13. Raro

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Alberto
El sábado entre viajes, maletas y transportes fue prácticamente un día perdido. Llegué a casa pero había alguien más ahí. Unos ruidos al final del pasillo lo corroboraron. Sería Raquel seguramente.

La gran idea de pegarle un susto se me pasó por la cabeza y fui de puntillas hasta su puerta. Escuché un par de ruidos más pero en ese instante giré el pomo despacio sin hacer ruido. Cuando ya se hubo abierto, empujé fuerte la puerta.

Reconozco que la sonrisa se me borró de la cara en el momento de ver aquello.

-¡Hostia! -fue lo único que pude formular antes de cerrar rápidamente la puerta e irme de allí.

Di tal paseo que cuando me quise dar cuenta me encontraba en el Retiro. Estaba anocheciendo, y eso que en junio todavía aguantaba un poco más. Aún así no me quería quedar tan lejos de casa a estas horas. Decidí volver en taxi.

Esperaba poder llegar a mi cuarto sin que nadie me interrumpiera, pero no fue así.

Nada más entrar me encontré de frente con ambos sentados en el sofá.

Perdí unos segundos en mirarles pero seguí mi rumbo. Creía haber conseguido escabullirme pero no tuve tanta suerte.

-Espera tío, solo queremos hablar un momento -habló Mateo.

Solté un suspiro cargado de desesperación y me resigne sentándome en el sillón contiguo.

-Pues hablad -contesté yo.

Ambos se miraron con tristeza.

-Lo siento tío, simplemente surgió... Creíamos que volverías más tarde y...

Silencio.

-Lo sabías -sentencié.

No pude decir nada más. Hasta respirar y pensar bien.

-Tú lo sabías -repetí con más ímpetu. 

Señalé a Mateo.

-Tú sabías que me gusta Raquel, lo sabías porque eres como mi puto hermano. Te lo dije para que me ayudaras y ahora entiendo tus respuestas. "No te rayes, seguro que no quiere nada" "Raquel es mucha tía para ti" "Si quisiera algo te lo haría saber".

Mis venas se hincharon, hablaba tan rápido que creí que no se habría entendido nada y mis puños estaban tan apretados que la piel me dolía.

-Es que encima en mi puta casa, ¿teníais que follar en esta casa, no? -volví a hablar-. Porque como tú no tienes casa propia ¿verdad?. Y tú, - esta vez me dirigí a Raquel- tú también lo sabías. Lo has sabido siempre. Y te ha dado igual. A los dos os ha dado igual.

Dejé de mirarles porque ambos estaban cabizbajos.

-Lo siento, en serio Alberto -se disculpo Raquel-. Pero tienes que entender que no puedo dejar de hacer mi vida por eso. Yo me acostaré con quien quiera. Reconozco que no es lo más cortés que haya podido hacer... Pero soy una mujer joven soltera independiente que quiere vivir su vida.

Después de esta puñalada, me levanté sin decir nada. Tenía claro que Mateo, a pesar de ser mi mejor amigo, era un tío incontrolable. Y sexualmente más. Lo que no me esperaba era que Raquel me dejara en ridículo de esa manera. Había quedado como una persona patética.

-Soy gilipollas -dije en alto para mí.

Me quedé tumbado al ritmo de Song for someone de U2.

Clara
Milán de momento no me había enseñado nada. Esperaba paciente al domingo por la mañana para poder ver algo de esta ciudad. No era la primera vez que iba, pero sí la primera que podría dedicar algo de tiempo a disfrutarla.

El tiempo pasó relativamente rápido esa noche y concilié el sueño rápidamente. En mitad de la noche un estruendo me despertó. Salí al pasillo y me encontré con que las puertas de dos de las habitaciones estaban abiertas.

Estas pertenecían a Diego y a Sandra, mis dos acompañantes en este viaje. El ruido provenía de la habitación de Sandra, así que empujé la puerta dejándola totalmente abierta. Caminé despacio hasta encontrarme a los dos.

-¿Pasa algo? -pregunté sin más-. He oído un ruido de golpe seco.

Tanto Diego como Sandra llevaban puestos sus pijamas. El de ella consistía de un pantalón bastante corto y una camiseta de tirantes. A decir verdad no se componía de mucha tela.

-No, todo bien por aquí -contestó él con una sonrisa fingida.

Me pareció algo raro, no sé si fue su tono de voz, que los dos se encontraran en la misma habitación de madrugada o que hubiera oído un golpe. Era raro.

-Ajá... y ¿qué haces aquí?

Diego se tensó un poco pero mantuvo su sonrisa, algo forzada comparándola con su inconfundible sonrisa arrogante y victoriosa que tan natural le salía por su naturaleza.

En cambio Sandra estaba totalmente quieta. Parecía pequeña. Sus brazos cruzados, sus hombros echados hacia delante, encorvados y su actitud cabizbaja.

-Estábamos... acabando una cosilla para la reunión de lunes - consiguió decir finalmente Diego.

Miré a mi secretaria, no apartaba la mirada del suelo.

- A las ... -iluminé la pantalla- ¿tres de la mañana? 

-Sí bueno, ya nos conoces, no tenemos horarios -se justificó mi socio.

Volví a mirar a Sandra.

-¿Sandra?

Ella pareció reaccionar a su llamada levantando la vista y clavando sus ojos en mí. En cualquier otra ocasión puede que no me hubiera fijado, pero pude ver algo de temor en ellos.

-¿Sí? - contestó ella.

Parecía no haber escuchado nada desde que yo estaba presente.

- Que si es verdad eso.

Sandra abrió la boca pero no salieron palabras de ella.

-Pues claro que es verdad, Clara -intervino Diego. 

-Vale vale, solo quería asegurarme.

Su actitud tan a la defensiva me llamó la atención.

-Bueno pues ya te has asegurado, ya puedes volver a tu habitación, ¿no crees?

Ese tonito no me gustaba nada.

-Por supuesto, después de ti, signore.

Volví a mi habitación con una extraña sensación en el cuerpo.  Qué raro había sido esto. Al día siguiente pillaría a Sandra por banda y le preguntaría. Mientras tanto, no me privé de mi descanso. Iban a ser días moviditos.



qué tal cómo os va la vida? espero que bien, aquí mi amigo el tren y yo hacemos buen equipo y os traemos esto. espero que os guste.
es veranito y yo al menos voy a disfrutarlo, aunque esta historia se cuece a fuego lento, va a merecer la pena creedme (eso espero la verdad)
que os vaya bien!
gracias por leerme.
las estrellas me gustan gracias

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