Capítulo 1

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14 años antes

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KONGPOB

La casa frente a Kongpob parecía salida de una película. Era terriblemente inmensa. Y para un niño de cinco años, fue como una mansión imponente alzándose delante de sus pies.

Kongpob apretó con fuerza el tirante de la mochila que traía a cuestas, en ella había un osito de peluche, justo igual al de Nana, su hermana mayor, y Hume, su segunda hermana. Él era el único que iba tomado de la mano de su madre.

Los cuatro llevaban cerca de quince minutos de pie frente esas puertas altas de madera oscura. Su madre estaba visiblemente ansiosa al igual que Nana, pero Kongpob y Hume estaban felices, en cierta forma.

Hume estaba impresionada por la majestuosidad de esa mansión, y enamorada de la atención tan gratificante del chofer que los había llevado en aquel elegante automóvil negro del año.

Kongpob, por su parte. Le encantaba la idea de por fin poder ver a su padre más de dos veces a la semana como había sido en sus cortos cinco años.

Por fin las puertas se abrieron, y el interior era más increíble que la fachada de esa casa cara.

Había un recibidor inmenso, jarrones con flores en cada esquina, un piso reluciente y un candelabro brillante en el techo. O al menos eso fue lo que captó la atención de Kongpob hasta que la voz de un hombre mayor hizo que girara la cabeza hacia su madre.

— ¡Al fin llegaron!—. Esa voz, Kongpob conocía esa voz.

— ¡Papá!—, gritó Hume. Y los ojos de Kongpob encontraron a la persona a la que su hermana se refería.

Su padre salió de uno de los pasillos no visibles desde la puerta de entrada, venia vestido con saco como si acabara de regresar de un viaje de negocios, y traía en sus manos tres cajas envueltas. Kongpob sabía que tenían esas cajas.

Regalos. Siempre tenían regalos. Así había obtenido a su osito.

Su padre dejó esas cajas en el suelo e inmediatamente abrió los brazos. Hume fue la primera en correr hacia él, perdiendo el temor que esa casa elegante daba, después Nana, y por último, Kongpob se atrevió a ignorar al hombre que les había abierto la puerta y que aun tenía los ojos fijos en su madre, para correr al encuentro con su padre.

Su madre les había dicho que esa casa iba a ser su nuevo hogar. Que por fin iban a tener una familia como tanto les había prometido. Y Kongpob estaba feliz en brazos de su padre, contento con la idea de poder verlo fuera de casa. De incluso, al fin poder enseñarles a sus amigos que su padre era real y no los había abandonado como ellos tanto decían.

En medio del recorrido, mientras su padre y madre deambulaban por la casa y hablaban de cosas a las que la pequeña mente de Kongpob no prestó atención, Hume le pidió a su padre pode ir por su cuenta a ver el resto de la casa, algo a lo que, poco después, Nana se le unió. Su padre fácilmente aceptó, pero, como era usual, su madre terminó incluyendo a Kongpob.

—Bien, pero lleven a su hermano—, dijo ella y al instante, Nana se quejó al igual que Hume. Las niñas suspiraron con desgane, aceptando las condiciones de su madre.

Kongpob fue abandonado poco después de que Hume y Nana descubrieran el piso superior. En esa casa había más habitaciones de las necesarias. Casi todas abiertas y libres para curiosear. Pero mientras sus dos hermanas mayores no dejaban de correr en los pisos superiores, Kongpob se quedó comiendo una barra de chocolate en uno de los sofás del primer piso, aunque claramente no había sido por voluntad propia.

— ¿Quién eres?

Kongpob giró la cabeza, sus manos llenas de chocolate al igual que su boca se abrieron al ver al niño más atemorizarte que había conocido. Tenía el cabello firmemente peinado, un arete como esos niños a los que su madre había prohibido que Nana se acercara, y una mirada aterradora.

Podría ser menos complicadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora