Capítulo 28

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Con disimulo, bebí de mi vaso de agua mientras Vega nos contaba lo mucho que se había divertido en El Kad. Al parecer había sido una fiesta de verdad memorable.

—¡Y vi a Carrie! —señaló Vega, aún animada por la noche anterior.

A mamá pareció interesarle mucho más la charla ante la mención de la chica. Pero claro, era a quien más confianza de mis amigas le tenía. Además, Vega había hecho migas con ella.

—¿Cómo iba vestida? —preguntó mi progenitora.

—Era un vestido corto, de esos que van arriba de la rodilla —explicó mi hermana menor.

Entonces, yo dejé de prestar atención a sus palabras.

Una extraña pulsación retumbó dentro de mi pecho. Estaba nerviosa por dos razones. La primera era que planeaba mentir, diciendo que saldría a caminar para hacer digestión tras «comer mucho»; la segunda era que pensaba ir a buscar a Aiden.

No podía esperar más; tenía el cosquilleo en mis dedos desde el miércoles. Era urgente lo que debía comentarle. No podía esconderle mi relación por más tiempo o las cosas podrían complicarse, o peor aún: malinterpretarse.

Cuando Archer se levantó de la mesa tras haber finalizado su cena, yo le imité. No pasó demasiado tiempo para que mamá y Vega hicieran lo mismo. El latir de mi corazón aumentó tras cada segundo que pasaba. La taquicardia terminaría matándome un día de aquellos.

—¿Puedo salir a caminar? —dije al fin, mirando a mamá—. Estoy muy llena.

—Con cuidado —accedió ella—. Puede que haya gente afuera, pero está oscuro ya.

—¿Quieres venir, Vega? —le pregunté a mi hermanita, deseando internamente que me rechazase como siempre.

—No —respondió ella, cogiendo su teléfono móvil de la barra de la cocina.

Sonreí. Había salido bastante bien. Después de todo, las probabilidades de fracasar eran casi cero. Aunque ahora venía lo más complicado: enfrentar a Aiden.

«Tal vez debería esperar a otro día», pensé. «Ayer fue la fiesta de Kadet y quizá se haya despertado tan tarde como Vega. ¡Puede que ni siquiera lo haya hecho aún!».

Ni bien el pensamiento se plantó en mi cabeza, le desenterré con un carraspeo externo. No podía seguir huyendo, sino sucedería lo mismo que con el tema de Dulcinea y Gael; entonces, las semanas acabarían y todo iría de mal en peor.

Con las manos sudorosas, subí hasta mi habitación a coger un par de tenis y una chamarra. No hacía tanto frío como otros días, pero no había salido desde el viernes de mi casa. Quién sabe, tal vez hubiera una ráfaga de viento y yo ni en cuenta.

Al abrir mi placard encontré la caja de regalo que me había obsequiado Gael: tenía allí nuestro collar compartido. Sonreí, pensando en el rubio. Mi imaginación con él deambulando por ahí hacía que las cosas fuesen menos agobiantes.

Sin dudarlo, deshice el moño que se encontraba en la tapa y me coloqué la cadena de plata alrededor de mi cuello, llevando el dije en forma de medio corazón hasta mi boca. Suspiré, cerrando ambos ojos.

Era estúpida la cantidad de pensamientos negativos que abundaban en mi cabeza. Pensé que podría calmarme si pensaba en mi amigo, en su sonrisa, en su voz. En sus palabras de ánimo y cariño sincero. Y, tal y como lo esperaba, logré encontrar algo de paz entre tanto caos mental. Ese era el efecto que Gael tenía en mí.

Di varios saltos antes de cruzar la puerta principal de mi casa; estaba preparada mi mente y mi corazón para lo que fuera que estaba por acaecer.

Sabía que Aiden era una persona tranquila, así como que tenía una excelente facilidad para entender a los otros. A pesar de ello, la época en la que hablábamos tan continuamente pasó en un santiamén, pues esos últimos días apenas e intercambiábamos palabras en cuanto nos veíamos.

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