Capítulo 11

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Moví mi dedo índice sobre la mesa, golpeteando con ritmos irregulares la superficie plana. Mi madre conversaba conmigo acerca del porqué su generación era mucho mejor que la mía.

Estaba mordiendo mi mejilla interna, conteniendo las ganas de atacarle. Quería discutir, a decir verdad, pero un lado mío estaba desesperado por evitar a toda costa cualquier argumento, pues eso conllevaría permanecer en el comedor mucho más tiempo del que me apetecía.

Vega se había levantado ni bien la conversación se tornó algo fría y distante. Era como hablar con una pared. Estaba segura de que mamá debía de opinar lo mismo respecto a mí.

—Supongo que algo bueno debe de haber —dije, tratando de concluir con un suspiro.

Mamá pareció satisfecha, por lo que me sonrió con burla. Oh, por supuesto que no había hecho eso.

—Pero la nuestra sigue siendo mejor —agregué.

Por supuesto que no pensaba eso, pero le molestaría y yo con eso me daba por bien servida.

Su sonrisa desapareció y la mía se ensanchó. ¡Venga!

—Estamos hablando sobre la crianza respetuosa —comencé—. ¿De verdad estás de acuerdo con golpear niños para educarles? Qué poca paciencia y responsabilidad.

—Si no entiende, lo mejor es hacerlo —defendió ella.

Fruncí el entrecejo, incrédula—. Es que no tiene sentido. Es un niño; debes repetirle las veces que sean necesarias.

—Ahí está Archer —apuntó mamá, repitiendo como mantra su experiencia propia que no podía faltar en ninguno de los debates que habíamos tenido; al menos en ninguno de este tipo—. Una vez intentó hacerme una rabieta porque vio que los otros niños lo hacían y conseguían lo que querían. Pero nada más lo intentó, le pegué en la casa y santo remedio.

—¡Claro! Porque es meterle miedo a los niños. Eso podría generar traumas.

—Archer. —Le llamó ella a mi hermano mayor, quien estaba en la cocina fregando los trastes—. ¿Te traumé?

—Pues... —carraspeó—, no.

—Ahí está —festejó mi madre.

Bufé. No tenía sentido tratar de explicarle, por enésima vez, el porqué ese método era ambiguo, cruel y erróneo. ¿Cómo podía explicarle a alguien que hablar desde la experiencia personal desmerita por completo un argumento?

—La misma Biblia lo dice, al hijo hay que darle con vara.

Mis ojos brillaron con ilusión, pues había dicho lo que estaba esperando que dijera.

Hace unos días atrás, leía acerca del tema y me sorprendí con la información que encontré. Ese texto bíblico no hacía referencia a la violencia física, sino a la firmeza con la que un padre debe educar a sus hijos.

Abrí la boca, lista para compartir mi investigación, cuando ella se levantó de la mesa y se encaminó a la barra de la cocina. Por mi parte, le vi acomodar las cacerolas que irían dentro del frigorífico con cuidado.

Al final no hablé sobre nada más. Ya sería para la siguiente charla.

Mordí mis uñas, irritada. Siempre que discutía con mamá por trivialidades terminaba sumamente molesta. No encontraba la forma de controlarme. Esa mujer hacía que perdiera los estribos.

—¡Esas uñas! —gritó mamá, sobresaltándome por completo.

—Me asustaste —me quejé.

—Así tendrás tu conciencia.

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