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23 de agosto, 2017.

El tiempo se ha ido volando desde que llegué a Lima y saber que ahora mi hermano es quien regresa, me llena de emoción. Conociéndolo, México será la mejor historia que haya tenido en toda su corta e impetuosa vida. Es un hecho que ha aprovechado cada rincón de la ciudad azteca.

Saco mi teléfono del bolsillo y escribo a mi grupo de literatura que no se olviden de enviar la tarea antes de la medianoche y prosigo con los últimos toques a la decoración para la bienvenida de Logan.

—¡Por fin! —exclamo. Me acerco a la mesa para coger nuevamente mi teléfono y tomar una foto a mi gran esfuerzo decorativo. Aprieto el botón para desbloquear y me topo con una notificación de Logan diciéndome que está a un minuto—. Mier...

Corro a apagar todas las luces y enciendo la linterna del teléfono. Voy por las velas para colocarlas en la torta de chocolate que mi hermano tanto ama.

Escucho el claxon y me aproximo a la ventana. Apago la linterna y cuidadosamente desplazo la cortina para que quien esté en ese auto no se dé cuenta de mi presencia.

Es Logan con un grupo de chicos.

Uno está sacando el equipaje del maletero, otro le alcanza a Logan un pequeño maletín del asiento trasero y si mis ojos no me fallan, el último se encuentra en el asiento del conductor mirando su teléfono. Quisiera disimular que no he visto el modelo del carro, pero es ineludible. El coche es exactamente igual al de Alex. Mismo modelo, color e incluso con las lunas polarizadas que este tiene. Necesito saber si el conductor es él. Las coincidencias no existen y si ese vehículo es suyo, quiere decir que... Despierta, Sofia. No puede estar aquí. 

Dejo de pensar en semejante bobada y contemplo la despedida de los muchachos. Todos suben y ni bien se colocan en sus posiciones, el auto arranca con velocidad.

Logan camina hacia la puerta de entrada y antes de ir embalada por el pastel, memorizo la placa. Enciendo las velas y me pongo frente a la puerta. 

¡En 3, 2, 1 y...!

—¡Bienvenido a casa! —chillo.

—¿Y las strippers? —pregunta serio. Logan tira sus maletas al piso, ríe y sopla las velas—. Ahora véngase para acá, mi renegona.

Lo abrazo fuerte y huelo su el aroma de su perfume, aroma que extrañé durante estos meses.

Me despego de Logan y desenrollo sus brazos de mi cadera.

—Por lo que veo, se te ha pegado esa manía —Dirijo mis ojos hacia mis caderas—. Quiero creer que no has dejado ningún crío por allá.

—Y yo quiero creer que mi queridísima hermana permanece intacta y virgen —asiente.

—Estás viendo a la mismísima frente a ti.

—¡Uf, qué susto! Pensé que ya nos estábamos quedando sin santos —Logan se sienta y pasa el dedo en la torta—. Tú y tus manos mágicas jamás decepcionan. Ven, nos tenemos que poner al día.

Me coge de las manos y tomamos asiento.

Logan y yo éramos fanáticos de sentarnos en el suelo durante toda nuestra infancia y parte de nuestra adolescencia. Era el momento en que nos poníamos parlanchines y nos contábamos todo. Pero lo dejamos de hacer por los cambios que tuvimos en nuestras vidas. Aprecio demasiado que haya hecho esto, me encanta. Es tiempo de recuperar lo perdido y tenernos el uno al otro como antes.

—Aquí me tienes —me siento. 

Estamos frente a frente y la torta de chocolate en medio de nosotros. Analizo a mi hermano de pie a cabeza y noto lo demasiado que ha cambiado en estos meses. Tiene el cabello corto, el cuerpo más formado y decidió quitarse los frenos.

FuisteDonde viven las historias. Descúbrelo ahora