La noche

1.2K 120 17
                                    

Montse y yo nos llevábamos bastante bien. Al principio Christian no confiaba en dejarnos solas, pero al darse cuenta de que sólo hablábamos de cosas de chicas terminó por aburrirse y darnos nuestro espacio cada vez más.

– ¿Cómo conseguiste trabajar aquí? –le pregunté un día–. Digo, eres apenas unos años mayor que yo. –Christian estaba lo suficientemente lejos para saber que no nos escucharía.

– Pues una vez Thomas me vio montando un caballo en mi pueblito y me contrató.

– ¿Thomas? ¿Él...? –al instante supuse que la tenía ahí bajo amenazas.

– Bueno, nos hemos acostado un par de veces... Pero sospecho que no soy la única, pareciese que solo viene aquí para tener sexo y ya.

– Querida, créeme que solo le importas cuando quiere sexo.

– ¿Cómo lo sabes?

– Lo conozco. –me alcé de hombros.

– ¿Haz estado con él?

– ¡Dios no! –me horroricé.

– Claro, tú estás con su hermano, ¿no?

– Yo... –me empecé a morder el labio–. No estoy con ellos porque quiero –me miró sin entender–, hace meses me secuestraron...

– ¿Qué? –miré a Christian con miedo a que hubiese escuchado el grito de sorpresa de mi nueva amiga.

– Ellos... Yo no soy de aquí, vivo a muchos kilómetros de distancia. Me alejaron lo más posible de mi estado para que fuese más difícil encontrarme.

– Oye... Esta broma no me está gustando para nada, por favor detente.

– No es una broma –la miré con seriedad–. El día que llegamos mataron a una conocida mía y no sé en donde ocultaron el cuerpo. Son unos psicópatas. –me estaba esforzando mucho en no alzar la voz.

– ¿Es en serio lo que me dices? –preguntó cada vez más convencida.

– Lo juro por mi vida.

– ¿Y por qué estás tan tranquila?

– No lo estoy –mis ojos se llenaron de lágrimas–. He intentado escapar en varias ocasiones. Pero entre más calmada esté mejor me tratan. Muchas personas han muerto por mi culpa, no quiero más en mi conciencia.

– No puedes esperar que continúe mi vida como si nada. Tengo que ayudarte a escapar.

– ¿Qué? No. Si nos descubren te van a matar. –apreté su mano con fuerza. Sonrió tiernamente.

– No lo harán. No no se verán si salimos en la noche. Conozco al guardia de seguridad, podré distraerlo para que salgas. –no pude evitar abrazarla hasta impedirle respirar.

– Gracias, gracias.

– Tranquila, todo estará bien.

Lore, ¿qué pasa? –Christian corrió hacia nosotros. Me sequé las lágrimas mientras me alejaba de mi amiga.

– Nada, le recordé la muerte de Hachiko y se puso sentimental. –contestó Montse. No pude evitar reír mientras asentía.

***

Montse y yo habíamos planeado el escape un par de noches después. En el transcurso de esa semana tuvimos que fingir que nada raro pasaba. El día decidido estaba muy nerviosa.

Cuando estaba oscureciendo miré la hora.

– Oye –miré al castaño quien estaba trabajando en su laptop (sí, ya había intentado entrar a ésta sin éxito, además él me explicó que no había señal de internet ahí, lo que hacía era trabajar en Word y Excel)–, ¿hoy te bañaste?

– ¿Qué? –giró su cabeza hacia mí.

– Es que... No me lo tomes a mal... Pero hueles feo, como a sudor...

– ¿En serio? –levantó un poco su camisa a la altura del pecho y se olió.

– Y... Ya me quiero dormir... Pero... No me gusta tu olor justo ahora. –dije pareciendo lo más sincera posible.

– ¿Quieres que me dé un baño?

– Si no es mucha molestia. –me metí bajo las sábanas para parecer más convincente. El castaño me sonrió, terminó de escribir unas cosas, cerró la laptop, buscó su pijama y una toalla y entró al baño.

Esperé a que abriera la llave del agua para que no lograra escuchar mis pasos lentos ni la puerta siendo abierta. Caminé mirando a todos lados, rezando por no encontrarme a Thomas. Salí corriendo hacia el punto de encuentro con Montse. Vi una figura borrosa que me saludaba a lo lejos, no le devolví el saludo temiendo que no fuera ella. Sin lentes y en la oscuridad veía un carajo.

– Vamos, no tenemos mucho tiempo. –susurró cuando estuvo cerca de mí. Me tomó de la mano llevándome hacia el gran arco que tenía los nombres de los hermanos. Antes de que ella apareciera a la vista del guardia me dio las llaves del candado que cerraba la reja. Quería preguntarle cómo las había conseguido, pero no teníamos tiempo para eso.

– ¡Hola! ¿Cómo estás? –salió de entre los árboles sonriéndole al hombre.

– Hola, Mon, bien, aquí, vigilando, ¿y tú? –le respondió– ¿Qué haces despierta a estar horas de la noche?

– No podía dormir, –se encogió de hombros –así que decidí venir a ver a mi guardia favorito. –el hombre soltó una pequeña risa. Siguió sacándole platica hasta que logró distraerlo lo suficiente para que yo me acercara a la reja sin que me notara.

Logre abrir el candado, pero al intentar empujar la reja esta hizo un fuerte ruido metálico que llamó la atención del guardia.

– ¿Qué está sucediendo? –escuché su voz. Giré mi cabeza hacia él, apenas alcanzaba a ver su silueta pero podía apostar a que me miraba directamente.

– ¡Corre! –Montse me gritó. Intenté empujar la reja con fuerza pero esta apenas se movió, volteé en dirección al guardia quien se acercaba rápidamente a mí. No iba a tener tiempo de volver a empujar y pasar por el pequeño espacio que se crearía.

Corrí en dirección a la que creí sería la casa. Si regresaba antes de que Christian saliera de bañarse no podría probar que intenté escapar. Al escuchar los pasos detrás de mí tuve que desviarme entre los arboles para perderlo, lo cual hizo que yo también me perdiera.

Cada vez oscurecía más y yo veía menos. Corrí sin detenerme hasta que me costó trabajo respirar. El guardia ya no estaba cerca de mí. Me tapé la boca para poder toser haciendo el menor ruido posible. Correr con todas tus fuerzas cuando estás a menos de 10 grados no es buena idea. Empecé a caminar lentamente intentando ubicarme, pero todo lucía exactamente igual. Después de varias horas mis pies ardían, mis extremidades estaban congeladas y yo temblaba demasiado. Estaba a punto de tirarme sobre el pasto y dormir cuando una luz amarilla llamó mi atención. Al acercarme me di cuenta de que era un pequeño kiosko con sillas y mesas. Sin muchas ganas coloqué las sillas en una hilera para poder acostarme en estas. Cerré los ojos un segundo cuando una luz atravesó mis párpados, al mirar su procedencia noté que era una linterna, la cual una silueta llevaba en su mano. Podía ser el guardia de la reja, Christian o Thomas, no me interesaba, yo solo quería dormir y eso hice.

Más allá de las letras #4Donde viven las historias. Descúbrelo ahora