12.-Yo y mi casa

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Lectura Bíblica: Josué 24:15

Hace ya 8 años, por estos días, que Dios nos llevó a parte de mi familia y a mí, a conocerle y a ser Sus hijos. Yo tenía entonces 8 años, así que he vivido la mitad de mi vida estando sin Jesús, y la otra mitad con Él; y puedo más que asegurar que "...mejor es un día en tus atrios que mil fuera de ellos. Escogería antes estar a la puerta de la casa de mi Dios, que habitar en las moradas de maldad" (Salmos 84:10) y "que si alguno está en Cristo, nueva criatura es; las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas" (2 Corintios 5:17) ¡Y vaya que son hechas nuevas! Dios puede restaurar cualquier vida, si somos obedientes y dispuestos. Antes de conocerle, nuestras vidas eran un completo desastre, todo era desalentador, y no sólo eso, sino que estábamos destinados a una eternidad de sufrimiento. Mi familia estaba tristemente rota, sin un camino ni una pequeña luz que nos guiara. En resumen, la pasábamos mal. Y es que, todos podemos decir lo mismo, de cuando estábamos sin el Señor que creó todo lo que existe. Pero Dios nos vio, nos llamó y nos escogió para estar con Él desde ese momento, y por toda la eternidad. Desde ese día, hemos visto los resultados de que las personas que son llamadas no sigan a Cristo; o lo sigan, y miren hacia atrás, y regresen. Pero también vimos (y seguimos viendo) de cerca, la recompensa de decir como el joven Samuel: "Heme aquí... Habla, porque tu siervo oye" (1 Samuel 3:8-10) ¡¿Qué mejor que lo diga toda tu familia?! ¿En qué consta este llamado? ¿Qué pide Dios de mí y mi familia?

1. Una familia que cree en Él (Hechos 16:22-34): Pablo y Silas fueron metidos a prisión por orden de los magistrados, y sus pies ahora estaban asegurados en el cepo. Aún después de haber sido azotados, y metidos en la celda más profunda, los siervos de Dios oraban y cantaban himnos, de tal manera que los presos los oían. El carcelero entonces se vio víctima de la preocupación, pues Dios había librado a ambos prisioneros, y sabía que habría gran peligro si descubrían que bajo su cuidado, esos hombres tan perseguidos habían escapado; tanto temor tenía, que estaba decidido a quitarse la vida. Pero Dios quería que él y su familia tuvieran vida eterna, no que murieran. Así que le impidió hacerlo, por medio de sus discípulos. Ese hecho lo impactó tanto, que entendió su gran necesidad de ser salvo. ¿Qué debía hacer para que él y su familia tuvieran ese regalo? Creer en el Señor Jesús. El carcelero y su casa escucharon la Palabra y la recibieron al instante, fueron bautizados, aún de noche, y se regocijaron de haber creído a Dios. ¿Alguna vez lo has perdido todo, hasta las ganas de vivir? ¿Te has visto en medio de esa profunda oscuridad de la cárcel, sin hallarle sentido a la vida? Dios hoy quiere salvarte a ti y a tu familia. Cree en Él.

