Capítulo 1: La causa de todos mis problemas

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Era recién el primer día de escuela y ya quería que me tragara la tierra. Si antes había odiado la secundaria, ahora ese lugar se había convertido en el mismísimo infierno. Aunque, pensándolo mejor, tal vez el hogar de Lucifer fuera mucho más apacible que este condenado recinto.

Ya sólo el viaje en bus había sido una absoluta pesadilla, todos murmuraban a mis espaldas y me observaban con muy poco disimulo. En un intento por pasar desapercibida y volver a ser la chica invisible que alguna vez había sido - que tiempos aquellos, no supe valorar mi falta de status social -, llevaba puesta una gorra y mis lentes de sol, que además servían para ocultar mis horrendas ojeras. Hacía días que no lograba conciliar el sueño, y cuando finalmente lo conseguía, la maldita imagen de Valentina Carvajal se aparecía para desvelarme una vez más. La noche anterior al comienzo de clases no había sido la excepción, y por mucho que me costara admitirlo y me avergonzara reconocerlo, otra vez me había tocado a mi misma pensando en ella. En esos endemoniados ojos azules más brillantes y hermosos que la más exótica piedra preciosa. En esa piel tan blanca como la nieve sin ningún maldito defecto, suave, tersa y delicada hasta el más ínfimo detalle. Y esos labios. Dios, esos labios que eran mi perdición y se habían convertido en la causa de todos, absolutamente todos mis problemas.

El semestre pasado, luego de haberme esforzado muchísimo, había conseguido que me enviaran de intercambio a Canadá para entrenar con uno de los mejores equipos juveniles de atletismo. Mi especialidad eran los 400 metros y había logrado destacarme dentro del equipo del instituto y hasta había conseguido una medalla a nivel estatal. Gracias a eso, tuve la oportunidad de viajar. En Montreal el entrenamiento era duro y diario, pero había conseguido mejorar todavía más mi condición y hasta había cambiado mi cuerpo gracias a la rutina de preparación. De regreso en casa, fui tan tonta de creer que mi nueva figura sería algo bueno, que verme mejor me convertiría en una chica popular, que lograría que alguien me notara en la escuela. Bueno, al menos en eso no me había equivocado, todos sabían exactamente quien era yo ahora, pero deseaba que no fuera así.

Cuando regresé ese verano después del intercambio, mantuve mis rutinas de entrenamiento y comencé a ir al gimnasio y a la pista todos los días. Algunos de mis compañeros del instituto, que no habían viajado por sus vacaciones o habían regresado antes, usaban las instalaciones del colegio al igual que yo. Recuerdo perfectamente el día en que Sebastian me vio corriendo, dejando prácticamente un charco de baba mientras me observaba. No me atraía en lo más mínimo, pero era la primera vez que alguien me miraba de esa forma y debo admitir que me gustó. Ese día hacía muchísimo calor, por lo que yo llevaba un top deportivo muy ajustado y unas calzas cortas que me dejaban completamente expuesta. El sólo verme ese día le bastó para invitarme a su mítica fiesta de comienzo de clases, que se celebraba siempre el fin de semana anterior al inicio del año escolar. Tanto Sebastian, como sus hermanos antes que él, eran conocidos por sus famosos reventones. Siempre habían sido de los chicos más populares en la escuela, y su enorme mansión la cuna de todas las grandes fiestas. Por eso no pude rechazar su invitación, sabía que era una oportunidad única. Jamás me imaginé que todo saldría tan mal allí.

Caminé por los pasillos del edificio intentando ignorar los murmullos y sin mirar nadie. Cuando llegué a mi casillero, lo abrí y hundí mi rostro dentro, dejando mi gorra y los lentes. Cerré los ojos intentando mantener la calma.

- ¿Mala noche? - La voz de Eva, mi mejor amiga, me sobresaltó sacándome de mis pensamientos.

- Yo diría que mal año - Respondí con la acidez que siempre me había caracterizado.

- Uff, pero que dramática. Ni que te llamaras Juliana Valdés - Contraatacó ella en tono de burla - ¿Otra vez sin dormir por culpa de ojitos? - Preguntó casi en un susurro.

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