S I E N N A

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El propio maestre del Bosque Real la había mandado a encerrar en los calabozos del castillo, a rastrás por las escaleras de las empinadas torres, mientras la piedra le dejaba raspones y magulladuras sangrantes en las rodillas y en los codos, que se camuflaban a la perfección con la sangre todavía caliente que tenía en las manos y en el vestido.

Todo durante ese momento había sido locura y confusión. Sienna Stark había entendido lo que había pasado, pero no cómo había llegado a ocurrir. Hacía unos momentos, lord Gabryel Targaryen había estado con vida frente a ella y al segundo siguiente, degollado en el frío suelo, abandonando este mundo con su último ahogado suspiro entre los brazos de ella.

Sienna había gritado por ayuda. Había gritado sin cansancio una docena de veces antes de que los guardias en las puertas entrasen a toda prisa para ver a su señor asesinado en un charco de sangre a su alrededor. Sienna se había preguntado a dónde habían estado los guardias, pero luego pensó que quizás los gritos de ayuda sólo los había emitido en su cabeza, y que con seguridad, su voz habría quedado muda por la impresión.

Los guardias habían corrido a buscar al maestre, un hombre adulto al que Sienna conocía sólo por vista, quien comenzó a preguntar por los prisioneros, mientras decidía con una mirada reprobatoria, que su señor feudal estaba muerto y que Sienna tenía buena parte de la culpa en aquel crimen, de modo que dio la orden de que la arrastrasen a los calabozos a la espera del nuevo señor del Bosque Real y de la justicia.

Sienna había perdido ambos zapatos en el ajetreo, aunque el propio dolor corporal casi no le importaba. Habían puesto una antorcha pequeña en el pasillo en donde cuatro guardias la custodiaban, y entre la penumbra, Sienna ni siquiera se había movido de donde ellos la habían arrojado.

Ella había llegado ahí con un plan que no había funcionado y el mismo lord Gabryel la había invitado a ella bajo un plan que tampoco había funcionado. El dragón hubo encerrado al lobo y el lobo clavó sus dientes afilados sin medir consecuencias en la garganta de ese dragón.

Gabryel Targaryen había encerrado al heredero de Invernalia y a su esposa en su castillo, quienes traían una información valiosa desde el Norte que se había negado en compartir con lord Gabryel, y cuyo misterio agregaba más sospecha al hecho de que el rey había desaparecido y que Devendra Connington se había quedado con la regencia del reino en conspirativos términos.

Lord Gabryel había querido que Sienna consiguiera sonsacar la información a su familia lejana para que después lo ayudase a conseguir para él la regencia a través de un puesto en el Consejo Privado, pero Anton Stark había perdido cualquier rastro de cordura en el proceso.

El padre de Sienna, lord Nicholas, le había advertido en numerosas ocasiones, durante sus visitas a Invernalia, que no se quedase mucho tiempo en compañía de Anton Stark, puesto que el hombre se había construido una fama de iracundo y poco juicioso que escondía con mucha astucia bajo una sonrisa de encanto y unos ojos hipnóticos que distraían con facilidad a amigos y enemigos.

Y Sienna tuvo la desgracia de verlo actuar de la forma más terrible posible.

Sienna al verlos, había alcanzado a abrazarlos con genuino interés, mientras lord Gabryel había ceerado las puertas, dejando a sus guardias al otro lado de una gruesa pared de piedra y madera que consumía con facilidad las palabras hacia el exterior.

-Prima, advierte a este Targaryen que nos libere o no responderé por mis actos - le advirtió, mientras la soltaba y ella se dirigía hacía lady Lucianna para confortarla, notando que no despegaba sus dilatados ojos de lord Gabryel.

-¿Cuántos días llevan aquí?

-Tres - susurró lady Stark. La thennita.

-No tiene ningún derecho de mantenernos cautivos, mi lord - entonó con voz dura y determinada, Anton Stark, mientras se acercaba a Gabryel Targaryen -. No hemos cometido ningún crimen. Esto es un abuso.

PONIENTE I : Hielo y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora