Álvaro y yo hicimos el amor aquella noche. Porque, para mí, nunca se trataba solo de sexo. Siempre conllevaba algo más. Desde la forma en la que su mano permanecía como si estuviese clavada en la parte de atrás de mi cabeza a la manera en la que me besaba todo el rato mientras que poco a poco nos fundíamos sin escapatoria alguna.
Me costaba demasiado aceptar que yo no era más que su simple amante. Porque esa era la verdad, yo no era nadie. No era alguien importante en su vida, no era la persona a la que llamaría en caso de estar en una emergencia. Simplemente era la chica a la que recurría cuando ya sentía que no podía más. La persona que le permitía desahogarse cuando la vida estaba siendo demasiado.
Demasiado dura. Demasiado malvada. Demasiado insoportable.
—Álvaro... —murmuré medio tumbada en su pecho sin tener realmente esperanza alguna de que fuese a contestarme. Seguramente ya estaba dormido. Siempre se quedaba dormido después de nuestros encuentros. Y, para mí eso estaba bien. Me gustaba pensar que eso significaba que estaba en paz conmigo, que confiaba en mí lo suficiente como para permitir que le viese en su momento más vulnerable.
Él se removió un poco y yo miré hacia arriba, encontrándome de bruces con sus ojos marrones mirándome fijamente. Me sonrió.
—Dime —susurró mientras que me daba un ligero apretón en el brazo.
Yo miré al frente y negué con la cabeza, tratando de quitarle importancia a lo que yo misma había estaba pensando.
—Nada, es que... me estaba preguntando... —comencé a decir, dudosa de si realmente debía continuar con la pregunta que estaba a punto de formular—. Me estaba preguntando si yo significo algo para ti.
Álvaro expulsó una risa despreocupada y me acarició el pelo con las yemas de sus dedos. Le miré y asintió con la cabeza, comenzando a responder mi pregunta sin emplear ni una sola palabra.
—Claro —admitió con la voz más seria del mundo—. Eres la persona que me hace sentir libre.
Yo abrí los ojos de par en par y los dirigí a la ventana que se encontraba justamente encima de nosotros, incapaz de asimilar sus palabras. Jamás nadie me había dicho algo así. Y nunca podría haber imaginado que una persona adulta y sensata justamente como lo era él sería capaz de confesarle algo así a una cría como yo.
Entonces me incorporé para poder mirarle mejor, con una expresión de seriedad absoluta.
—¿Lo dices de veras? —pregunté con el ceño fruncido.
Él se sentó también a mi lado y me colocó el pelo por detrás del hombro. Se acercó lentamente a mí y dejó un suave beso sobre mis labios.
—Si, lo digo totalmente en serio —aseguró a milímetros de mi cara. Luego volvió a su sitio y se encogió de hombros con despreocupación—. Yo siempre intentaré volver a ti, Linda.
Entonces tragué saliva. Porque él me decía todas aquellas cosas pero al final del día siempre volvía a casa con su mujer. Nunca se había planteado abandonarla, jamás había pensado siquiera en pedirle el divorcio.
—Pero luego está ella —dije con la voz muy chiquitita para intentar así evitar que me escuchase.
Pero claro que me escuchó. De hecho, se puso de pie para arrodillarse en el suelo justamente delante de mí.
—Si, luego está ella —me repitió apoyando sus codos en la parte superior de mis muslos—. Pero ella a mí me da igual. Si estoy aguantando es por mis hijos.
Yo hui de su mirada y planté mis ojos en el primer cuadro que pude encontrar, que curiosamente era el que en la exposición había explicado que estaba plenamente dedicado a su hijo menor.
—No sé si puedo seguir así —confesé, dándome cuenta en esos mismos instantes de que para mí ya no parecía ser suficiente verle de vez en cuando algunos fines de semana.
Quería más. Necesitaba mucho más.
