Eleven

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Los días de inventario de por sí ya son ho-rri-bles y su visita terminó de arruinar mi sábado.

Empecemos con lo tarde que se me hizo en la mañana; puse tres alarmas y no escuche ninguna, ¡ninguna!, así que tuve que ponerme lo primero que encontré e irme sin desayunar al trabajo. Corrí como loco cuando bajé del autobús y por accidente pisé un charco de lodo, lo malo de esto es que mis tenis eran blancos.

Cuando llegue a la biblioteca intenté limpiarme un poco en el baño y después seguí corriendo a mi nivel. Revisé la hora y había llegado justo en el límite de tiempo que tengo permitido.

Le ayudé a Elaine a terminar de acomodar los libros en los estantes y después saqué los papeles para el inventario.

Lo único bueno del día fue la visita de Emilio, he de confesar que me... emocionó. Fueron sólo dos minutos si acaso pero saber que vino tan temprano sólo para saludar me inyectó alegría en el cuerpo. En mi noche de reflexión llegué a la conclusión de que Emilio me atraía más de lo que me gustaría aceptar. Tuve que despedirme de él aunque no quisiera hacerlo, la señorita Cervantes me hubiese ahorcado si demorará más tiempo.

Luego de estar encerrados cuatro horas en una oficina haciendo cuentas y miles de notas, salimos para tomar nuestros puestos normales. Elaine me contó que Niko le había dejado de contestar los mensajes. Supuse que era debido a lo atareado que estaba con la sorpresa de venir a México, así que tuve que inventarle que su celular se había descompuesto, obviamente no me creyó pero al menos ya no hizo más comentarios al respecto.

Tuvimos una avalancha de gente por la tarde, parecía que a todos los del municipio se les ocurrió ir a la biblioteca al mismo tiempo. En parte me alegraba ver que aún no se perdía tanto el interés por los libros, pero también sufría horrible con quienes revolvían los libros o no seguían las reglas del lugar. Poco después de las 8 pm la gente comenzó a disminuir considerablemente.

Estaba separando los libros por secciones cuando escuché su voz, su maldita voz.

— Te faltó este –susurró a mis espaldas.

Me tense tanto que podría audicionar para un papel de piedra. Lentamente me di vuelta hasta estar cara a cara con él. Estaba mucho más alto de lo que recordaba, vestía ropa ajustada de color negro, lo que lo hacía ver más pálido.

— ¿Qué haces aquí? –logré decir con un nudo en la garganta.

— Quería verte.

— Bueno, ya lo hiciste, ahora vete por favor –regresé mi vista hacia los libros.

— Joaquín... Por favor. Sabes que necesitamos hablar –caminó hasta ponerse frente a mi de nuevo.

— ¿De qué Mauricio? ¿De cómo me dejaste cuando más te necesitaba acaso? No gracias.

— ¡Yo no quise dejarte! Fueron mis padres los que me alejaron de ti, créeme.

— Como sea, las cosas están mejor así –suspiré— Tú por tu lado y yo por el mío.

— ¿De verdad vas a dejar que esto terminé así?

— Tú dejaste que esto terminará de esta manera desde hace tiempo –dije ahora con los ojos llorosos— Ya vete, me estás quitando el tiempo.

— Me voy a ir, pero no voy a dejar que esto se quede así –buscó mi mirada— Regrese por ti y no pienso darme por vencido tan fácil, me conoces

Dejó el libro que tenía en mano en la mesa donde estaban los demás y se fue. Quería llorar de enojo, de frustración, de tristeza. Él no podía hacerme esto, no después del daño causado.

Terminé mi turno siendo un lío de sentimientos y corrí a casa sin importar que estuviese lloviendo. Llegué empapado y Renata se preocupó; me metí a bañar sin contestar sus preguntas. Duré mucho tiempo en la ducha y tuve que salir debido al hambre que tenía, hasta ese momento recordé que no había comido nada en todo el día.

Bajé a la cocina y me hice unas sincronizadas junto con un licuado.

— Hoy vi a los Mariscal –soltó Renata repentinamente— Al parecer se van a mudar de nuevo.

— Mauricio fue a verme a la biblioteca.

— Wow, se atrevió...

— No lo quiero de nuevo en mi vida, Ren.

No quería llorar, pero tampoco pude contenerme. Ella se acercó a envolverme en un necesitado abrazo.

Mauricio fue la persona que más feliz me hizo durante mucho tiempo, pero también quien más daño me ha hecho. Y yo no podía perdonarlo.

Lo peor de todo es que vivían tan sólo a unas calles, y conociéndolo, no se detendrá hasta que hablemos. Y aceptar de que ya no soy ese chico que se dejaba manipular por todos, tenía miedo de que aún tuviera poder sobre mí.

Ojalá se hubiera quedado en Suiza para siempre.


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Antes que nada quiero ofrecerles una disculpa por tardar tanto en actualizar. Por una parte están las votaciones (que gracias a Dios ya se cerraron los E) y por otra, mis bloqueos creativos.

Esta muy cortito el capítulo pero espero sea de su agrado. Presiento que se le va a juntar el mandado a nuestro Joaquín.

También quería agradecerles por que cada vez somos más, amo todos sus comentarios, me hacen muy muy feliz :')

Realmente espero que estos días vuelva a actualizar con normalidad.

Les amo un montononon. ♡

Mery.

Anatomía || Emiliaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora