Más allá de la Tierra, fuera del universo conocido por los humanos, existía otro lugar. Un lugar habitado por bestias inhumanas. Un lugar en el que el mal era lo único que existía. Allí donde las almas de las personas que habían sido despiadadas durante su existencia iban a parar. Almas, que pasaban a ser conocidas más comúnmente como «demonios».
En el centro de este extenso mundo había una especie de castillo construido por piedra y restos de lava reseca. La mayoría de los demonios no era conscientes de cuánto tiempo llevaban vagando en la eternidad. Sin embargo, por su gran tamaño y poder, estaba claro cuál había sido de los primeros en existir y, por tanto, tenía derecho a reinar. Era conocido entre ellos como el Príncipe de Mal. Este vivía en el castillo, junto a los ocho demonios que habían sido considerados los más poderosos, seleccionados especialmente por él.
El resto de habitantes se dividía en dos grupos. Los considerados demonios como tal, con suficiente poder para tener forma y pensamiento, vivían alrededor del palacio, dispuestos a cumplir la voluntad de su jefe. Estos tenían permiso y poder suficiente para viajar hasta el mundo de los humanos y corromperles. La eternidad era muy aburrida, las formas de divertirse que tenían estos seres podían llegar a ser macabras. El resto eran simples almas deformes y sin pensamiento que vagaban sueltas, sin rumbo y sin descanso. Estas últimas eran la mayoría.
En aquel momento, una importante reunión estaba teniendo lugar entre el Príncipe y sus ocho compañeros. Una reunión de extrema importancia para llevar a cabo el plan final que él tenía en mente desde hace siglos.
—Os he reunido aquí porque ha surgido una gran amenaza a nuestro plan —comenzó a explicar, con su voz grave y profunda.
—¿Lo seres de luz sospechan algo? —preguntó uno de los ocho. Todos esperaron la respuesta en silencio.
—No. No están atentos a nuestras actividades. Ya sabéis que no les importa que intentamos corromper a los humanos. Lo consideran una prueba de lealtad hacia ellos. Si se dejan corromper no son dignos de convertirse en almas de luz —recordó el Príncipe—. De todas formas si nos atacaran no sería un problema. No son gran número. Pocas almas llegan a su reino.
—¿Cuál es el problema entonces? Los humanos no representan ninguna amenaza para nuestro plan —intervino otro de ellos.
—He estado observando atentamente. Acaban de nacer ocho seres con el aura más pura que había visto en muchos años —continuó explicando. Todos se miraron algo asombrados entre ellos—. Esto no es trabajo para un demonio cualquiera. Necesito que os encarguéis personalmente de cada uno de ellos.
—¿Tan peligrosos son? —preguntó, con aire despreocupado uno de ellos. Todos se quedaron en silencio.
—Law...Eres joven, como el resto... Si os advierto de algo no dudéis de mi palabra —contestó el Príncipe, poniéndose todavía más serio—. Escuchad bien. Os resultará difícil conseguir que hagan algo malo. Serán capaces de veros a vosotros y al resto de demonios, así como escuchar los pensamientos de todos ellos. No podrán atacaros hasta cierta edad. Si a los dieciocho años continúan con el aura intacta y lo seres de luz les encuentran... Podrían ayudar a sellar nuestro mundo.
Los ocho demonios se pusieron a cuchichear entre ellos. Realmente la magnitud del problema era grave. Hasta ahora solo habían acudido al mundo humano para corromperles. No solo lo hacían por diversión, si no por aumentar las almas oscuras. Su objetivo final era conquistar la tierra y reinar sobre los humanos. Un objetivo que los seres de luz no permitirían. Era difícil que se opusieran a ellos, pero si contaban con la ayuda de eso seres humanos que el Príncipe había comentado...
Una vez asimilada la noticia, era momento de decidir que demonio se encargaría de cada humano. Él gran líder fue quien decidió la distribución. Conocía el continente, el país, la ciudad y la dirección exacta de cada uno de esos niños. Solo debían vigilarlos de cerca y, en cuanto pudieran, comenzar con el proceso de corrupción.
—Law. Este es tu objetivo. Londres, Inglaterra. La niña se llama (TN)* (TA) — le explicó brevemente—. Confío en ti. No voy a tener tiempo de estar pendientes de vosotros.
—Déjalo en mis manos —comentó él, mientras adoptaba su apariencia humana.
Los demonios podían viajar a la tierra en forma de demonios o adoptando la apariencia que tenían cuando eran humanos. Podían dejarse ver por los o humanos o mantenerse ocultos si así lo deseaban. Law era alto, tenía el pelo negro, algo despeinado, los ojos grises y un cuerpo bien trabajado. Murió cuando tenía unos veinticuatro años, así que su apariencia era de un hombre joven. Normalmente, no era necesario adoptar la forma humana, pero si esos niños podían verles quisieran o no...No iba a asustar a esa pobre niñita, ¿verdad?
NOTA 📌
En cada historia suelo poner una OC como protagonista, para la gente que no tiene uno, no le gusta imaginarse a sí misma, prefiere una protagonista ya creada. Si tú vas a imaginarte a tu propia protagonista puedes pasar de esto y continuar leyendo la historia jajaja ❤️
Si quieres una protagonista creada por la autora, en esta historia es Laila Dawson (así que cada vez que leas TN será Laila), y sería pues así (la pongo ya de más mayor, aunque al principio de la historia es una niña):
ESTÁS LEYENDO
Mi demonio personal «Law x Lectora»
RomanceLos padres de (TN) se mudaron a la ciudad de Londres por cuestiones laborales. Poco después de llegar tuvieron a la niña. (TN) tiene una vida ideal: una preciosa casa a las afueras de la ciudad, un buen colegio y muchos amigos. No le falta de nada...