Y estaba segura de que eso era algo que él desafortunadamente no podía darme.
—Linda, tienes que entenderme. Llevo casado con mi mujer diez años. Soy consciente de lo que siento por ti, pero no puedo renunciar a mi vida por algo que técnicamente acaba de comenzar.
Yo asentí con la cabeza a pesar de que no estaba de acuerdo con él. No lo estaba, pero a la vez sí. No quería entender sus palabras, no quería darme cuenta de que Álvaro era innegablemente el que tenía razón.
—Ya pero es que yo estoy cansada de ser siempre la otra. Llevo toda mi vida siéndolo —murmuré, sabiendo que esa conversación podía ser capaz de acabar conmigo—. Yo también quiero sentirme querida. Yo también necesito que me quieran.
Álvaro frunció el ceño y puso una de sus manos en mi mejilla, haciendo que yo inmediatamente tuviese el acto reflejo de rechazar tal muestra de cariño. Porque él no me quería. Y esa era la realidad. Nunca iba a hacerlo. No iba a estar para mí en un plazo de diez años para preguntarme acerca de mi trabajo. No iba a casarse conmigo. Simplemente iba a acostarse conmigo en aquel sofá, ese era su único plan cuando se trataba de mí.
—Linda, estás pidiendo algo que yo no puedo darte. Al menos, no aún. Me has hecho sentir cosas que nunca nadie antes había logrado, pero yo tengo una vida que necesito conservar.
Entonces yo asentí con la cabeza. Él nunca me elegiría por encima de nadie. Él nunca daría todo por mí. Y yo estaba comenzando a darme cuenta de que la respuesta era positiva cuando se trataba de la inversa.
—Entonces ya no hay nada más que hablar —musité mientras que me ponía de pie para comenzar a vestirme—. Ya me ha quedado todo mucho más claro.
Sabía que lo que fuese que había entre nosotros, no iba a terminar bien. Lo había sabido desde el principio. No estaba segura de saber si aquel era el fin, pero lo cierto era que pintaba fatal.
—Realmente pienso que no me entiendes —comenzó a decir mientras que me tocaba el hombro con suavidad.
Eso hizo que enfureciese sin remedio. No era la persona más inteligente del universo, pero genuinamente sabía identificar cuando alguien me estaba rechazando.
—No te confundas, Álvaro. Te comprendo perfectamente.
Él me miró con una expresión suplicante y yo comencé a andar hacia la puerta con intención de salir de allí.
Ya me imaginaba que su respuesta iba a ser algo parecido a aquello cuando había preguntado en primer lugar, pero escucharlo salir de su boca había resultado ser peor a lo que me había imaginado.
—Yo te escogería mil veces por encima de mi mujer —admitió con la voz desesperada. Entonces yo me giré, esperando a que continuase hablando—. Pero cuando se trata de mi vida no puedo renunciar a tanto.
Yo asentí con la cabeza, mostrándole que, en realidad, yo sabía que tenía toda la razón.
—Y estás en todo derecho de no hacerlo. Pero yo no voy a poder aguantar esta situación por mucho más tiempo.
Entonces abrí la puerta y noté como mis ojos comenzaban a llenarse de lágrimas sin que pudiese hacer nada por evitarlo.
¿Quién era yo?
Mi padre se estaba muriendo y yo lo único que podía hacer era discutir con un hombre casado acerca de las posibilidades que teníamos de sobrevivir como algo más que simples amantes.
—Dios, Linda, tú nunca has sido mi segunda opción —murmuró justo antes de que yo cerrase la puerta.
Pero eso ya no me bastaba. Ya no me bastaban sus palabras.
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¡Hola!
Perdón por la tardanza y, sobretodo, gracias por esperar.
No estoy segura de si voy a ser capaz de continuar con esta historia ya que estoy 100% centrada en ARGAMASA, pero lo intentaré por vosotrxs.
Gracias por hacerme volver.
Besos ❤️