Capitulo 1

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Alice

El aire se estampaba con ferocidad en mi rostro, las lágrimas de desesperación empezaban a estorbar mi vista; pero aún así seguía corriendo, buscándolo, esquivando ágilmente los árboles y otros cosas que estorbaran mi camino.

Hasta que mi mirada cayó en un cuerpo inerte, fría, vulnerable.... muerto.

Caí de rodillas frente al cuerpo del castaño, zarandeándolo bruscamente, sintiendo el frío de su cuerpo en con mi palma.

—Vamos Pan —rogué, en espera de una respuesta, sin dejar de moverlo— Peter Pan nunca falla.

—No me hagas esto —susurró, asustada, desesperada por una respuesta.

La desesperación pasó a ser furia, cierto rencor hacia el; no podía morir, no pudo haber muerto, debió haber esperado un poco más, debió esperar a que lo encontrara.

—Hice un viaje muy largo y terriblemente peligroso solo para salvarte —gruñó, mostrándole estúpidamente los colmillos— No te puedes morir así como así.

Lágrimas se deslizaban rápidamente por sus mejillas, estaba desesperada, ¿Qué se supone que debía hacer en casos como estos?

—No debes morir aún... —unos segundos de silencio, míseros segundos que le mostraron una ultima oportunidad, una última idea; arriesgada, tanto para ella, como para el— Me vas a deber mucho luego de esto, Pan

De la manera más fría y calculadora posible, enterró dolorosamente su mano en su propio pecho, sacando su corazón.

—¿Un corazón así servirá en alguien que tuvo un corazón tan podrido como el tuyo? —preguntó al aire luego de sacar su corazón del pecho, comparando el color rojo brillante del suyo, con el de Pan, todo apagado y triste.

Los examinó firmemente, y, sin perder más tiempo, tomó su corazón con ambas manos, partiéndolo a la mitad, soltando un grito casi desgarrador. Hizo el mismo procedimiento con el de Pan; enterrando una mitad de su corazón y el del otro (luego de unirlos) a su pecho, e imitó esa acción con Pan.

Era extraño, pero el corazón de igual manera bombeaba correctamente, sino, hubiera muerto, por lo que debía estar haciendo el mismo efecto con Peter ¿no?

Esperó una hora, tal vez más, pero parecía que su riesgo de muerte no lo había salvado. La pequeña rubia se acercó nuevamente a su pecho, dispuesta a recuperar su parte del corazón, rendida.

Pero una mano firme se aferró a su muñeca en el momento exacto en el que sus dedos rozaron el pecho ajeno.

Unos brillantes ojos esmeraldas, confundidos y adormilados, pero sin perder ese atisbo de dominancia y maldad la miraban fijamente, apretando levemente su muñeca.

—¿Quien eres? —fue lo primero que soltó el castaño con voz ronca, mandando millones de escalofríos a la fémina a su lado, soltándo su agarre, y sentándose lentamente, miró a su alrededor con cautela— ¿Cómo no estoy muerto?

—¿No me conoces? —la chica desvió la mirada con vergüenza fingida, mordisqueando su labio a la vez que volvía a conectar miradas— una lastima.

Su mano se aferró al cuello de su camisa, halandola al punto en el que ambas narices se rozaron.

—Para a penas haber revivido, tienes fuerza —susurró juguetona.

—No me hagas repetir mis preguntas, niña —susurró amenazador, manteniendo una extraña sonrisa ladeada en su rostro.

—Te he dado la mitad de mi corazón, y te he robado una mitad del tuyo, para, ya sabes, al menos mantenerlo completo; por lo que prácticamente ahora estamos conectados —explicó sencillamente, como si estuviese hablando de cualquier tema —por lo que, si mueres... yo muero, así que por favor, cuídate, no quiero morirme aún.

—¿Por que me salvaste?

—¿Por que no te salvaría?

—¿Cual es tu nombre?

—¿No deberías descansar de tantas preguntas? Acabas de vencer a la muerte, festeja, baila, corre; me siento en un interrogatorio —se quejó, levantándose del suelo, empezando a caminar lejos de él.

—¿¡A dónde vas!? —gritó, el aún parecía estar débil, por lo que a penas y pudo levantarse cuando ella ya estaba a una distancia prudente.

—¡A descansar! ¡Eso de salvar vidas cansa! —gritó en respuesta.

—¡Al menos dime tu nombre!

—¡Si nos volvemos a ver, si me encuentras! —volteó a verlo, sonriendo— ¡Tal vez te lo diga!

—Pues te encontrare... gato —escuchó de su parte, casi en un susurro.

Desaparecí entre la oscuridad del bosque, teletransportándome lo más lejos posible de Pan, sabiendo que en verdad sería en vano, pues, a fin de cuentas, era su isla, completamente muerta, pero con el tiempo volvería a ser la misma isla de antes.

Mi Pequeña Sonrisa Donde viven las historias. Descúbrelo ahora