haber tomado la mejor decisión.

LA TERNURA QUE ME INSPIRASDonde viven las historias. Descúbrelo ahora