Fifteen

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Emilio

— ¿Cómo se encuentra hoy joven Emilio? –dijo Paty mientras colocaba el desayuno en la mesa.

— Bien Paty, muchas gracias –tomé asiento en el comedor— ¿No está papá?

— No, salió muy temprano, dijo que tenía muchos pendientes hoy y va a llegar muy tarde.

— Está bien, gracias por informarme. ¿No quieres sentarte a desayunar conmigo?

— Sabe que no tengo permitido hacer eso.

— Las reglas están para romperse Paty, además nadie te puede decir nada –comí un poco de fruta.

— ¿Usted señor abogado me está diciendo que no respete las reglas? –me miró con simpatía.

— Bueno no es lo mismo una regla que una ley –sonreí.

— De todas formas ya desayuné joven Emilio, gracias – me dedico una sonrisa y se retiró.

Hoy tengo demasiadas cosas que hacer, empezando por lo más difícil que es convencer a mamá de que tome sus terapias, luego sobrevivir un día más en la universidad, recoger la pintura de Joaquín y después llevarla a la galería, esperando que no me mate por lo que voy a hacer.

Terminé de desayunar y entré a la recamara de mamá, aún dormía pero aunque no quisiera despertarla tenía que hacerlo.

— Buenos días –dije mientras me sentaba a la orilla de su cama y le daba un beso en la frente.

— Buenos días Emilio, ¿qué necesitas amor? –dijo aún somnolienta.

— Le llamé a la tanatóloga y la invité a la casa para que puedas hablar con ella.

— Insistes con eso...

— Yo te amo muchísimo pero ya no puedes seguir así, te estas haciendo daño tu sola y... necesito a mi mamá de vuelta –acuné su rostro con mi mano— A Romina no le hubiese gustado verte así.

— Pero Romina ya no está.

— Ella no pero Kiko y yo sí.

— Kiko prefirió irse con su padre.

— Porque ya no soportaba verte de esta forma, ni los gritos de mi padre, y créeme que si yo sigo en esta casa es por ti, así que por favor mamá... luchemos por salir adelante.

Ella me miró y segundos después me abrazo sollozando.

— Está bien, te prometo que voy a dar todo de mí para que tu y yo salgamos adelante –se separó— Pero tenme paciencia, esto no es fácil para mí.

— Lo sé –suspiré— Te amo.

— Y yo a ti Daniel –sonrió, y su sonrisa bastó para alegrar mi corazón.

— Odio que me digas Daniel –reí— Me tengo que ir a la universidad –me despedí con otro beso en la frente— Te veo en la tarde.

— Suerte.

Tomé mi mochila, me puse un abrigo y busqué a Rogelio para que me llevara al campus.

Anatomía || Emiliaco Donde viven las historias. Descúbrelo ahora