Solos.

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Tragué saliva cuando mi madre se fue, cruzando los dedos para que Álvaro no se diese cuenta — al menos no demasiado rápido — de lo realmente aburrida que podía llegar a ser.

— Pues, puedes volver a venir cuando quieras.  A otra exposición, ya sabes.

Su voz sonaba... ¿tímida?

No podía verme a mí misma en esos momentos, pero estaba segura de que se me iluminaron los ojos al escucharle.

Dirigí mi mirada al plato que tenía delante, huyendo de sus ojos.

¿Realmente lo decía enserio o lo hacía simplemente por cumplir?

¿Por qué un hombre como él estaría interesado en que alguien como yo fuese a una de sus exposiciones de arte?

Ni siquiera aportaba nada. No marcaría ningún tipo de diferencia si asistía o no.

Sentí como poco a poco la ilusión me iba consumiendo, convirtiéndome en la persona que tanto odiaba. La que trata de huir, siempre. No quería mirarle. No quería ver la expresión de compromiso que seguramente tenía grabada en su cara.

Pero tenía que hacerlo. Debía hacerlo.

Mis ojos se clavaron firmemente en los suyos, anticipando mi respuesta. Mi sentencia. Pero todo rastro de dureza se escapó lentamente de mi cara cuando vi su expresión. Realmente parecía entusiasmado. Como si de verdad nadie nunca hubiese apreciado su trabajo como se merecía.

Sacudí mi cabeza, tratando de desechar cualquier idea negativa que podía haber cruzado mis pensamientos unos segundos atrás.

Él realmente lo decía enserio.

— Oh, claro. Me encantaría. ¿Cómo puedo enterarme de las fechas y demás?  Me haría mucha ilusión, de veras.

Dejó salir una pequeña sonrisa y se colocó las gafas bien ayudándose con su dedo índice.

— Bueno, pues si quieres puedo decirle a tu madre cada vez que haya una.

Sonreí.

De algo estaba segura, la única forma en la que él y yo podíamos tener algún tipo de contacto era a través de mi madre.

— O, no sé, si quieres puedes darme tu número para decírtelo directamente a ti — sugirió encogiéndose de hombros.

No estaba siendo una conversación del todo cómoda para él. Podía verlo. Estaba nervioso. No demasiado. Pero lo estaba.

Y odiaba que no se sintiese del todo cómodo en esos momentos porque, la verdad era, que yo sí lo estaba.

— Eso sería genial.

La idea de que él hubiese contemplado la opción de que yo fuese a una de sus exposiciones sin la persona que me había dado la vida me ilusionó. Quizá, después de todo, no me había visto simplemente como la hija de su compañera de trabajo.
Me gustaba pensar que en su cabeza nos había separado, que me había visto como alguien a quien le encantaba lo que él hacía, y nada más.

Sacó su teléfono móvil y me lo dio para que añadiese mi número.

Linda hija de Marta.

Se lo devolví.

— Perfecto. Te voy a mandar un mensaje para que tú también tengas el mío.

Yo asentí.

No podía esperar a la siguiente. Amaba tanto el arte que sentía que nunca podía obtener suficiente de él. Como si siempre necesitara más.

Mi madre siempre me decía que era insaciable. Pero, en todos los sentidos. Era todo o nada. Nunca podía dejar nada a medias, nada sin terminar. Me volvía loca si no lo hacía.

Cuando vi de reojo como mi madre se acercaba de nuevo a la mesa me sentí asustada de que nuestra pequeña conversación hubiese acabado simplemente ahí. De que pasase a convertirme en una parte del ambiente una vez más.

Pero, a la vez, fue un alivio. No sabía qué más decirle. No tenía ni idea de cómo rellenar los espacios que suplicaban dejar de serlo.

Es increíble lo bien que se siente estar en nuestra zona segura aunque la odiemos y estemos siempre deseando salir de ella.

Mi madre se sentó y nos sonrió.

— Lo siento, había cola.

Los tres dejamos salir una pequeña risa, quitándole importancia.

— Bueno y, ¿de qué habéis estado hablando?

Yo le miré a él. Y mi madre también le miró a él. Pero, él me miró a mí. A pesar de que llevaba toda la noche mirándola a ella.

— Pues... nada importante. Pintura, ya sabes.

Agradecí el hecho de que no mencionase que habíamos intercambiado nuestros números de teléfono. Quizá no debía, pero lo hice. Se sentía como si sus exposiciones se hubiesen automáticamente convertido en algo nuestro, y no suyo.

Ella rió suavemente.

Realmente la quería. Le tenía un aprecio que nunca sería capaz de describir. Era mi madre. Pero odiaba que se estuviese comportando así. Porque, a pesar de que pareciese que mi padre no existía, lo cierto es que sí lo hacía. Estaba ahí. Estaba en mi casa, seguramente esperándonos. Y, aunque sabía que no era capaz de culpar a mi madre por querer estar con otros hombres, también sabía que las cosas deben hacerse bien, y no a las espaldas de la gente que nos ama.

— Los artistas os entendéis bien entre vosotros.

Nosotros nos reímos, y juro que quizá nunca pueda olvidar la mirada que me dedicó escondida detrás de sus gafas. Era como si fuese la primera vez que alguien le entendía. Que alguien amaba el arte tanto, y de la misma manera en la que él lo hacía.

Y, realmente esa fue la primera vez que sentí que alguien conocía exactamente la manera en la que me sentía la mayor parte del tiempo.

Invisible.

Incomprendida.

Por Dios, ni siquiera mi padre se preocupaba lo más mínimo por mí, ¿cómo iba a sentirme?

Siguieron hablando hasta media noche. Hasta que ya no tenían nada más que decir.

Entonces al fin salimos.

A pesar de que era agosto, había una pequeña brisa que hacía que se me pusiesen los pelos de punta por debajo de mi vestido de flores. Esa es la forma que tiene el tiempo de avisarte que cada vez está más cerca el otoño. Algunas noches de agosto y septiembre.

Nos despedimos de él y justamente cuando me di la vuelta sentí una punzada en la boca de mi estómago. A día de hoy la traduzco como miedo a no verle nunca más, ya que la sentí más veces.

A mitad de camino me di la vuelta, justo cuando estaba a punto de perderle de vista. Estaba esperando que él hiciese lo mismo, que se girase y me mirase justamente a mí. Pero no lo hizo, por lo que seguí andando como si no hubiese pasado nada. Como si esa cena no hubiese causado nada en mí.

Y ahí es donde acabó el principio de nuestra historia.

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