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25 de agosto, 2017.

La alarma resuena en toda la habitación. Me despierto y estiro mi brazo hacia la mesa de noche. Cojo el teléfono y desactivo la primera alarma. Entro a la lista de programación de ellas y quito todas las que siguen. Quisiera poder dormir más, pero mi cuerpo  debe de descansar sus ocho horas exactas. Además, no podría hacerlo porque estaría desperdiciando un día productivo y pese que sea domingo, hay mucho por hacer.

Me quito de encima la sábana y me levanto para estirarme. Un movimiento a la izquierda, uno a la derecha, otro adelante y termino dando uno para atrás. Esto es solo el comienzo. Camino hacia el ropero, saco mi ropa deportiva, una toalla y me visto. Voy en busca de mis audífonos y los conecto en mi teléfono. Pongo diez minutos en el cronómetro, música en modo aleatorio y empiezo con la rutina de ejercicios dominicales.

—Aquí vamos.

Respiro profundamente y exhalo con lentitud unas cinco veces. Tiro la toalla a la cama y prosigo haciendo un split en el piso y me mantengo en esa posición durante dos minutos. Cambio de actividad y lo acabo con una posición de yoga llamada Urdhva Dhanurasana o conocida como la araña. Me deben de quedar unos minutos. Y como si mi lista de canciones supiera lo relajada que necesito estar, suena Perfect de Ed Sheeran y me dejo llevar con el tiempo que resta. Cierro los ojos y al ritmo de la canción, mi cuerpo accede al área de concentración y serenidad.

Y cuando pienso que todo va bien con mi día, una llamada de Logan ingresa para alterarla.

—Dime —bufo al micrófono. 

—Llamo para decir que ya estoy en casa —dice agitado. Por la manera que habla, es un hecho que hoy le ha dado duro a su rutina—. Vine con unos amigos a desayunar. Si gustas te subo el desayuno.

Logan y yo estamos acostumbrados a hacer ejercicios los domingos y es lo poco en común que tenemos aparte de combinar los snacks.

—Muchísimas gracias, pero estaba a punto de irme a duchar. Ve adelantándote.

—Vale. Te esperamos —responde uno de sus amigos y cuelgo.

Qué confianzudo.

La música vuelve cuando finaliza la llamada y tras el corte de concentración gracias a Logan, desciendo al suelo y tomo la toalla. Me seco y salgo de la habitación para la segunda parte de la relajación: una rica ducha fría. Desearía que el pasillo estuviera en completo silencio como suele estar los domingos, pero a cambio de esto, escucho parloteo y risas.

Me aproximo a la baranda que da vista para la sala y observo a mi hermano que está sentado en el mueble con sus amigos. Justo con los dos que le ayudaron con sus maletas. ¿Qué habrá pasado con el tercero? ¿O nunca hubo uno? Quizá me equivoqué y no era parte del grupo, sino un simple conductor. Tanta vueltas le di al tema del auto para que termine en solo una ilusión.

Aclaro mi garganta con fuerza y todos se percatan de mi presencia.

—¿Pasa algo? —Logan da un sorbo a su vaso con yogurt.

Niego con la cabeza.

—No —respondo toda fría.

—Tú eres la famosa Sofía —dice uno de ellos.

Ah, así que tú debes de ser el confianzudo.

—Respeta, Patrick —mi hermano le da un golpe en el hombro.

—Disculpa a este ser que llamo hermano —comenta el otro con una voz muy idéntica a la de Patrick—. Por cierto, mi nombre es Raúl.

Si no fuese por Raúl que acaba de hablar, estaba segura que era Patrick el del teléfono.

—Un gusto conocerlos.

—El gusto es nuestro —Patrick me alza su vaso con jugo de naranja como si estuviera haciendo un brindis—. Y por lo que veo, también eres una de nosotros.

—¿Confianzuda? —pregunto.

Patrick mira a Logan y mi hermano ve a Raúl.

—Iba a decir atlética —responde Patrick—. Pero creo que estás enfrentándote a la persona equivocada.

Raúl levanta su mano.

—Fui yo —Me mira con miedo y le sonrío para bajarle la preocupación—. No creí que fuera cierto lo que me dijo Logan.

Sé cómo me describe Logan. Puede decir que soy la persona más dulce del mundo como también la más aguafiestas. Pese a eso, cada persona es dueño de lo que piensa y habla de la otra y respeto eso. Ahora me queda escuchar lo que dice Raúl.

—¿Que soy directa?

—Amargada —dice Raúl—. Cosa que no lo eres. Luces totalmente lo contrario.

Que venga de Logan, entiendo. Pero de una persona desconocida, no. Froto mi nuca como si me estuviera doliendo y pongo cara de adolorida para disimular mi incomodidad.

—Gracias —contesto—. ¿Seguirán acá? Porque iré a ducharme rápido y los acompaño, si no les fastidia.

—No, en absoluto —habla Logan—. Más bien, te iba a decir que esperes un rato que el baño...

No lo dejo terminar y me largo de esta bochornosa escena.

—Me agrada. —Escucho decir a Patrick mientras me alejo.

Qué manera para más desagradable de conocer a alguien. No había pasado por algo similar desde que invité a salir a Peter Denilson, un viejo amor de la escuela. Tenía quince años y estaba cansada de que todas mis amigas me dijeran que una mujer debía de estar en la espera de un hombre que la invite a salir, a comer o así sea para estar sentados en un parque, era el hombre quien debía de hacer todo eso. Como estaba harta de esos actos del siglo diecinueve, me atreví a invitarlo. No por un mensaje de texto, no por una red social, sino a la vieja escuela. Cara a cara. Pero no resultó como lo esperaba; Peter salió conmigo a cambio de dinero que mi hermano pagó.  Logan sabía lo tan esperanzada que iba a conseguir una cita con Peter, pero era imposible que una de las ñoñas de la escuela pudiese salir con un popular. El típico cliché escolar. Lo decepcionante viene cuando me enfrento a Peter y me dice que nunca daría una oportunidad a una chica resentida y anticuada como yo. Me lamenté por varios días, por ser tan ingenua y por pensar que en una sociedad tan machista, iba a salir victoriosa.

Me detengo frente a la puerta del baño y miro a Logan en el pasillo. 

—¡Sofia, no entres!—grita.

Entro sin hacerle caso y oprimo el seguro para asegurarme que no tenga acceso. Giro y pego mi sudoroso cuerpo en la puerta cuando me quedo atónita ante la presencia del presunto conductor de ayer, enrollándose una toalla en su cadera.

—Señorita.

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