F O N Z

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Durante la mañana había comenzado a nevar en Invernalia. Fonz Tyrell llevaba medio año como pupilo de lord Stian Stark y hasta ese día no había visto nunca caer nieve desde el cielo.

Estaban a la mitad de un verano caluroso y cuando se disponía a volver a su habitación tras la primera práctica de esgrima de la mañana con el pequeño Stark, después del baño para quitarse el sudor y el mal olor, Fonz había tenido que pedir prestado un abrigo a Janson Hielo para abrigarse, puesto que no había viajado con ropa para el invierno. El maestro de la armería había comentado mientras devolvían las espadas romas que se acercaba una nevazón, pero Fonz había sido lo suficientemente estúpido y altanero para reírse y sacarle en cara que en verano, la nieve era poco probable.

Fonz se recordó disculparse con el viejo armero, puesto que era un hombre del Norte, en cambio él, no era más que un niño de las delicias cálidas del Sur.

Ahora estaba encerrado tras las murallas del gran castillo de Invernalia, mirando por la ventana cómo el manto blanco cubría y cubría el suelo de los patios, las terrazas, los techos de las torres y los torreones hasta más allá de los campos que Fonz alcanzaba a distinguir en el horizonte. La nieve hacía que los planes cambiaran y pronto el castillo se tornó rojizo con las llamas majestuosas bañando las piedras de los salones y el agua caliente de las termas abrigando las tuberías laberínticas que recorrían por las paredes y de las que se benefician incluso los aldeanos de Las Invernas.

Fonz era el hijo menor de lord Massimo Tyrell, señor de Altojardín y había acabado en el otro extremo de Poniente por decisión propia. Su hermano mayor, Thayer, era una detestable arrogancia andante y la veintena de escuderos y acompañantes nobles que lo seguían era una cuestión intolerable de continuar aceptando.
Lord Stian había visitado Altojardín luego del juicio del infame Bracken, por invitación de su padre, quien había alabado, como la mayoría de los grandes señores de todos los reinos, el sagaz intelecto de Sienna Stark, de quien ni siquiera era familia, y con él se había venido de polizonte.

Lord Stark era un hombre de proporciones corpulentas y vigoroso. Su cabello oscuro caía largo y pesado sobre sus hombros, adornado con una simple tira de cuero que sostenía dos mechones para mantenerlo a raya. La primera vez que lo vio, lord Stark había entrado al castillo con su larga capa gris, con piel de lobo en los hombros y botas negras con hilo de plata. Durante la cena, Stian Stark se había sacado la capa y el clima de Altojardín lo había obligado a lucir una suave camisa de tela oscura, también bordado con hilo plateado y con dos grandes argollas de hierro pulido en las muñecas que brillaban con el emblema del lobo huargo gravado en bajorrelieve.

Las historias que contó durante la cena  habían dejado a Fonz deseoso por conocer el Norte, sus tierras, sus bosques y su gente. Lord Stark había hablado sobre una manada de cien lobos que recorrían el Bosque de los Lobos, búhos que pululaban en las noches en que el viento soplaba con como el silbido de un amigo, de las aguas termales que abrigaban su bosque de dioses, de sus caballos, de sus cacerías y del largo camino que debía recorrer para volver a casa.

Lord Stark era la viva imagen que Fonz había hecho en su mente sobre cómo debieron de lucir los antiguos Reyes del Norte, cuando construyeron el Gran Muro de hielo y cuando lo derribaron.

Fonz Tyrell no tenía nada que hacer en Altojardín porque Fonz Tyrell no heredaría Altojardín. Fonz Tyrell había cumplido su décimo séptimo día del nombre y su padre tenía pensado en nombrarlo prontamente Señor de Rosasangrante, el castillo en la frontera con Occidente, el que un castellano y su familia habían habitado durante dos generaciones, a falta de un heredero Tyrell que ocupase aquel asentamiento ancestral. Y como Fonz era heredero de aquella fortaleza, tendría que echar a patadas a ese lord sin nombre, y aquello no le parecía nada correcto.

PONIENTE I : Hielo y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora