22. Ser niño

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12 de agosto del 2005.
Londres, Reino Unido.

La cena siempre estaba lista a las ocho en punto.

Una voz maternal llamaba a sus hijos dulcemente para que bajaran a comer y ellos, siempre obedientes, corrían hacia la cocina, donde el delicioso aroma de la humeante comida los atraía a la pequeña mesa del comedor.

Puré de patatas y pollo desmenuzado. A veces ensaladas diversas, pero sin importar de qué platillo se tratara, la comida de su madre siempre sabía a amor. Eran pequeños e inocentes, lo suficiente para otorgarle sabores a los sentimientos. Así como los alimentos que preparaba su madre sabían a amor, los caramelos sabían a alegría y el jarabe para la gripe era lo más cercano a la tristeza.

Todo en la escuela andaba en orden, le confirmaban los niños cada día. Las tareas seguían siendo aburridas, mas la hora del recreo lo compensaba. Les gustaba jugar al fútbol, de ahí la razón por la que regresaban a casa con restos de tierra en la ropa, y en ocasiones con raspones en las rodillas.

Y es que de eso se trataba el ser niño. Vivir despreocupadamente, reír todo el tiempo, jugar como si no existiera un mañana, mirar caricaturas en la televisión y no tomarle importancia a ninguna otra cosa.

Durante la cena, su madre solía contarles anécdotas muy graciosas, que rápidamente los tenían riendo a carcajadas.

Sin embargo, cuando el auto de su padre se estacionaba afuera, ella paraba de reír y les pedía que fueran a dormir, aferrándose a la excusa de que era tarde y al día siguiente debían despertarse temprano para asistir a la escuela.

Ellos no perdían el tiempo intentando convencerla de darles diez minutitos más, pues jamás funcionaba. Contrario a esto, le daban un beso en la mejilla y simplemente se iban a su alcoba.

En ese entonces, la otra cara de la moneda, aquella que eran incapaces de ver, salía a la luz.

Con un padre violento que llegaba insultando a su madre, embriagado, sin corazón.

Le tiraba del pelo y la empujaba; la insultaba a su antojo y la golpeaba hasta el cansancio; hasta el momento en que sus nudillos empezaban a arder y ella era incapaz de formular una oración sin que los lastimosos sollozos escaparan de su garganta.

Él la miraba, tendida en el suelo, con la cara ensangrentada y los ojos llenos de lágrimas; tan débil, tan rota... Llena de moretones y heridas que luego se reforzaría por cubrir con maquillaje.

Soltaba un último insulto hacia ella y finalmente se marchaba por el mismo lugar donde llegó, huyendo en su vehículo a una velocidad descomunal.

Y el reflejo del lavabo podía decirle algo que ya sabía, pero la imagen del par de pequeños durmiendo plácidamente, le gritaba a todo pulmón aquello que tanto temía.

DICKHEADS! (and apparently, a naive kid)  [ZIAM]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora