Capítulo 23

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Rut estaba preocupada, no podía dejar de pensar en Daniel y en cómo se encontraba. "Puede haberle torturado.", pensó. Pero, ¿Qué podía hacer ella? Aquella persona era alguien escurridiza y un auténtico demente que solo quería verla sufrir. No sabía qué hacer. Aun había luz. Aquella misma noche tenía que ir a la vieja fábrica, fuera como fuera, no por ella sino por Daniel, le había llevado a una trampa y era ahora su deber el rescatarle. El móvil de Rut marcaba las ocho de la tarde y la vieja fábrica se encontraba a una hora del hospital.

Sin perder más el tiempo, se levantó con alguna que otra dificultad, se puso la misma ropa negra que llevaba el día en que la atropellaron y se quitó las gomas de la escayola para que le resultara más cómodo y se marchó por la puerta de la habitación con la intención de irse del hospital sin ser vista. Llamó al ascensor y esperó. Se le hacía eterno y viendo la hora que era, optó por ir por las escaleras.

Bajó hasta la primera planta y tomó un desvió hacia las escaleras de incendio, para escaparse por el garaje del hospital con tal de no ser vista por nadie, ni que supieran a donde iban.

Comenzó a oscurecer, la vieja fábrica se encontraba en las afueras. Cada cierto tiempo miraba su móvil, con tal de controlar la hora. No le habían puesto un tiempo límite, pero quería darse prisa lo más rápido posible. Al llegar, saltó la larga verja y se quedó quieta, parada en la entrada de la vieja fábrica. Tragó saliva y con dificultad, abrió la puerta de entrada. Estaba bloqueada por escombros. El lugar era amplio y la luz de la luna entraba por las ventanas, iluminando el oscuro lugar. Pero no era suficiente. Rut sacó su móvil y puso la linterna, iluminando cada rincón oscuro. Una vez dentro, no había vuelta atrás para la joven. Abrió cada puerta que había con un sonido chirriante que se le hacía molesto.

En el lugar no había más que oscuridad y ratas correteando por los mugrientos suelos. Ni Daniel, ni el acosador daban señales de vida. La notificación de un mensaje en su móvil la asustó, tenía le volumen a tope y resonó por todo el lugar. Era él quien llamaba. No se lo pensó y lo cogió.

- Ya me estaba aburriendo de esperarte. Y no me gusta esperar. – Contestó. – Date prisa en encontrarnos o tu novio acabará con algún que otro dedo cortado.

- ¡No le hagas daño! – Le suplicó.

- Entonces apresúrate. – Le ordenó. – Eres astuta, seguro que puedes encontrarme. Siempre fuiste muy diferente a mi lado, espero que siga siendo así...

Sin comprender exactamente aquello último, colgó. Lo que estaba haciendo era ponerla nerviosa. No hacía más que jugar con ella y eso le ponía los pelos de punta a la pobre chica que sabía que no tenía oportunidad contra alguien de gran intelecto y astucia, pero, él mismo le había dicho astuta, aquello la hizo sentir bien sabiendo que incluso él esperaba en que ella le encontrara y dándole valor, siguió buscando. Se quedó quieta en mitad de la fábrica y dio vueltas sobre si misma tratando de buscar el lugar idóneo donde esconderse. Pero no había nada, absolutamente nada. Volvió al principio al no tener idea de que hacer. La piel se le puso de gallina y no porque tuviera miedo sino porque un repentino frio recorrió su cuello. Aquella noche sí que era realmente fría, pero la puerta estaba cerrada, el viento no podía provenir del exterior. Levantó una ceja, siguiendo aquel refrescante aire y puso su mano en la pared, moviéndola hacia un lado y encontrando una pequeña obertura en ella. Rut empujó y dejó caer parte de la pared, revelando unas escaleras que llevaban a un piso inferior.

Rut tenía miedo de bajar y armándose de valor con un trozo afilado de cristal, comenzó a bajar lentamente, peldaño a peldaño y procurando no caerse. Al final de las infinitas escaleras estaba Daniel, atado a una silla. Rut le enfocaba con su linterna. Soltó el trozo de cristal y corrió en su ayuda. "Rut... Cuidado..." Le susurró Daniel, pero ya era tarde. La habían golpeado y estaba inconsciente en el suelo. Daniel la miró y como desaparecía de su vista. "Eres un hijo de puta." Le dijo Daniel.

Rut abrió de nuevo sus ojos. No había estado inconsciente más que unos minutos, pero habían sido suficientes para llevarla a una sala totalmente diferente. Al frente tenía dos palancas y más adelante, tras una pared de cristal se encontraba Daniel, atado, y a su lado Joan, en el mismo estado que Daniel. Rut se sorprendió de verle a él también, no entendía que pintaban ellos dos en aquel juego.

- Has despertado. – Oyó una voz tras suya. Rut no podía mover la cabeza, tenía fija la mirada en ellos dos. – El último juego empieza, así que, ¿A quién decides salvar? – Le preguntó. – Tenemos a Joan, un chico tranquilo y estudioso, que hizo lo posible para protegerte o Daniel, el favorito de todos, pero en verdad es un suicida, un asesino; un chico que no le importó golpearte. – Dijo describiéndolos a los dos. – La palanca de la izquierda matará a Joan y el de la derecha a Daniel mediante las sierras encima de ellos.

Rut levantó la mirada, no mentía en eso. Encima de ellos había unas sierras que comenzaron a moverse. Asustada, no sabía a quién debía sacrificar, tampoco quería ver a nadie morir, ninguno de ellos dos se lo merecía. Estaban inconscientes, no podían siquiera oír sus lamentos, cosa que le pondría más nerviosa. "Si tardas mucho, yo mismo lo haré." Le dijo.

- ¡Basta! – Dijo entre sollozos. – Por favor, no sé porque haces esto, pero no tienes que hacerlo.

- ¡Si que hay un por qué! – Gritó. – Simplemente eres un hombre con apariencia de mujer, un falso, una zorra. Un experimento que de poco has servido. Así que antes de dejarte en paz... ¡Tendrás que elegir!

Rut estaba llorando a mares. Sus manos estaban libres para que pudiera accionar una palanca, pero no las movía por miedo, pero si no lo hacía, Daniel o Joan iban a morir aquella misma noche. Poco a poco, temblorosamente, alzó la mano, dirigiéndola hacia una de las dos palancas. "Lo siento..." Dijo entre lloros antes de accionar la palanca de la izquierda. Había condenado a Joan por su amor por Daniel.

De pronto, las sierras se detuvieron. Ninguna bajó. Joan, que se encontraba con la cabeza agachada, la levantó y la miró fijamente, sin entender que estaba haciendo allí, pero su rostro confuso cambió radicalmente a una sonrisa de loco. Joan se quitó las cuerdas atadas a la silla sin ninguna dificultad, todo porque nunca se encontró atado. Levantado y mirando a su compañero comenzó a reírse como un maniático mientras Rut no entendía que estaba pasando. La risa de Joan inundaba el lugar. "¡Sorpresa!" Exclamó con la mirada perdida en la chica atada.

Sexy Señorita: AurorasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora