Se soltó, quizás sin saberlo, engañando incluso a su pasado y mientras caminaba cuesta arriba, en pasos tristes y cortos, serpenteando por la solana de aquél implicito lugar único, la espesa niebla tan caprichosa como siempre, abrazaba al escenario, acariciando a la tierra, escondiéndole con su pensamiento prohibido casi en el olvido. Una monótona soledad en silencio tan sólo rota por la compañía de sus perros, esos amigos que le enseñaban muy a su pesar, el camino de vuelta a sus cuatro paredes.
Y durante el recorrido se apiadaban de él esas rocas mentirosas que desaparecen y que ni el mismísimo tiempo sabe muy bien como.
Y al llegar, a ningún sitio, a ningún hogar y sin ocupar ese lugar sentido, más cuando se hacia a un lado, era el único momento en el que se acordaba de él, para él mismo. Y de nuevo, con algo inmaterial roto en el pensamiento. Con su alma relegada a conformarse con migajas y virutas candescentes, cual fuese el destino que le deparaba aquella perfección imperfecta, le tenía mal. Recopilando orgullo, miedo, un pasado muerto y olvidado, incluida la alucinación de una pequeña ilusión.
Confundido por el desorden de los vectores desubicados y cobardes, en este punto del segmento de la vida, de ellos, un imposible deseado, cayendo en el pozo de la marginación de sus ojos, de a dos velocidades distintas, de amor convertido en polvo por la racionalidad, de apetito sobre la sensualidad que imaginó coger y posarla sobre él, para entrar en calor juntos, a ritmo de besos dulces en su piel quitándole un vestido y dejándolo caer, para llevarla de viaje al cielo estrellado que guardó tanto tiempo para nadie más que ella. Quién si no, desde que la vió en sus ojos y su voz se grabó en él, provocando el aumento repentino en sistole y diastole. Y ya no pudo olvidarla.
Quizás ese fuera el problema, porque las manecillas del reloj avanzaban sin su compañía, ralentizando el entorno, el espacio, lejos del rojo y cerca del blanco.
Le quedaban sus miradas perdidas y sus lapsus, y su mayor enemiga azotando, ahora disfrazada y corrosiva, la soledad, acompañada de la ràbia. Alejándose el uno del otro por mirar hacia el suelo.
Por no disponer de una oportunidad para esconder sus manos en su pelo, robarle un beso tras otro, ubicar su orejita con mi lengua, hacer un tour por su cuello, mordisquear su hombro, sacar sus más que sobrantes ropas, liberarla de la ropa interior en busca de caramelos nuevos y mimar cada segundo de su entrega de la misma forma en que la gravedad hace bailar el agua, haciéndola aún más bella, atrayendo la atención de curiosos, con naturalidad, mientras llega un nuevo sol. Es entonces cuando dispones de una nueva oportunidad para iniciar algo bonito, con pasos bien dados por el nuevo camino y ver dónde te lleva ese deseo y anhelo de esta Navidad....D82