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Capítulo tres | Rojo

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     Capítulo tres | Rojo

     Capítulo tres | Rojo

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***


   Veo cómo se mueven los labios del hombre que está parado frente a mí, y aunque lo escucho, no analizo lo que dice. No lo hago porque estoy más concentrada en embobarme con su apariencia.

     Tengo que alzar la cabeza para mirarlo. Nariz perfilada, bonitas cejas que enmarcan grandes ojos azules que no lo son completamente, tienen lo que creo es un toque de amarillo. Labios carnosos que seguro deben saber moverse muy bien y pestañas largas, del mismo color que su cabello, el cual resalta, radiante como una fogata.

     Es pelirrojo, pero no como Elena. El cabello de ella es rojizo oscuro, casi vinotinto con unos poquitísimos mechones más claros. El de este ser es puro fuego, entre rojo y anaranjado pero no chillón, parece como llamas que arden y me consumen.

     A su apariencia de muerte le agrega ese rastro de barba incipiente que combina con su cabello, aunque es un poco más oscura que este. Seguro que ha de sentirse muy bien contra la palma de la mano.
    
     Es atractivo. No. Tacha eso. Es mucho más que atractivo, es guapísimo, es...

     Oh Dios, esto no puede ser. De verdad no puedo estar babeando por el hombre que me golpeó la cara con la puerta... ¡Me golpeó la cara con la puerta!

     Reacciono y justo me doy cuenta de que su mano se encuentra a solo poco centímetros de mi rostro, incluso unas pocas chispas rojas salen de ella... ¡Este hombre está tratando de usar sus habilidades en mí!

     Automáticamente, golpeo su mano alejándola, eso nos hace reaccionar a los dos.

     —¡Atrás! —grito mientras que él soba su mano.

     —¡Ay! De verdad lo siento. No fue mi intención hacer que te cayeras, solo trato de ayudarte... —Oh señor. Su voz. Su maldita voz es tan indescriptible. Es un poco ronca, grave; como para derretirse.

     Bajo mis murallas un momento. Creo que sus manos aprovechan el desliz para volver a alzarse. Sacudo rápidamente, mi cabeza para aclarar mis pensamientos.

Esta no soy yo, yo no hago estas cosas, no me muestro débil y menos por alguien que acaba de dejarme en el piso.

Alzo la barbilla, altiva. Este hombre no me hará flaquear. Mi ceño se frunce.

     —¡Aleja tus sucias manos de mí, chico rojo! —chillo mientras lo señalo con mi dedo. Su expresión cambia un poco y hasta retrocede. Mantiene sus ojos en mí, y cuando creo se queda embobado mirándome, enarco una de mis cejas; eso llama su atención—. ¿Se te perdió algo?

     Él sacude su cabeza y se recompone. Entonces el dolor leve en mi rostro reaparece.

     Instintivamente, cubro mi nariz y definitivamente siento algo; donde antes no había nada ahora se encuentra un pequeño bulto. Lo bueno es que paso mi dedo por allí y aunque duele no siento ningún rastro de sangre.

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