Kreisler.

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Fue un mensaje.

Solamente eso.

Una simple frase que me destruyó la vida. O que me la arregló, quizá.

"A Linda le encantaría ir a una de tus exposiciones en la galería de arte"

Claro que yo jamás pensé que, conocer a uno de los compañeros de trabajo de mi madre una aleatoria noche de agosto iba a cambiar mi perspectiva acerca de todo lo que me rodeaba, en general.

Eran las siete de la tarde cuando mi pie derecho colisionó contra el suelo del interior de la Galería Kreisler.

Amaba ese lugar con todo mi espíritu. Se sentía como si estuviese en mi segunda casa. Rodeada de cuadros, de sentimientos, de experiencias. De arte, en general.

Anduve tranquilamente a través del pasillo que llevaba directamente hacia el corazón de la exposición, mirando las paredes con asombro. Sin poder casi ni entender cómo algo tan frágil y sin sentido como es un simple pincel es capaz de crear algo tan bonito, y a la vez intenso.

Mi madre estaba a mi lado, admirando mi admiración por todo lo que me estaba rodeando en esos momentos.

Él aún no estaba allí. Lo sabía gracias al leve murmullo que se escuchaba en la estancia proveniente del grupo de personas que esperaban la llegada del artista. Tal y como yo hacía.

No éramos muchos. Aproximadamente una treintena de almas que esperaban ser llenadas con un poco más de arte esa tarde.

— Te va a encantar, cariño — susurró mi madre cuando llegamos al lugar exacto donde tendría lugar la exposición.

Yo sonreí y le miré, tratando de mostrarle mi gratitud por llevarme a un sitio como aquel. A un sitio que era tan importante para mí.

Pasaron aproximadamente una decena de segundos cuando se escucharon unos pasos firmes chocando contra el suelo.

Y ahí estaba él.

Era un hombre que seguramente estaba rozando la mitad de los cuarenta pero que parecía indudablemente más joven. Podría haber pensado que estaba en el epicentro de la treintena, pero sabía que no era así gracias a la persona que me había dado la vida. Mi madre se había encargado de darme todo tipo de detalles acerca del hombre que iba a abrirse en canal para mostrar sus sentimientos plasmados en un lienzo ante un grupo de personas que ni siquiera conocía. Sabía que estaba casado. Y que tenía hijos. Y obviamente también sabía que no tenía la pintura como su trabajo principal, sino como una vía de escape.

Justamente como yo cuando se trataba de la escritura.

Vestía una camisa blanca que le cubría medio brazo y unos pantalones negros que se ceñían demasiado bien a su cuerpo. Iba tan elegante que casi me hacía sentir ridícula en mi pequeño vestido de flores que me llegaba hasta un poco más arriba de la rodilla.

— Bueno, primero de todo, quiero daros las gracias por estar aquí porque estoy seguro que la mayoría de vosotros teníais mil cosas mejores que hacer esta tarde.

Mi estómago se contrajo cuando escuché su voz. Jamás había escuchado a alguien que hiciese parecer tan jodidamente fácil escuchar en vez de hablar.

Era preciosa. De verdad que lo era.

Se escucharon algunas risas como respuesta a su presentación, incluida la de mi madre. En sus ojos podía ver que podría dar absolutamente todo lo que tenía simplemente por tener una noche a solas con él. La conocía demasiado, como si yo la hubiese visto crecer a ella.

Claro que yo nunca la hubiese culpado por ello, teniendo en cuenta al fantasma con el que tenía que dormir cada noche simplemente porque era demasiado cobarde como para salir de la rutina que llevaba siguiendo toda la vida. Aún así, mi padre no era malo. Quizá incluso era demasiado bueno. Pero nunca estaba en casa. Y cuando lo hacía, siempre se las ingeniaba para estar al mismo tiempo en cualquier otro lugar.

— Pero, como estáis aquí, voy a presentarme en el caso de que no sepáis quién soy. Me llamo Álvaro Gómez, y estoy aquí para tratar de mostraros quién soy mediante mis obras.

Su mirada se posó en mi madre, haciéndome sentir como la persona más invisible de todo el planeta. Le sonrió. Le sonrió solo a ella a pesar de estar en una habitación llena de gente y entonces me hizo entender la razón por la que mi madre le miraba de la forma en la que lo hacía. Esa sonrisa. Nadie sería capaz de pasar de largo.

Álvaro destapó uno de los lienzos cubiertos por una cortina.

Lo que vi ahí pintado me conmovió. Me conmocionó demasiado, hasta el punto de no ser capaz de describirlo. Me hizo eco por dentro. Por el estómago y por la garganta. Por todos mis recovecos.

Lo único que podías ver era un niño. Un niño que nos miraba fijamente con una expresión que gritaba que había perdido todo lo que tenía.

— Este es el primer cuadro de la nueva colección. Se llama Sergio, que es el nombre de mi primer hijo.

Amé que no dijese nada más. Que no tratase de hacernos sentir de la forma en la que él se había sentido al pintarlo. Que nos dejase vivirle. Experimentarle.

— Está realizado con pinturas de óleo, con el menor número de tonalidades posibles.

Escucharle hablar así de algo que me gustaba tanto hacía que me temblase todo el cuerpo. Estaba en el lugar donde siempre había querido estar. En la galería Kreisler, rodeada de arte, y escuchando a una persona que amaba lo que hacía tanto que estaba segura que conmovería a cualquiera.

La exposición de Álvaro fue como un viaje a través de su desesperación. Cada obra que enseñaba mostraba a personajes con expresiones desoladoras, pidiendo casi a gritos una manera de salir de aquel lienzo. Y, quizá, esa era la metáfora de todo. Quizá así era como se sentía él. Encerrado.

No me cansé de escuchar su voz en ningún momento. Es más, casi sentí tristeza cuando me di cuenta de que el cuadro que estaba enseñando era el último.

Esas dos horas habían sido las más rápidas de toda mi vida, y me di cuenta de lo increíblemente cortas que se hacen las cosas cuando lo estás pasando bien.

No me miró en ningún momento. Ni siquiera de reojo. Ni de pasada. Fui solo una sombra para él. La pequeña figura que se encontraba al lado de su amigable compañera de trabajo.

— Ha sido un verdadero placer estar con todos vosotros. Espero que hayáis disfrutado la tarde tanto como yo. Buenas noches, muchas gracias por venir.

Y eso fue todo.

Esa fue la última frase que pensé que escucharía de él. Para siempre. Quizá hubiera sido mejor que hubiese sido así.

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