Afortunadamente el vómito no llegó lo suficientemente rápido como para manchar el impecable suelo de la sala. A Álvaro y a mí nos dio tiempo a salir casi corriendo hacia el jardín antes de que comenzase a expulsar por la boca todo lo que había ingerido en las últimas horas.
Agradecí que me acompañase. Que no se alejase de mí y me dejase allí tirada como si no fuese absolutamente nada. Porque, la verdad era, que él no tenía por qué ayudarme. Yo literalmente no era nadie importante en su vida. Seguramente mi existencia le traía sin cuidado. Y, aún así, había tenido la decencia de no dejarme sola.
Jamás había pasado tanta vergüenza. Sentía que ni siquiera podía mirarle a la cara mientras que estábamos sentados en uno de los bancos. No había nadie. El jardín estaba absolutamente desierto, cosa que agradecí. Ya había sido más que suficiente para mí que él me hubiese visto de esa manera.
Me estaba muriendo de frío. No me había dado tiempo a coger mi chaqueta y, obviamente, me negaba rotundamente a entrar de esa manera. Seguramente tenía todo el maquillaje corrido y estaba casi segura de que si me ponía a andar iba a empezar a vomitar de nuevo por culpa del movimiento.
— ¿No crees que deberíamos avisar a tu madre?
Lo dijo de forma suave. Como si no quisiese molestarme con el sonido de su voz.
Le miré sin decir nada al principio, con los ojos abiertos de par en par. Sin saber muy bien qué decirle.
Luego negué con la cabeza.
Me mataría. Si ella me veía en ese estado me mataría. Odiaba cuando me ponía así. Porque no, esa no había sido la primera vez.
— No, por favor — casi supliqué.
Me sentía como si estuviese al borde del precipicio, a punto de llorar. A punto de derrumbarme enfrente de él y explicarle todo lo que me hacía tanto daño.
Mi voz temblaba por el frío, pero también por lo frágil y vulnerable que me sentía en ese momento. Que él estuviese allí conmigo solo me ponía las cosas mil veces más difíciles. Me odiaba por hacerme eso a mí misma. Pero, lo peor de todo, es que me odiaba por haberlo hecho delante de él.
Álvaro rió suavemente, negando con la cabeza.
— Está bien, está bien. No le diré nada.
¿De verdad iba a hacer eso por mí?
Para él era mil veces más fácil dejarme ahí tirada, meterse dentro y avisar a mi madre. Pero no. Estaba ahí y quería quedarse ahí.
— ¿Me lo prometes?
Estaba demasiado borracha. Se podía notar a leguas. Yo jamás le hubiese hablado así si hubiese estado sobria.
Dejó de reírse de inmediato, como si estuviese intentando darle importancia a lo que iba a decir a continuación.
— Te lo prometo — insistió asintiendo con la cabeza.
Me hacía sentir en paz. Como si no tuviese que preocuparme en si podía confiar en él o no. Sabía que podía.
Yo sonreí, mirando directamente a sus ojos. No podía despegar mi mirada de la suya, parecía como si necesitase una fuerza sobrehumana para hacerlo.
— Te vas a congelar — murmuró, sin mover ni un solo músculo de su cuerpo. Parecía que había dicho eso para romper el hechizo que se acababa de formar, para dar a entender que la situación en la que estábamos envueltos no estaba del todo bien.
Me quedé paralizada, negando con la cabeza con suavidad. Tratando de no hacer ningún movimiento brusco.
— Estoy bien — murmuré.