17. Cómo ministrar sanidad

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Después de haber sido sanado, comencé a ver el poder de Dios obrando en la vida de otros.

Un atardecer, Jimmy, un hombre que había conocido en los Alcohólicos Anónimos, y yo fuimos guiados por el Señor para ir a la casa de otro miembro de nuestro grupo. Ella había regresado a casa desde el hospital de mujeres de Baltimore después de su tercera operación de cáncer en dos años. Los doctores habían decidido que ya no le quedaba mucho por cortar sin cercenarle la vida misma, de modo que le enviaron a casa a morir.

Su madre nos saludó en la puerta, y nosotros dijimos: "Hemos oído que Noemi estaba muy enferma, y nos detuvimos para ... bueno... para verla y... bueno... tal vez conversar con ella un momento." En realidad, no sabíamos por qué estábamos allí. Esta era nuestra primera experiencia en el ministerio de sanidad, solamente un par de simples ex borrachos a quienes Jesús había liberado y llenado con su Espíritu. Estábamos aventurándonos en este asunto.

Su madre no quería abrirle la puerta. "Ya no le queda mucha vida como para desear una visita", dijo ella. "Noemi está en muy precaria condición. Su cuerpo esta macilento, solo pesa treinta y nueve kilos, y yo creo que sería mejor si ustedes no la ven. Los doctores dicen que probablemente le quede una semana vida, eso es todo lo que falta."

Nosotros explicamos que éramos miembros del mismo grupo del Alcohólicos Anónimos al que pertenecía Noemi, y ciertamente no le podríamos hacer algún daño si estaba tan mal como ella decía. Prometimos no quedarnos mucho tiempo, y al fin su madre abrió la puerta y nos hizo subir hasta el dormitorio de Noemi. Lo que quedaba de ella tenía el aspecto de una cascara de naranja extendida sobre la cama, estaba tan demacrada y consumida, y su piel había adquirido ese color mortecino del cáncer. Noemi estaba muriéndose y ella lo sabía. No había ninguna duda al respecto. La muerte no podía estar a muchas horas de distancia.

Saludamos a Noemi y ella nos saludó a nosotros, y después que habíamos conversado un poco, el Señor comenzó a poner ideas en nuestras mentes.

"Dios nos ha mantenido sobrios con los Alcohólicos anónimos por varios años ya, ¿verdad?", le recordamos.

Ella dijo: "Si, es cierto."

Y entonces Jimmy compartió con ella de cómo Dios le había sanado de un tipo de alergia científicamente incurable. Fue como si Dios le hubiera dado una nueva piel, impenetrable a las materias químicas. Y yo le hable de cómo Él había reemplazado mi desintegrado disco de la columna por uno nuevo.

Ella escucho nuestros testimonios y dijo: "Esto es maravilloso."

Y yo dije: "Si Dios hizo eso por nosotros, ¿no crees que Él también te podría sanar a ti?" yo me sorprendí de las palabras al salir de mis labios, ya que no se me había ocurrido que Dios pudiera sanar a alguno que estuviera tan enfermo como ella lo estaba. En realidad, no fueron mis palabras. Ellas eran las palabras de ciencia que salían de mi boca por el Espíritu Santo.

"Bueno", dijo ella, "creo que tal vez Él podría. Nunca había pensado en ello."

"Bueno, sí, eso sería precioso." Noemi no tenía bastante energía como para demostrar entusiasmo.

Yo tomé una de sus manos y Jimmy tomó la otra, y su madre se quedó allí en completa incredulidad. Nuestra incredulidad, en ese momento, hacia juego con la de ella. De repente me di cuenta cabal de que íbamos a pedirle a Jesús que sanara un caso imposible.

Pero al fin la oración vino. Con labios indecisos. No fue una muy larga.

"Señor, algo ha hecho que este cuerpo este seriamente afectado. Pero sabemos que tú eres capaz de sanar y renovar aquello que ha sido destruido por Satanás, Jesús, por favor sana a Noemi. Gracias a ti." Entonces oramos brevemente en lenguas y dijimos: "Amen". Noemi dijo: "Amen", también, y eso fue todo.

Como vivir como un hijo del ReyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora