Un regalo para la memoria

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Sus ojos se abrieron dolorosamente a causa de un latente sentir que venía desde distintas partes de su cabeza y que amenazaban con intensificar.

Largos segundos fueron necesarios para que su cuerpo lánguido fuera notado por su mente ausente. Un lugar oscuro, con un olor agradable como a madera rodeada de bergamota. El calor apremiante que la tenía aferrada. Se retorció y al instante un quejido salió de sus labios al sentir el dolor martillante en su cabeza explotar y como si necesitara de consuelo un brazo la afianzó aún mas, pegando de manera lasciva a una protuberancia que empezaba a saber bien de lo que se trataba.

Se había entregado a un extraño de manera casi total, le había dado su virginidad y ni siquiera era consciente de que lo que recordaba como un sueño fuera parte de la realidad. Para colmo de sus males, quien fuera el tipo atrás de ella, que la abrazaba como si de una almohada se tratara, estaba entusiasmado, amasandola, recorriendo con sus manos lo que seguramente ya había tocado la noche anterior e incitándola con un aliento cálido en su cuello.

- Detente por favor.

Su boca le supo amarga, asquerosa a causa del alcohol. Se sintió apenada.

Era obvio que a él el hecho de que estuvieran despertando le importaba muy poco mientras besaba un hombro blanco y se atrevía a dejar una que otra marca.

El alcohol aún estaba en su cuerpo, dándole valor. Era consciente sí, pero no se oponía. El color subió a sus mejillas cuando una mano fuerte le agarró la pierna para levantarla y dejar expuesto bajo las sábanas su sexo húmedo y caliente. El miembro masculino fue guiado una vez más a sus entrañas y ella no hizo nada por detenerlo. Las embestidas fueron fuertes, profundas, ese hombre terminó encima de ella obligándola a pegar la cara al colchón y luchando por respirar.

Y llegó, como el calor abrumador en verano, incómodo, delicioso, sofocante. El aire le faltó, o tal vez olvidó respirar, sus ojos se empañaron, todos sus músculos se contrayeron por largos segundos. Hasta que la felicidad llegó de golpe, no tan efímera como lo recordaba, en repeticiones, haciéndola convulsionar y gemir un grito ahogado. Una sensación desconocida que creyó haber sentido la noche anterior, pero multiplicada varias veces, se estaba muriendo, una muerte exquisita, fantástica. No podía explicarlo, pero creyó morir y desearlo.

Orgasmo: la sensación más maravillosa que se puede experimentar. Tan intensa que contrae cada músculos del cuerpo para después relajarlos. Pero tan corta que queda el deseo de más. De sentirlo una y otra vez.

Después de la mejor experiencia de su vida, la joven quedó aún más devastada. Su cara pareció hundirse aún más en el colchón. Su acompañante se puso de pie y ella estaba tan extasiada que poco le importó lo que hacía. Escuchó sonidos extraños, y tardó el procesar que él se estaba limpiando.

Dos, tres, o cuatro, muchos grados. Se quemaba. Su piel se sentía arder, sobre todo esa que cubría sus mejillas.

Un cuerpo grande, fuerte, musculoso. Unos glúteo estrechos y firmes. Unas piernas torneadas y largas. Brazos gruesos. Cintura estrecha y espalda ancha. Pelo largo, lacio, y despeinado. La perfecta creación de la naturaleza en todo su esplendor. Un hombre magnífico y sin rastro de complejo se cruzó ante su visión como Dios lo había traído al mundo.

"De mínimo no es un adefesio" se dijo, pero eso no disminuyó el bochorno de verlo desnudo.

El largo brazo se estiró y recorrió con premura la cortina, dejando que de golpe los rayos del sol iluminaran cada rincón de ese lugar.

Se apresuró a cubrir su cuerpo con las sábanas.

La luz y el brusco movimiento le recordaron la noche anterior con un fuerte dolor.

"Dios bendito"

Durante años soñó con la letra U como inicial inmediata después de su nombre. Sueños alimentados durante años. Y ella no se engañaba, no se atrevería ni a soñar con un matrimonio como final de esa imprudente noche. Pero de algo estaba segura... Ese apellido no era el soñado.

Tuvo que bajar la mirada al verlo girar hacia ella y su rapidez no fue suficiente. Alcanzó a ver una verga semierecta, gruesa y larga.

¿Que había hecho?

- Hyuga - escuchó que la nombraba, pero estaba tan conmsionada que no pudo hacer nada más que quedarse inmóvil - creo que es momento de que te vayas.

De reojo, sin levantar la mirada, buscó su ropa y en proceso volvió a verlo pero ahora notoriamente más pequeño. Ya no parecía tan imponente, pero un pene es un pene y volvió a enrrojecer.

Disimuladamente vio como se ponía unos pantalones de chándal negro y salia del cuarto.

Haciendo acopio del poco valor que le quedaba se atrevió a preguntar por su ropa.

- Oh sí - dijo medio aburrido - creo que quedó en la sala, ya te la traigo.

Miró las prendar en el piso y sonrió. Dios bendijera a las mujeres.  

Hinata era perfecta. Él pensó que estaba rellenita, y en cambio se encontró con unos senos suculentos, grandotes. Tomó la ropa que estaba en el suelo y por mero gusto ignoro la prenda que se había metido debajo del sillón.

Segundos después su ropa le fue aventada a Hinata. No encontró sus pantis, pero prefirió dejarlas a pasar la vergüenza de verlo otra vez. No se atrevió a salir por donde había entrado, en cambio cruzo la venta con el cuidado de no ser vista.

"Dios, Dios, Dios, Dios, Dios..."

Se había entregado a Sasuke Uchiha... Sasuke Uchiha. Le había dado su virginidad y ni siquiera lo recordaba. Su padre la mataría si se enteraba. La sellarían en el acto y ni siquiera le darían el derecho a luchar por el liderazgo.

"Realmente soy un fracaso"

El sublime cambio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora