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Se suponía que a los dominios de las amazonas ningún caballero masculino debía entrar, estaba prohibido y si su Ilustrísima se enteraba de su forzada e injustificada intromisión luego del escape limpio que ejecutó exitosamente por la mañana, segur...

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Se suponía que a los dominios de las amazonas ningún caballero masculino debía entrar, estaba prohibido y si su Ilustrísima se enteraba de su forzada e injustificada intromisión luego del escape limpio que ejecutó exitosamente por la mañana, seguramente ni su papel como Santo Dorado le salvaría. Milo obtendría una gran sanción ejemplar que le dolería por semanas y ejercería presión sobre otros para no atreverse a imitarlo.

Pero no hubo miedo al futuro castigo que pudiese parar al soberbio escorpión, que avanzaba rápido en su camino sin detenerse a pensar en las consecuencias de su decisión.

Seguramente de haber sido un Santo de Bronce o incluso de Plata, Milo habría tenido muchos problemas con pasar de largo e ileso entre todas las féminas de la zona para lograr llegar hasta donde él quería; sin embargo aún con casi todas las miradas de las amazonas (con máscaras) sobre su imponente persona, Milo de Escorpio caminó con un rostro enojado que daba a entender que no quería ser molestado y quien fuese lo suficientemente estúpida para intentarlo que se atuviese a las consecuencias.

El Patriarca sin duda alguna iba a castigarlo si no jugaba bien sus cartas, y aun así Milo esperaba que su Ilustrísima, mínimo, al enterarse de esto lo castigase con algún tormento físico por entrar de este modo al campo de las amazonas. ¿Latigazos, tal vez?

Debía seguir avanzando.

Por otro lado, las amazonas no podrían siquiera hacerle un rasguño sin morir en el intento. Él era un caballero, en más de un sentido, y golpear a una dama sin motivos no estaba en su código; sin embargo esas mujeres no eran damas, eran adiestradas guerreras lo que las dejaba fuera de su lista blanca si alguna deseaba detenerlo usando la fuerza.

Aunque no poseyera su armadura, todas las chicas ahí sabían que él podía invocarla si eso quería y limpiar el piso con todas ellas si así se lo proponía, y sin sudar. Así que seguramente todas ellas hicieron caso a sus instintos (muy bien), dejarlo pasar entre los caminos que lo guiarían hasta la casa que él conocía tanto por dentro como por fuera.

Ninguna pobre tonta le detuvo o le habló siquiera.

Mejor así.

Al arribar a su destino, Milo vio a algunas chicas que discutían de nuevo con la mujer de Ofiuco; pero estas a diferencia de las primeras que encontró a su paso, no tenían nada cubriendo sus rostros, pero ni eso fue suficiente para obligarlo dar media vuelta y largarse de ahí.

Convivir con mujeres enmascaradas era más extraño para él que convivir con las que no cubrían su rostro. Sin embargo era de conocimiento público que para las amazonas era al revés. Mirar a cualquiera que no fuese una mujer, y de su rango, era casi como estar desnudas.

—¡¿Qué demonios?! —exclamó Shaina dignada cuando lo vio, más no pudo replicar más pues a la fuerza, fue empujada adentro de la casa con la mano del Santo de Oro—. ¡No...!

—Métete y espera ahí, que quiero hablar contigo —dijo echando un vistazo hacia las chicas—. Lo siento lindas, pero no voy a ser breve. Y si quieren conservar sus vidas les sugiero que piensen esto: "nadie me vio sin mi máscara".

Cerró la puerta ante la sorpresa atónita de todas ellas.

Adentro las cosas estaban todavía peor.

—¡¿Pero qué demonios te ocurre?! —preguntó Shaina furiosa—. ¡¿Crees que puedes venir como si nada y...?! ¡¿Y ahora qué carajos crees que haces?! —alzó más la voz cuando lo vio ir al cántaro de agua y servirse sin su permiso—. ¡Largo de aquí! ¡Ahora!

Después de tragar, Milo la observó con ese brillo en los ojos que daba entender que no estaba de ánimos para ser cacheteado ni violentado de ningún modo.

El instinto de Shaina lo sintió a la defensiva, cosa que hizo disminuir considerablemente su tono de voz.

—No puedes hacer esto —espetó, igual de molesta.

—¿Hacer qué? —quiso saber—. Ya he entrado a tu casa, nos hemos acostado en tu cama y en la mía, ¿y me reclamas por hacer caso omiso de tus subordinadas?

—Claro que sí —espetó ofendida, pero más que todo, preocupada—. ¿Acaso no estamos escondiéndonos? ¿No es eso lo que ambos acordamos? —ironizó, luego chasqueó la lengua—. Pero supongo que eso a ti no te ha de importar. Lo que le pase a mi reputación con esto, ¡te ha de parecer divertido! —se burló con enfado.

—¿Tu reputación?

Mierda...

—A diferencia de ti —decía entre dientes—, y todos los Santos que creen que es divertido revolcarse con una amazona... una mujer que cubre su rostro es denigrada por el simple hecho de ser vista sin su máscara.

Sintiéndose mal ante la verdad en eso, Milo casi se insultó a sí mismo. Lo había olvidado, a decir verdad todo ese rollo de las amazonas era tan lejano a él, que difícilmente recordaba por qué las guerreras femeninas se esmeraban en mantener sus máscaras cubriendo sus caras aun si con ello lograban poner en peligro sus propias vidas.

El asunto de que Seiya había sido el primer hombre en ver a Shaina sin su máscara, el que ella había decidido amar en vez de matar y recibir como pago un rechazo silencioso... ponía a Milo muy pensativo. Por no decir molesto. Y no precisamente contra el Santo de Pegaso a quien culposamente agradecía por no corresponder a los sentimientos de Shaina...

—Y mejor no hablemos de entregarse sin haber un compromiso —refunfuñó Shaina entre dientes, como si todo lo que habían estado haciendo fuese una denigración.

Eso dolió.

En poco tiempo y sin la menor consideración, Milo ya comenzaba a entender cómo se sentían las chicas que había tomado y luego desechado sin compasión alguna.

El karma era terrible... y la maldita perra atacaba con todo, cuando menos te lo esperabas.

—Tienes razón.

Shaina parpadeó confundida.

Shaina parpadeó confundida

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𝓔𝓵 𝓓𝓮𝓼𝓮𝓸 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓐𝓶𝓪𝔃𝓸𝓷𝓪 | 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora