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6 de setiembre, 2017.

Trazo un par de rayones en la hoja que tengo en la mesa de la cafetería, tiro el lapicero al no soportar mi pensamiento sobre qué pasó con Alex hace unos días. Abigail da una mordida a su sandwich y como si fuera un agente FBI, examina el papel, tratando de conseguir respuestas.

¿En serio pensó que armando esa escena de borracho arrepentido caería en sus brazos? Estaba ebrio, estaba irreconocible. ¿Y ahora me quiere después de desaparecer por un largo tiempo? Alexander Sanguinetti, debiste de habérmelo dicho en su momento.

No conocía la consecuencia que tendría el amor sobre mí, pero lo supe al conocerlo. Es increíble cómo un sentimiento puede ser tan poderoso y tener control sobre nosotros, llevándonos hacia lo más alto de la felicidad hasta a lo más recóndito de la perdición.

Estaba loca por él, estaba atrapada en mis pensamientos y Alex formaba parte de ellas, consumiéndome poco a poco. No sabía cómo sacármelo de la cabeza, estaba veinticuatro horas al día, siete días a la semana. No había día que no dejaba de pensar en Alex. Sé que pude haberlo evadido y seguir con lo mío, pero esta es la vida real, no podemos soltar completamente a alguien donde lo hubo todo, y así lo haya ocultado todo el tiempo, estaba enamorada.

Abigail me despierta de mis pensamientos preguntándome si estoy bien y le respondo asintiendo la cabeza.

—No parece —mira la hoja.

—¿Y quién eres tú para suponerlo?

—¡Ya vez! —Abigail me apunta—. No estás bien. Se nota por los rayones qué está pasando esa indefensa hoja.

Necesito a alguien para poder soltar esta carga y la única persona que sabe acerca de Alex, es Logan, con quien he podido ser un libro abierto con respecto a este tema. Quiero decírselo a Abigail, desde el día en que la conocí, aunque no sé si sea el tiempo de contarle, peor aun si la causa de mi molestia es su hermano.

Si dije que quería restablecer cosas de mi vida, como volver a encontrar la confianza en una persona, Abigail debe ser la indicada, así esté tomando el riesgo de que me vuelvan a fallar, lo haré.

—Te equivocas, estoy bien, solo que... —Paro de hablar, miro la hoja y la arrugo con furor.

—¡Basta! Por esto, talan cientos de arboles —dice Abigail, quitándome el papel—. Hay otras formas de poder controlar la ira, pero esta no la es. —Me enseña la hoja y la tira al basurero que está a su lado—. Y ahora vas a tener que cerrar los ojos.

—¿Y respirar profundamente contando uno? —le pregunto.

—Sabía que eras inteligente, pero no tanto —es lo que dice, tirando su mirada hacia Raúl y sus amigos.

—También sabía que lo eras —digo, acompañando su mirada hacia ellos y prosigo—, aunque no tanto para dejarte llevar por esos tarados.

—Tú hermano forma parte de ellos.

—Por eso lo digo —río.

—Me pregunto quién será el tarado líder —me pregunta.

—Yo tengo clara mi respuesta.

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