9. Cómo fracasar al testificar

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Al ver que el Manual del fabricante sabía de lo que estaba hablando en cada materia que yo había considerado, comencé a leer la Biblia con más y más interés. Un día me crucé con un interesante pasaje en el primer capítulo del libro de Hechos que decía: "Y estando juntos, les mandó que no se fueran de Jerusalén, sino que esperasen la promesa del Padre, la cuál, le dijo, oísteis de mí."
¿Cuál era la promesa? La Escritura continua explicando: "Porque Juan ciertamente bautizó con agua, más vosotros seréis bautizados con el Espíritu Santo dentro de no muchos días."
"¿Bautizado con el Espíritu Santo?" ¿Qué significaba eso? Nunca había escuchado nada de esto en la iglesia bautista, pero yo sabía que tenía algo que ver con el Espíritu Santo, porque en 1 Corintios 12:3 dice que "nadie puede llamar a Jesús Señor, sino por el Espíritu Santo". Y yo le había aceptado como mi Señor.
Yo sabía que había sido bautizado con agua en la iglesia porque me habían sumergido en el agua en el estanque de sumersión. Pero ¿Qué era este asunto de ser bautizado con el Espíritu Santo? La iglesia bautista no parecía tener nada sobre el asunto. Y cuando le pregunté a Ed sobre ello: "nunca he oído de ese asunto" de modo que relegué mi pregunta por un tiempo a un rincón se mi mente.
Yo me sentía satisfecho de que fuera como fuera yo tenía mis moradas reservadas en el más allá y que yo quería ir a morar en ellas uno de estos días. Jesús había pagado todo lo necesario, y ya que yo le había dicho que sí a a Él, Él nunca me rechazaría. Si el nunca me había pedido alguno que el Padre había colocado en sus manos, exceptuando aquel que tenía que prederse, Él no podía perderme a mi tampoco.
Yo estaba lo suficientemente seguro, pero seguía teniendo la impresión por la lectura de la Biblia y por lo que oía en la iglesia bautista de que se suponía que yo le dijera a otros acerca de Jesús, de modo que yo pudiera llevar algunos de ellos conmigo cuando me fuera al cielo. Yo traté de hablarles a otros acerca de Él, pero no podía hacerlo. Me sentía con la lengua trabada, yo no podía hablar delante de un grupo de más de una persona.
Me inscribí en un curso de seminario para aprender a testificar, en una de las iglesias de Baltimore. Pero no me ayudó en lo más mínimo, y después de un par de clases mecanizadas, tiré los textos a la basura y dije:"Señor, tiene que haber un método mejor para testificar que el plan de seis puntos de la Iglesia Bautista para llamar a las puertas de las casas." Cada vez que tocaba el timbre de una casa, yo oraba que no hubiera nadie en casa, era un ganador de almas en marcha atrás. Estaba muerto de susto
Aquellos que se presentaron esos sombríos domingos por la tarde, generalmente tenían una cara de aburridos, y me miraban enojados diciéndome: "Bueno ¿qué es lo que quiere?"
Yo había mostrado a la mejor sonrisa de domingo y había dicho con todo el entusiasmo que podía conseguir: "Mi nombre es Harold Hill, de la Iglesia Bautista." La gente me miraba como diciéndome: "Y a mi qué" y me imprecaron: "Ah, váyase. No lo necesitamos. Váyase"
Y yo me sentía disgustado conmigo mismo, lo mismo que ellos, y me disculpaba de haberlos molestado y agachando mi cabeza me alejaba. Yo informaba la iglesia diciendo: "He tratado de hacerlo, pero no es posible. No tengo ningún poder para testificar."
Y cuando les pregunté acerca del versículo en Hechos 1:8 donde Jesús prometió que recibiríamos poder Para testificar cuándo el Espíritu Santo viniera sobre nosotros, ellos me aseguraron que solamente había una medida del Espíritu Santo a disposición de los cristianos en el día de hoy, y esa fue la que yo recibí en la sala de Ed la noche que me convertí y fui salvo. Esa era toda la que habría de recibir, dijeron ellos, y se marcharon, moviendo sus cabezas ante mí estupidez y pensando a qué se debería que yo estaba tan entregado acerca de algo en la Palabra de Dios que ellos nunca habían notado.
Pero mi curiosidad había aumentado, y debido a mi estado de miseria al tratar de testificar, yo indagué a fondo en las Escrituras, así como lo había hecho cuando los miembros de la iglesia me habían dicho que no había tal cosa como que Dios sanara a alguien en el siglo XX.
No solamente leí la Biblia acerca de este bautismo, que se suponía que había de darme poder para testificar; yo doble además las rodillas en oración. Y muy pronto, lo que había estado en un rincón de la mente, pasó a ocupar un lugar de importancia.

Como vivir como un hijo del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora