Nos pasamos tumbados horas, incapaces de romper el hechizo en el que nos habíamos visto envueltos las últimas horas. Fue increíble, todo el asunto. Desde la manera en la que me trató, la confianza que compartimos después, hasta el momento en el que tuvimos que separarnos. Ninguno quería. Ninguno quería levantarse de aquel sofá que había sido testigo de todos y cada uno de los movimientos que habían construido el pecado más terrible que había cometido jamás.
Cuando nos subimos al coche, me di cuenta de que quizá ese era el momento más triste que había experimentado nunca. ¿Significaba que habíamos llegado al fin? ¿Ese era el final de todo el sueño? Porque sí, lo que acababa de pasar era un sueño para mí. Mi mayor deseo.
Le miré mientras que conducía. Todo en silencio, como si estuviésemos en un velatorio. Sepulcral.
— ¿Vas a arrepentirte de esto? — murmuré, sintiendo como poco a poco el miedo se encargaba de destruir todo lo que había creado en las últimas horas que había estado con él.
Él sonrió y me miró por una milésima de segundo, negando con la cabeza. Despegó su mano derecha del volante y la utilizó para coger la mía. Y, lo agradecí, lo agradecí muchísimo porque, en ese momento era lo único que yo necesitaba. Que estuviese conmigo. Que quisiera estarlo, justamente como me estaba demostrando. Hizo un camino que pareció eterno y rozó sus labios suavemente contra la piel que recubría la parte de atrás de mi palma. Haría eso por el resto de mi vida, estaba absolutamente dispuesta.
— No. No creo que lo haga nunca —contestó en voz baja.
Me di cuenta entonces que esa era su voz. Así de suave, así de dulce. Parecía que siempre estaba diciéndome algo que simplemente él y yo sabíamos. Algo que nadie más debía descubrir. Y eso lo era todo.
Yo reí, apretando un poco más la situación, casi bromeando.
—¿No crees?
Él apretó mi mano, jugando de una forma que me producía más ternura de la que podía soportar. Sonreí, sin poder creerme que algo así pudiese estar pasándole a alguien como yo.
— Linda, pocas veces he sido tan feliz como hoy.
Sentí como si me estuviese ahogando. Jamás hubiera esperado esa respuesta. Por su reacción a mi pregunta, creí que seguiría bromeando. Que me chincharía, y luego negaría todo y diría que, en realidad, lo había pasado muy bien.
Yo fruncí el ceño, odiando que estuviésemos teniendo aquella conversación en el coche, ya que él no podía devolverme la mirada.
— Bobadas. Seguro que tienes una vida increíble. Te mereces tenerla.
Me di cuenta entonces que yo no tenía ni idea de él. Ni de su vida. Ni de su familia. Lo que le estaba diciendo era lo que suponía de él. Lo que quería creer.
Negué con la cabeza, queriendo golpearme a mí misma por lo que acababa de decir. Si él fuese tan feliz, lo nuestro jamás hubiera ocurrido. Nadie se va de un sitio si es feliz.
Él rió con nostalgia y soltó mi mano. Creo que jamás me he sentido así de fría por dentro. No debería haber hablado. Siempre lo arruinaba todo. Y lo que menos quería era hacerle daño o arruinar lo que fuese que habíamos creado aquella tarde.
— Ojalá fuese así.
Yo miré hacia a un lado, sintiendo como poco a poco la magia que habíamos creado se escapaba por la rejilla de la ventana. Entrecerré los ojos, buscando desesperadamente alguna forma de arreglar el desastre que acababa de formar en menos de dos minutos.
Nos pasamos todo el camino así, sin hablar más, escuchando la canción de los ochenta que salía sutilmente de los altavoces de su impecable coche. Él paró el coche en doble fila, esperando a que me bajase. Pero, yo no podía dejar que se fuese así, yo no podía llegar a mi habitación así. La soledad me destrozaría, me haría pedazos.
Me quedé sentada allí por minutos hasta que al fin fui capaz de mirarle. Él también lo estaba haciendo. Y, para mi sorpresa, no estaba enfadado. Al menos, no lo parecía.
— Lo siento — susurré, mostrándole una pequeña sonrisa con el fin de convencerlo de que me arrepentía de verdad.
Frunció el ceño y se encogió de hombros.
— ¿Por qué?
Esa simple pregunta me partió en dos. Era la persona más buena y amable que había conocido jamás. No tenía odio por nadie, nada le molestaba tanto como para llegar al punto de enfadarse y no hablarte más. Le importaban las personas, los sentimientos, la felicidad. Su orgullo le daba igual.
Yo negué con la cabeza, siendo casi incapaz de mantener la mirada conectada con la suya. La mantuve fija en la radio del coche. Estaba sonando Time After Time. Quizá ya nunca sea capaz de olvidar esa canción.
—Por todo. Por ser así de idiota. Por preguntar siempre por todo y ser tan malditamente curiosa. No sé, simplemente lo siento.
Él se rió y alargó su brazo para tocar mi mejilla. Hizo que le mirase. Su expresión me estaba matando. Su intensidad, su manera de reconfortarme, todo.
— Eres humana. Es normal que quieras saber cosas de mí después de lo que ha pasado entre nosotros. Lo entiendo. Te entiendo.
Y, entonces yo le besé. Y me dio igual que estuviese en la puerta de mi casa y alguien pudiese vernos. Me dio exactamente igual. Simplemente quería sentirle. Porque era lo que necesitaba, porque lo había necesitado siempre. Cuando le sentí responder a mi beso pude sentir como casi me moría de la felicidad.
Cuando nos separamos, me miró con tanta intensidad que pensé que ya había visto todo lo bonito que la vida tenía para ofrecerme. Sus ojos parecían estar taladrándome por detrás de sus gafas redondas. Acaricié su pelo suavemente, viendo como él me sonreía de la forma más sincera que alguien lo había hecho nunca.
Me acerqué a él, con la intención de hablar en voz baja a pesar de que nadie pudiese escucharnos.
Estaba a milímetros de sus labios, pero, aún así, ninguno de los dos hizo nada. Simplemente estábamos ahí, expectantes a lo que yo tuviese que decir.
—Me ves — murmuré.
Me salió del corazón. Directo desde mis entrañas hacia afuera, hacia él.
Estiró los labios mientras que asentía con la cabeza, rozando suavemente su nariz con la mía.
— Siempre.
Y luego dejó un suave beso en mis labios y mi alma sanada, como si nunca me hubieran hecho daño antes.