"¡Déjala ir!"

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Los horribles gritos de la mujer inundaban en auto que acabábamos de robar. De vez en cuando sentía que pateaba mi asiento. No podía evitarlo, me estaba arrancando los pellejos de los labios, algo que odiaba hacer pero no podía controlar, principalmente cuando el estrés lo ocasionaba. Durante los primeros 20 minutos de viaje la mujer y yo le suplicamos a Thomas que no le hiciera nada, incluso le pedí a Christian que lo convenciera pero él no apartó la vista del camino ni una sola vez, ni siquiera se dignó a decirme algo. Actuaba como si yo no estuviera a su lado. Thomas nos había aventado su camisa. Una sola vez fue suficiente para arrepentirme de voltear a verlos. La blusa de la mujer había sido rota para dejar al aire sus senos y había logrado quitarle toda la ropa de la cintura para abajo. Thomas no se había molestado en hacer lo mismo, pues solo se había desabrochado el cinturón para empezar a penetrarla.

Yo estaba llorando con los ojos cerrados por aquella pobre mujer, por mí, por lo impotentes que ambas éramos. Me tapé los oídos con las manos en un intento de disminuir los horribles gritos y súplicas que lanzaba la mujer.

– Ten –Christian me extendió la camisa de Thomas, no lo había escuchado pero sentí su tacto sobre mi piel–. Límpiate la cara. –empecé a hacer lo que me había ordenado cuando escuché fuertes golpes que provenían de la parte trasera. Me giré con brusquedad para ver qué era lo que estaba pasando.

– ¡No! ¡Déjala! –Thomas le estaba dando un golpe tras otro en el rostro el cual ya lo tenía lleno de sangre, y si continuaba así la mataría. Estaba segura de que para ese momento ya le había roto la nariz, incluso algunos dientes– ¡Déjala ir! –intenté pasarme hacia el asiento trasero para detener el puño del pelinegro pero Christian me detuvo por la cintura con una fuerza increíble. Frenó violentamente y fui a estrellarme contra el estéreo del auto– ¡Déjala ir! ¡Déjala ir! –Thomas me miró antes de darle otro golpe. Sonrió. Se quitó de encima de la mujer, abrió la puerta del auto y la bajó agarrándola por los tobillos, justo como lo había hecho conmigo después de la balacera pero con la diferencia de que ella no luchaba, apenas y podía moverse. La dejó caer al suelo.

– Siéntate y ponte el cinturón de seguridad –me dijo Christian. Me acomodé en el asiento pero fue lo máximo que hice–. Ponte el cinturón. –repitió. Giré mi cabeza sobre mi hombro derecho para ver por qué Thomas tardaba tanto en regresar al auto. El hermano mayor estaba apuntándole a la mujer con el arma directamente en la cabeza.

– ¡NO! –abrí la puerta pero Christian me sostuvo de un brazo tan fuerte que me lastimó. Me quedé paralizada al escuchar un disparo. Entonces Thomas apareció a mi lado.

– Ya la dejé ir. –sonrió de oreja a oreja. Intenté golpearlo pero fue más rápido que yo. Me tomó por la muñeca y me sacó del auto solo para volver a meterme, pero esta vez en la parte trasera, donde las maletas aún estaban manchadas de sangre la cual pertenecía a la mujer ahora muerta sobre el pavimento.

Durante un buen rato Thomas estuvo haciendo bromas de mal gusto e intentando manosearme. No supe en qué momento me quedé dormida.

Unos rápidos movimientos me despertaron. Mi cabeza rebotaba ligeramente sobre lo que al principio creí que era el hombro de Thomas pero al abrir los ojos me di cuenta que eran sus piernas. Justo frente a mi cara el hermano mayor se estaba masturbando. Al darse cuenta de que lo estaba viendo me tomó por el cabello para evitar que moviera mi cabeza. Por instinto le di un puñetazo en la entrepierna que lo hizo gritar de dolor y llevarse ambas manos a ese lugar, lo que aproveché para incorporarme y sentarme hasta el asiento del lado contrario.

– ¡Eres un maldito cerdo asqueroso! –grité sin poder evitar que varias lágrimas salieran de mis ojos. Thomas levantó su dedo índice como diciendo "espera un segundo" dejó que su cabeza cayera hacia atrás moviendo su mano cada vez más rápido. Tenía náuseas, muchas náuseas– ¡Christian, quiero ir enfrente!

– ¿Qué? ¿Qué pasa? –giró su cabeza, al ver lo que su hermano estaba haciendo se estacionó a un lado de la carretera. Abrí la puerta del auto y corrí unos cinco metros hasta que me detuve, no iba a intentar huir, solo quería estar lejos del pelinegro. Me doblé por la mitad poniendo mis manos sobre las rodillas, sentía que iba a vomitar. Christian puso una mano sobre mi espalda baja.

– ¿Por qué tanto lío? –Thomas estaba bajando del carro mientras se abrochaba el pantalón–. Tú intentaste escapar y no te he violado, deberías agradecer que esto es lo único que te he hecho.

– ¿Estás bien? –me preguntó el castaño, su voz demostraba que estaba preocupado.

– ¡No! –me incorporé y di unos pasos lejos de él– ¡Tu puto hermano –señalé al susodicho– se estaba masturbando literalmente en mis narices! ¿Y quieres que esté bien?

– Hubiese preferido que fuera como en las porno –dijo Thomas– y me la hubieses mamado.

– ¡Thomas! –lo regañó Christian–. Es tu turno de manejar –le lanzó las llaves y sin mucho esfuerzo el otro las atrapó en el aire–. Vamos, sube al auto. –intentó tocarme el brazo pero me alejé de él.

– ¡No! Yo no vuelvo a estar en el mismo lugar con ese idiota.

– ¿Cómo me llamaste? –el hermano mayor dio un paso hacia mí indignado.

– ¡Thomas! –Christian lo miró furioso–. Cállate y acomoda las maletas de nuevo en el asiento trasero que no creo que vaya a querer acostarse otra vez –el pelinegro refunfuñó antes de hacerle caso. El otro hermano me miró–. Ya falta poco para llegar, te va a encantar.

– ¿A dónde vamos?

– Es una sorpresa.

– ¿Podemos detenernos en algún baño?

– Puedes orinar aquí, –abrió los brazos refiriéndose a todo el lugar el cual estaba desierto– nadie está pasando.

–Creo que ya me va a bajar... Sí es así debería ponerme una toalla. –Christian pensó por unos segundos.

– De acuerdo, pero sube al auto otra vez –al ver mi cara intentó tranquilizarme–, él no va a estar de nuevo a tu lado, lo prometo.

– Lo odio. –eso le sacó una ligera sonrisa.

– Sí, yo también, a veces, pero es mi hermano, ¿qué puedo hacerle?

– Mandarlo a matar, como él lo hizo contigo. –soltó una carcajada. Me dio unas palmaditas en el hombro y subimos de nuevo al vehículo. Obviamente yo en medio, con las maletas de un lado y Christian del otro.

– ¿Por qué se tardaron tanto? –preguntó el pelinegro molesto.

– Necesito que pares en el siguiente centro comercial que veas –dijo Christian ignorando la pregunta de su hermano–, no hemos comido nada desde ayer.

– Bien. –arrancó el carro.

Más allá de las letras #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora