D E V E N D R A

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          Nunca la escalera de caracol de la Torre de la Mano le había parecido tan alta y tan interminable como cuando Astor Dustin fue a buscarla a su habitación para contarle sobre el secuestro del rey.

      A sus ochenta y dos años le era particularmente complicado igualar la velocidad con la que el Guardia Real avanzaba y se devolvía para esperarla cuando notaba que la distancia entre ellos incrementaba con irrespetuosa notoriedad.

         Para Devendra Connington, aquel Dustin era quien menos cortesía implementaba en sus modos como Guardia Real, pero a su edad, aquellas nimiedades poco le importaban y el estilo de Astor era así, y no había mucho que nadie pudiera hacer para arreglarlo. El guardia real no era maleducado por opción sino por naturaleza. Es por lo que Devendra pensó que lo habían escogido a él para ir a buscarla, porque la situación requería de cierta premura que la insolencia de sir Astor Dustin era capaz de conseguir con total eficacia.

          Y ahí estaban, cruzando el patio como dos bufones en una obra de teatro; Astor con su armadura blanca, yendo y viniendo, y ella, con su ancho vestido de seda marrón, envuelta en tanta tela, que debía arrimar con sus brazos el falso para que sus viejas piernas pudieran correr sobre el suelo de piedra con sus diminutos tacones. Sir Dustin le había ofrecido llevarla en sus brazos, pero aún ni en el peor de las emergencias, Devendra Connington entraría a ningún lugar colgada como un saco de papas en los brazos de alguien. Para ello los dioses la servían de mantenerse con una salud envidiable y con dos piernas que todavía funcionaban.

         De camino, ella había intentado socavarle información a sir Astor, pero el guardia parecía no saber nada de nada. Hablaba de que el rey había sido secuestrado, que el Trono estaba hecho de hielo y que habían encontrado al viejo Tully muerto y congelado. Nada de eso tenía sentido y Devendra dejó de preguntar luego de que por tercera vez Dustin le repitiera lo mismo.

             Devendra Connington no se creía por un minuto que el rey hubiera sido secuestrado. No en el salón del trono. No en la capital. Desembarco del Rey podía ser una ciudad sucia y maloliente, pero era una ciudad segura. El pueblo era pacifico y con buenos modales, y adoraban al rey más que a nadie. Cualquier noble podía caminar por la calles, visitar las ferias e incluso los teatros populares sin ningún temor, y tanto los guardias reales como los dorados eran excelentes caballeros, mejores que cualquiera en los Siete Reinos.

              Por eso dudaba Devendra del secuestro. No había cómo alguien podía llegar a hacer desaparecer al rey de la capital aún si se utilizasen los laberintos del subsuelo de la Fortaleza Roja. Los Targaryen conocían muy bien esos caminos e incluso ella había tenido la oportunidad de recorrerlos en su juventud un par de veces, cuando su padre intentó casarla con el abuelo de Vyak Targaryen. Además, el rey mismo era un buen combatiente, tanto si tenía espada como si no.

               En sus días de príncipe, Vyak Targaryen había demostrado pelear con excelente movimientos en los combates cuerpo a cuerpo de los torneos. De haber sido secuestrado, los malhechores habrían necesitado de al menos una docena de hombres bien entrenado para hacerlo, y meter a doce hombres en el salón del trono sin que nadie los viera era aún más imposible.

                Y el rey contaba con la vigilancia de Aemenis Tully que, aunque lo llamaban el Viejo, el caballero tenía apenas la mitad edad que ella, y a pesar de su cojera, con la espada no tenía igual. El viejo Tully no había llegado a ser Lord Comandante porque Drocus Tormenta, que sí era viejo, había ostentado el título un año antes de que Aemenis se enlistara en la Guardia.

                Devendra sintió tristeza por él. Sir Aemenis no había tenido una buena vida, cargando desde joven con ese dolor, y había muerto por el rey al que había jurado proteger. El viejo había muerto con honor, pero había muerto. La vida para Devendra era demasiado preciosa como para morir, ya fuera con o sin honor.

PONIENTE I : Hielo y FuegoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora