... Y después del largo camino, enmudeció un total de dos veces, tiempo suficiente para que le robaran sus sueños, y quizás fuera que los perdió por errores ciegos. Golpeando su alma, sin sangrar, ante sus mejillas secas pero saladas, y ante el reto de curar otra de esas heridas de verano. Incluso el dejar de hacer lo que más amaba le resultó insignificante ante tal lacra. Dejando caer una vez más, todo ese sentir, ya sin su majestuosa luz, por el precipicio sin fin, de los bellos sentimientos.
Lo peor, eran los ratos de soledad y se encontraba con su sombra para dialogar, y terminar relamiendo tal hervidero junto a sus más que preciadas cicatrices.
Y a mi nuevo yo, recién nacido, le sirvió de aprendizaje para borrar una identidad.