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—¡¿Por qué no me dijiste que la señorita Saori no quería ser molestada?! ¡¿Sabes el ridículo que monté llamándola?!

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—¡¿Por qué no me dijiste que la señorita Saori no quería ser molestada?! ¡¿Sabes el ridículo que monté llamándola?!

—¡Usted se fue sin dejarme terminar de hablar! ¡Es su problema!

—¡No! ¡Es tu problema!

Ante esa tontería, Seika rodó los ojos.

—No lo es —rezongó no tan alto para ser un grito.

—¡Sí lo es! ¡Y por tu osadía y tus descuidos te ordeno que limpies todas las escaleras!

«¿Eso también va para tu incompetencia?» Seika se tragó el insulto como pudo.

—¡¿Me oíste?! ¡Aquí no eres más que un gato callejero que la señorita Saori recogió por lo que Seiya hizo por ella! ¡Pero eso no te da el derecho de vivir aquí sin hacer nada! ¡Así que más te vale que esas escaleras brillen antes de que la señora llegue! ¡Holgazana!

Soltando aire caliente proveniente de su cerebro echando fuego por no haberle respondido como se merecía, Seika se levantó dispuesta a cambiarse de ropa.

Aunque se sentía molesta, no pudo encontrar palabras para replicar.

En teoría podía elegir entre hacer caso o no a las palabras de Tatsumi, Saori no la reprendía por holgazanear, pero de cierto modo lo que decía el calvo era verdad.

Era Saori quien pagaba las cuentas de hospital de Seiya y la comida en la mesa de Seika junto a otras cosas necesarias en su canasta básica personal como perfumes, cremas, zapatos, ropa, toallas sanitarias entre otras cosas que Seika no conseguiría tan fácilmente sin su ayuda y sin, por lo menos, dos empleos. Además, por el otro lado, se aburría si no hacía nada útil salvo cuidar a Shaina mientras Marin salía de la mansión, lo que de rara vez pasaba... como hoy.

Lo meditó un poco con la cabeza más fría.

—Nada te cuesta ser un poco más amable al pedir ese tipo cosas, grandísimo patán —gruñó Seika poniéndose un camisón negro sin mangas por encima del pantalón pescador de licra azul cielo, se puso unos tenis antiderrapantes y se amarró el cabello en una coleta alta que dejaba escapar algunos mechones rebeldes.

Desde que no se había cortado el cabello en meses, las puntas de este ya lograban rozar media espalda.

Seika lo decidió. Bajaría y limpiaría, le llevaría aproximadamente 3 o 4 horas terminar la tarea dada la longitud, el número y el tamaño de las escaleras esparcidas por la mansión, pero, no se le caerían las manos. En un antaño había tenido que cargar cubetas con agua durante todo un día y luego preparar una cena.

Esto-no-era-nada. Nada.

Sólo temía por su autoestima si alguno de los invitados la viese trabajando como una empleada más, cosa que presagiaba desde ese momento si limpiaría las escaleras por horas.

«Tampoco es como si yo les hubiese atraído» se desalentó ella sola.

Estar con Marin y Shaina era tan pacífico como deprimente para Seika, pues ambas lucían tan preciosas e inalcanzables en todo momento, que ella no podía evitar sentirse como un sapo alrededor de muchas flores aromáticas y resplandecientes. Un ser que no destacaba no por error a su lado.

Era como si diesen a entender que el motivo por el cual las amazonas usaban máscaras era para evitar tentar a sus compañeros debido a que, como los Santos que antes Seika había visto, ellas eran agraciadas como las ninfas.

A pesar de sus naturalezas guerreras era algo indiscutible que Marin y Shaina eran hermosas como mujeres.

Marin, por ejemplo, tenía unas piernas y un trasero por el que muchas matarían o desfallecerían en el gimnasio por obtener, sus brazos, aunque fuertes, también eran femeninos, y su piel permanecía pálida a pesar de haber estado bajo el sol durante horas entrenando arduamente.

«¿Usará bloqueador solar?» se cuestionó Seika, «¿de qué tipo? Yo quisiera uno».

Y luego estaba Shaina, que con o sin embarazo era la personificación de la belleza en dos pies. Curvilínea antes de ser madre y seguramente después de serlo también. Los pechos de la italiana eran la envidia pura pues se habían agrandado con su estado alcanzando la talla de copa 36-C. El cabello verde ondulado relucía bajo el sol y sus ojos grandes eran hermosos, más aún con las pobladas y largas pestañas.

¿Y qué tenía Seika? Era una chica japonesa con altura promedio, peso promedio y características físicas promedias, cabello reseco y con orzuela, manos maltratadas por los trabajos manuales antes de ser encontrada por Marin (y después también) y una piel llena de cicatrices que no tenían nada de heroicas. Pies pequeños y cenizos, ojos color marrón sin nada de particular y unos labios resecos y pequeños sobre los que ni el hombre más feo del mundo pondría los suyos.

Sí, la misión de desalentar cualquier intensión estúpida de ganarse las miradas de los hombres había sido un éxito. Concluyó sus deprimentes pensamientos sobre en lo mucho que le hubiese gustado ser un pájaro.

Cuando salió de su alcoba para ir al sótano por los instrumentos necesarios, no esperó encontrarse con el señor Aioria.

—Ah, Seika. Hola, es un gusto verte, ¿sabes por casualidad dónde está mi hermano?

Sí, definitivamente ningún hombre como ese iba a posar los ojos sobre ella para otro motivo salvo para pedir indicaciones a habitaciones ajenas.

—Por supuesto, es por aquí.

Sin decir nada entre ambos, pues no había nada que tratar, Seika acompañó a Aioria hasta el cuarto de Aioros.

—Este de al lado es el suyo y el de enfrente es el del señor Milo, sus pertenencias ya deberían estar adentro, ¿podría decírselo si lo ve?

—Claro, muchas gracias.

—Con permiso. —Seika hizo una reverencia corta antes de marcharse. «Como desearía ser un ave» pensó otra vez, suspirando con desánimo.

 «Como desearía ser un ave» pensó otra vez, suspirando con desánimo

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𝓔𝓵 𝓓𝓮𝓼𝓮𝓸 𝓭𝓮 𝓵𝓪 𝓐𝓶𝓪𝔃𝓸𝓷𝓪 | 🔞Donde viven las historias. Descúbrelo ahora