2. Una familia obediente (2 Reyes 4:8-37; 8:1-6): Leemos la historia de Eliseo y la sunamita, una mujer atenta a las necesidades del profeta, y que hizo una habitación para que éste reposara ahí. Su hospitalidad y obediencia se vieron recompensados cuando ella, que no podía tener hijos, concibió al año a un varón. Pasó el tiempo y su familia seguía ayudando en cuanto podían a Eliseo y a su siervo. Un día su hijo cayó enfermo y murió. Ella fue con el profeta y, siendo obediente a lo que él le decía, y después de que éste orara a Dios, su hijo cobró vida de nuevo. Tiempo después, recibieron la instrucción de dejar sus posesiones en esa tierra e irse a otra. Ellos fueron obedientes y salieron, para regresar después de un tiempo al lugar donde Dios tenía todo preparado para que recuperaran sus bienes. ¿Alguna vez tú y tu familia han tenido necesidad de algo? No es necesario preguntarlo, todos hemos pasado necesidad en algún momento, le hemos pedido algo a Dios, y tal vez la respuesta ha tardado, y entra la desesperación a nuestras vidas. Esta mujer sunamita supo lo que es que su cónyuge no sirviera de la misma manera a Dios, lo que es remar uno sólo; lo que es no tener descendencia; lo que es la enfermedad, y todavía con eso, sufrió lo que es perder a un hijo; experimentó lo que es perderlo todo. También tuvo que seguir una instrucción de Dios, sin saber por qué, sin saber qué le esperaba si era obediente. La incertidumbre y el dolor la orillaban a perder su esperanza, pero ni su fe, ni su amor por Dios, ni su obediencia cesaron. A pesar de sus necesidades y defectos (pues no eran la familia perfecta), a pesar de todo, su entrega y temor de Dios, permitieron que esta familia fuera bendecida en gran manera. ¿Podremos aprender algo de ella?

3. Una familia entregada: La sequía y pobreza habían hecho que una viuda y su hijo perdieran todo, y sólo tuvieran para preparar una última comida, para dejarse después morir ambos. El plan estaba hecho ya, pero Dios tenía otros planes; sólo era necesario que esta pequeña familia prefiriera al Señor antes que a ellos mismos. El profeta Elías le pidió de comer a la mujer y entró su casa. Ella tenía que decidir: eran ella y su hijo, o era el siervo de Dios. Se trataba de entregar primero todo lo poco que tenía. Y eso fue lo que hizo: con su harina y aceite le preparó al profeta de comer. Después de eso, no volvió a faltar el alimento para su familia, hasta que volvió a llover. Después de esto, su hijo murió, pero Dios le restauró la vida. Porque Dios es un Dios de maravillas, de proezas, un Dios de salvación que responde con tremendas cosas en justicia (Salmos 65:5). Si te pide que le entregues tu vida y la de tu familia, no es porque te quiera ver privado de Su bendición y en sufrimiento. Al contrario, Él quiere que todas las familias de la tierra vengan a Él, para poder establecer Su reino en cada una de ellas, un reino eterno de paz, de amor. Es una decisión que debes tomar, Dios sabe mejor que tú, lo que es mejor para tu familia; si decides entregársela hoy a Él para que Su voluntad entera sea hecha, Él te bendecirá, porque le has permitido que cumpla Sus promesas en tu vida. No dudes tampoco en dar de lo que tienes a quien le hace falta; recuerda: si lo haces por uno de esos pequeños, Dios lo recompensará; si le prestas al pobre, es como si se lo prestaras a Dios; si visitas a los enfermos, a los que están presos... es como si lo hicieras con el Señor.

Conclusión.

Dios pide obediencia, pide entrega, pide fe. Una familia que cree en Él, es salva. Una familia obediente, es bendecida. Una familia entregada, es recompensada. A través de las generaciones, desde hace miles de años, familias de distintos lugares, y en diferentes circunstancias, han tenido que tomar una decisión: entregarse y seguir al Señor, o no. Algunas lo hicieron, y podemos leer sobre ellos y Su relación directa con Dios en la Biblia. Otras no, y de muchas no sabemos; de otras sabemos que fueron destruidas, por no permitir que Dios cuidara de ellos. Todos queremos que Dios nos cuide y nos bendiga; pero, si no permitimos también que haga Su voluntad, nada es bueno, ni agradable, y mucho menos perfecto. Hoy, hay que decidir a quién servir. "Si parece duro servir al Señor, si no quieren serle obedientes, decidan hoy a quién van a dedicar su vida; Tendrán que elegir, pero mi familia y yo hemos decidido dedicar nuestra vida a nuestro Dios." (Josué 24:15 versión TLA)

Tay-Reh'-O. 1Donde viven las historias. Descúbrelo ahora