Museo de Arte Contemporáneo.

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Así que, ahí estaba yo el domingo.

Sentada con las piernas cruzadas, esperando de forma casi impaciente a que Álvaro Gómez, compañero de trabajo de mi madre y del que podía jurar que ella estaba enamorada, viniese a recogerme.

Tenía la sensación de que, de nuevo, no iba a aparecer. De que me iba a dejar plantada como ya había hecho anteriormente. Odiaba pensar así pero, esa era la forma en la que me sentía.

Por suerte, no estaba en lo cierto. Supe que me había equivocado cuando vi en la parte de arriba de mi teléfono un mensaje suyo indicándome que estaba abajo esperándome.

Tenía el corazón en la garganta mientras que bajaba las escaleras. Había algo en lo más profundo de mi mente que me repetía una y otra vez que no estaba haciendo lo que debía, que estaba metiendo la pata hasta el fondo. Pero la necesidad de continuar y descubrir lo que la vida tenía para ofrecerme era mucho más fuerte que todo lo que estaba luchando por retenerme.

Me quedé casi paralizada cuando le vi dentro de su impecable Audi blanco esperándome a mí con sus gafas de sol puestas. Jamás hubiera pensado que estaría en una situación así. Por primera vez en mi vida alguien iba a perder su valioso tiempo para llevarme a un lugar que yo apreciaba de una forma casi insaciable.

Levantó la mirada cuando me acerqué al coche. Seguramente llevaba grabada en la mitad de mi cara una expresión de inseguridad y nerviosismo que era incapaz de ocultar en esos momentos.

Me sonrió, tranquilizándome casi de forma instantánea.

— Hola. ¿Cómo estás? — murmuró en el momento en el que me senté en el asiento del copiloto.

Yo le devolví la sonrisa, sin ser capaz de esconder la emoción que tenía dentro de mí en esos momentos.

— Mucho mejor que el viernes por la noche, la verdad.

Álvaro se echó a reír mientras que arrancaba el coche para ponernos en marcha.

Solamente hubo silencio. Solo se escuchaba el sonido de la radio intentando llenar los espacios huecos que existían entre nosotros dos en esos momentos.

— Me pasé el resto de la noche preocupado por ti, ¿sabes?

Abrí los ojos de par en par al escucharle.¿Acaso se estaba riendo de mí?. Era primera vez que alguien me decía algo así.

— ¿De veras? — pregunté posando por primera vez mi mirada en él.

Sonrió casi tímidamente y asintió con la cabeza sin despegar ni por un solo instante sus ojos de la carretera para mirarme.

— Te lo prometo. Estuve pensando en ti desde el momento en el que os dejé a tu madre y a ti en casa — aseguró con un toque de humor en su voz. Se sintió como si estuviese tratando de quitarle importancia a lo que estaba diciendo.

Pero yo no se la quité. No pude hacerlo. Porque para mí la tenía. Porque por primera vez había sido importante para alguien al menos durante una noche. Y, también, sobretodo, porque se había preocupado por mí. Solamente. No por nosotras.

Yo reí, aún así, para evitar que pareciese que me lo estaba tomando demasiado en serio.

— ¿Qué era lo que tanto te preocupaba? Sabías que habíamos llegado bien a casa. Nos viste entrar.

— Si te soy sincero, creo que tus padres. Te pasaste todo el camino vomitando en la parte de detrás del coche en una bolsa que te di, y tu madre no paraba de gritarte que eras una irresponsable. Me daba miedo pensar en lo que te diría cuando yo no estuviese delante o qué te diría tu padre cuando se enterase.

No pude evitar reírme al recordar ese momento. Ya casi se me había olvidado lo mucho que se había enfadado mi madre cuando nos vio entrando en la sala después de haber estado casi una hora a solas en el jardín. En realidad, yo sabía perfectamente que la razón por la que ella se había enfadado de esa manera no había sido mi estado de embriaguez. Sabía que se había puesto así porque nos había visto entrando juntos, después de un buen rato sin vernos a ninguno de los dos.

— No tendrías que haberte preocupado, mi madre se tranquilizó cuando llegamos. Yo me fui a mi habitación y ella a la suya y ahí se acabó la discusión. Ayer por la mañana ya se le había pasado todo el cabreo — le expliqué.

— Vaya, así que dormí mal para nada — dijo con tono sarcástico.

Yo me reí y negué con la cabeza, dándome cuenta irremediablemente que jamás había estado así de cómodo con alguien que acababa de conocer.

— Por cierto, perdón por lo del vómito — murmuré poniéndome una mano en la frente tratando de esconderme de mis propias acciones.

Estaba casi muerta de vergüenza otra vez. Lo cierto era que mi madre había tenido toda la razón. Yo era una irresponsable. Ya no era una cría y debía comenzar a aprender a controlarme cuando bebía.

— No pasa nada. Fuiste la persona más limpia del mundo, te lo juro. No había ni una sola mancha en el asiento de atrás — dijo de forma divertida mientras que negaba con la cabeza.

Amaba la forma en la que intentaba con todas sus fuerzas no hacerme sentir mal. Siempre que veía que estaba incómoda, o que me estaba literalmente muriendo de la vergüenza él simplemente cambiaba de tema. O hacía alguna broma para que me tranquilizase. Y eso, en ese tipo de momentos, para mí lo era todo.

— Dios, menos mal — suspiré mientras que dejaba escapar una pequeña risa.

Pasó un rato hasta que finalmente llegamos y me alegré al ver el nombre del museo. Museo de Arte Contemporáneo. Amaba el arte contemporáneo. Justamente como él parecía hacerlo.

— No me lo puedo creer. Solamente he venido una vez en mi vida pero me pareció espectacular — le dije cuando nos bajamos del coche y comenzamos a andar hacia la entrada.

— Sabía que te iba a gustar. Es mi lugar preferido del mundo, te lo prometo. Quería compartirlo contigo y me alegro mucho de que te guste.

Sabía que iba a ser uno de los días más bonitos de mi vida. En uno de mis lugares preferidos y con una persona que sabía que iba a disfrutar de la misma forma que yo.

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