Un trato

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Lo siento en serio. No me da mucho tiempo de corregir.
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El chasquido de una lata al abrir resonó en el departamento silencio. El sake era bueno, pero él ya estaba cansado de lo mismo y decidió que esa noche ameritaba tomar cerveza. Se lo merecía. Eso y todo lo que él mismo se pudiera dar.

Se sentía furioso con dos persona: él mismo y la estúpida Hyuga que se había atrevido a dejarlo plantado... Bueno no, solo con él mismo. Ella no le había dicho que iría y él le había esperado diez minutos más como un idiota, pensando que a lo mejor a ella se le había pasado el tiempo.

Era humillante y eso lo hacía enfurecer.

La había visto durante toda la noche. Sonriendo como idiota a cada tontería que el estúpido perro le decía. Pegada como una más de sus garrapatas. Se sintió aún más fastidiado cuando Naruto la había mirado y ella aún más idiota se había sonrojado. Talvez de eso hecho nadie se hubiese dado cuenta, pero él era un Uchiha, sus ojos lo podían ver todo y la vio a ella. Aunque se preguntaba si él era el causante de que ya no mirara al rubio como dos semanas a tras.

Se tomó de un trago los 250 mililitros de cerveza que había en la lata y se bebió otras cinco más hasta que logró estar relativamente en paz.

Se quedó como ido. No había nadie con quién hablar, no iba a coger con nadie, no tenía nada que hacer, no quería dormir, y sinceramente tampoco quería terminar completamente ebrio. Miró un punto no especificó mientras mantenía otra cerveza en su mano derecha y recargaba la cabeza en el posa brazo del sillón.

Era aburrido no hacer nada, tal vez debería pensar seriamente en conseguir un hobby, leer, la magia, la carpintería o incluso escribir. Apostaba a que nada se le haría tan difícil. Ya sabía leer. Sus movimientos eran rápido y con el Sharingan podía hacer del efecto de la magia algo realmente asombroso. Tenía fuerza, la carpintería no sería un problema y escribir... Escribir, no sabía de qué, pero podría pensar en algo, a lo mejor un ridícula hipótesis que no se fundamentara en lo natural y volviera a dar respuesta inciertas sobre algún ser superior, como que la tierra era plana y cubierta por un domo o una caja de cristal (algo que había pensado más de una vez), que la luz del sol mágicamente dejaba de comportarse como lo hacía para así poder crear una noche y un día. Esas cosas que los ignorantes llegan a tomar como una verdad y no como una posibilidad sin siquiera analizarlo. No es que él no creyera en algo superior, claro que lo hacía, pero prefería aceptar las cosas más lógicas, al menos hasta que se le demostrará lo contrario, seguro de que algún día sus dudas serían aclaradas, por algo la vida no era eterna.

El golpe en la puerta lo sacó de sus cavilaciones. Al instante su ceño se frunció. Y después volvió a mirar ese punto no especificado que estaba frente a él.

¿Debería abrir? No, que se joda. Que lo espere veinticinco minutos al igual que él lo había hecho. Ni que fuera a morir.

La puerta solo una vez más.

Aparte se lo merecía por indecisa ¿Que le costaba salir si al final sí iba a querer estar con él? Oh, pero claro, mujeres, siempre haciéndose del rogar. Ridículas.

Y volvieron a tocar.

Sí, veinticinco minutos era suficiente castigo. Lo mismo que él. Como decía el dicho, ojo por ojo...

"Mierda" fue lo que pasó por su cabeza cuando la sintió alejarse.

Un maldito minuto ella había esperado. Solo un jodido minuto. No era, por lejos, ni la mitad de lo que él había esperado.

El sublime cambio del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora