Echo de menos todo.

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No hablamos mucho después de eso. De hecho, no volví a verle hasta que pasó toda una semana.

Me pasé todos los días estudiando y adelantando trabajos que tenía que entregar en la universidad por si acaso en el fin de semana él me llamaba y me preguntaba que si quería verle.

Eso nunca sucedió.

Álvaro no me escribió.

Y me sentí como si fuese la persona más estúpida del mundo, la más ingenua e infantil que existía.

Y, me di cuenta de que de algo debía estar completamente segura en esos momentos: si en algún instante había pensado que lo que había pasado entre nosotros había cambiado algo, me había equivocado hasta el fondo. Como siempre.

Me tiré toda la mañana del domingo mirando el móvil, esperando que en algún momento me apareciese una notificación suya. Una llamada. Un mensaje. Lo que fuese.

Después de mediodía llegué a la conclusión de que quizá era yo quien debía dar aquel paso. Que quizá era más lógico que fuese yo. Me tiré unos cuantos minutos pensando en ello, valorando si realmente valía la pena. Si era verdad que iba a servir de algo.

Hasta que, finalmente, lo hice. Busqué su número en la agenda de contactos y me puse el móvil en la oreja, esperando pacientemente escuchar su voz mientras que lo único que podía oírse eran pitidos.

Esperé durante segundos, con la esperanza real de que él descolgase el teléfono y me sacase de mi casa para llevarme a donde fuese.

Lo cierto es que no creo que estuviese obsesionada con verle, o hablar con él. Pero, lo que sí necesitaba desesperadamente era saber qué demonios éramos. Qué había pasado entre nosotros y, sobretodo, dónde nos colocaban nuestras acciones de la semana anterior.

Cuando estaba a punto de rendirme y colgar el teléfono con el fin de  olvidarme de él por un tiempo, Álvaro descolgó, y su voz se hizo paso a través de la línea.

—¿Sí?

Me estremecí al escuchar su voz después de tantos días.

Sonaba como si estuviese andando a cierta velocidad, ya que tenía la respiración levemente acelerada. Quizá no debía haberle llamado. Quizá debería haber esperado a que él diese ese paso.

— Hola. Soy Linda. ¿Te pillo en un mal momento? — murmuré, y casi quise golpearme en la frente por sonar así de tímida e insegura.

Él dejó salir una pequeña risa y juro que casi pude ver su sonrisa mientras que negaba con la cabeza y se tocaba el pelo.

— Sé quien eres.

El breve silencio que vino después me dejó tiempo para sonreír al interiorizar la frase que acababa de escuchar.

— Estoy en una comida con unos amigos de la carrera. Dime, ¿te ocurre algo?

Negué con la cabeza sin que él pudiese verme.

— No, no. Estoy bien. Llamaba simplemente por si no tenías nada que hacer y querías que nos viésemos.

Me sentí como la persona más sola y apartada del mundo en esos momentos. Aquel fin de semana había salido con mis amigas y demás pero, lo único que yo quería era verle a él. Y que no fuese a ser posible me ponía excesivamente triste.

— Pero, ya lo dejamos para otro día — completé la oración sonriendo a pesar de que lo único que quería era ponerme a llorar por haber sido tan tonta e infantil al haberle llamado.

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