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Capítulo catorce | Tormenta

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Capítulo catorce | Tormenta

Capítulo catorce | Tormenta

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***

     Abro la nevera y tomo un yogurt de esos insípidos que le gustan a Lena. Siento que es lo único que mi estómago es capaz de procesar sin revolverse; todo lo demás que ingiero me cae mal. Otra cosa fastidiosa es que he tenido que echarme como tres kilos de maquillaje para cubrir mis ojeras y lo enrojecido de mi nariz, por miedo a que la pelirroja llegue a darse cuenta de mi estado.

     Elena no es tonta y me conoce, ha notado que no soy la misma de siempre; pero he logrado convencerla de que simplemente estoy atravesando esos días del mes y no me siento muy bien.
    
     Lo bueno es que hoy tuvo que ir al trabajo muy temprano por una cuestión de urgencia, así que tengo la mañana para mí. Para despejarme.

     No quiero preguntas ahora. Ya tomé mi decisión y no voy a cuestionarla. Es una decisión que duele pero que a la larga sé que va a pesarme menos, como todas las otras.

      Me siento en la barra de la cocina e ingiero el congelado yogurt. Realmente no tengo hambre, pero sé que no comer no ayudará en nada, así que devoro el contenido del envase mientras miro hacia la ventana.

     En algún punto mi mirada contacta con la pintura que cuelga de la pared y aprieto tan fuerte el vasito que se rompe.
 
     Me levanto y camino hasta la basura, donde arrojo el contenedor vacío. Luego me quedo de pie en medio de la sala , sin pensar en nada en específico, porque cuando pienso, recuerdo, y cuando recuerdo duele

     Así que decido hacer lo único que sé hacer para relajarme: escribir. Doy media vuelta para ir en busca de mi laptop, pero de pronto el timbre del departamento suena, haciendo que dé un salto y casi me caiga de culo.

     —Mierda —me quejo, pasando las manos por mi rostro varias veces. Debo lucir horriblemente mal.

     Al menos espero que sea Reese; me vendría bien la compañía de mi linda vecina la terriblemente honesta y sarcástica, quien sin dudas me sacaría al menos una sonrisa en este momento.

     He desarrollado una muy buena relación con Reese últimamente. Ella es como el toque perfecto de acidez que completa la extraña receta que somos la pelirroja y yo.

     Camino hasta la puerta arrastrando los pies.

      Y definitivamente no estaba preparada para encontrarme lo que veo cuando la abro.

     —Hola —murmura con su voz de muerte. Lleva una flor en su mano y la coloca frente a su nariz, ocultando su sonrisa. Trago. Su rostro luce mejor ahora que han pasado un par de días, pero aún se puede ver el enrojecimiento en su mejilla y marcas en sus nudillos.

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