-Doscientos cuatro-

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¿Han sido cursis alguna vez?

Ya saben, dedicar versos poéticos, regalar rosas, chocolates costosos... en fin.

No cualquier persona nos convierte en esta rara y algo estúpida sub-especie.

Por ejemplo, acabo de comprar un collar dorado brillante.

Es para Laura. Hoy nos veríamos después del instituto.

Realmente estoy muy nervioso, nunca he comprado este tipo de cosas. De hecho, nunca he comprado un collar para una chica.

La sutil cadena brillante, el delicado dije en forma de rollito de sushi y la corta descripción impresa a su reverso. Era perfecto para ella.

Sí, es algo super cursi y justo ahora era miembro oficial de aquella sub-especie de la cual les hablé anteriormente.

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Las manos me empezaban a sudar, lo que hizo que el collar empezara a adherirse a mí.

Maldije entre dientes mirando aquel asqueroso desastre.

Di un nervioso suspiro y me aclaré la garganta. Equilibré mi peso con mi otra pierna.

Miré mi reloj y solamente restaban dos minutos para verla. Asi que di un último vistazo al pequeño discurso que había escrito en el móvil.

Mi lectura fue interrumpida con una llamada entrante de un número desconocido.

Contesté.

El sol del medio día se colocó detrás de una inmensa nube gris y todo a mi alrededor tomó aquel color.

—¿Jhon? —preguntó una voz ronca y demasiado familiar.

—¿Papá?

—Es el móvil de un amigo. Escucha, acabo de recibir una llamada de la penitenciaría de St. Drewler. Catorce reos escaparon, entre estos, Bryan Lamberth.

Aquel nombre me herizó la piel.

—Cuida a la chica hijo, el imbecil asesinó a tres de los siete guardias.

Mis palabras no salían de mi boca, no podía proyectarlas.

—Johnny, no tengo mucho tiempo asi que cuidate y cuidala —Las palabras de mi padre justo en ese momento se tatuaron en mi mente.

—Colgué la llamada de una manera súbita.

Mi cuerpo ya sazonado con nerviosismo dio plaza igualmente al miedo y la tensión.

No lo pensé dos veces, mis piernas se dispararon en su búsqueda.

Marqué a emergencias.

—Novecientos once ¿cuál es su emergen...

—¡Necesito un par de patrullas en el Instituto William F. White! —Corté de manera nada educada las palabras de la mujer que contestó mi desesperada llamada.

—¿Cual es la razón? —preguntó emergencias.

—¡Mi novia corre peligro, uno de los prófugos de St. Drewler irá tras ella!.

—Porfavor, manténganse en la línea, me comunicaré con el departamento de policía.

—¡Solo mande dos putas unidades a mi Instituto! —indiqué en voz alta mientras zigzagueaba a los estudiantes que caminaban de manera tranquila por el campus.

Para mi mala suerte hoy las festividades del instituto empezaban, lo que significaba una enorme aglomeración de estudiantes ebrios en el parqueadero Noroeste.

—Señor, debe calmarse, designaré las unidades que pide pero necesito que permanezca en la linea —respondió la mujer con tono paciente.

Divisé el pequeño edificio en el cual Laura recibía Física.

Entré y busqué su salón.

Doscientos dos, doscientos tres, doscientos cuatro, ¡bingo!

Entré en la última puerta de manera estrepitosa y varios estudiantes clavaron la mirada en mí.

—¿Lo puedo ayudar? —preguntó aquella profesora mientras se retiraba sus prominentes anteojos.

—Laura, Laura Reeves, éste es su salón.

—¿Quién pregunta? —me devolvió.

—Soy John Kennedy, ¡necesito encontrarla!

—En ese caso puede pedir más información en secretaría si gusta.

—¡Solamente quiero que me diga si este es su salón!

Los estudiantes me escaneaban de pies a cabeza.

—¡Yo la conozco!, ¿qué ocurre con Laura? —Una delicada voz rebotó en aquel salón.

Una castaña chica se puso de pie.

—Hace una hora recibió una llamada, salió del salón y pues no la he visto desde entonces —me dijo.

—¿Quién era?, ¿Quién la llamó?, ¿Sábes si sigue aquí? —pregunté rapidamente esperando las respondiera, pero solo recibí un amargo "No lo se" como respuesta.

Pasé mis dedos por mi cabello, llevandolo hacia atrás.

Me dí vuelta y abandoné el salón sin siquiera cerrar la puerta, agradecer la ayuda de la chica o disculparme con la tan amable profesora.

Y esque necesitaba encontrarla.

¡Necesitaba hacerlo!

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Salí del edificio y pude ver a varias patrullas entrar y detenerse en el parqueadero repleto de estudiantes.

Me acerqué a los oficiales.

—Soy Kent, yo pedí que vinieran.

—Oficial Jerry Anders. ¿Estás bien hijo? Te ves algo pálido —indicó aquel hombre que llevaba ochenteras gafas reflectantes. Pude ver mi demacrado reflejo en éstas.

—No la encuentro —respondí con la voz quebradiza.

—Déjanos eso a nosotros, la encontraremos —manifestó aquel oficial mientras colocaba su mano sobre mi hombro.

Asentí.

Ahora podía respirar con algo más de tranquilidad. Auque todo mi interior giró ciento ochenta grados al divisar un rojo Porsche el cual estaba lejanamente aparcado al final del parqueadero.

Una figura masculina lo encendió

Me solté del oficial, tomé su arma y corrí hacia el Porsche.

—¡Laura! —grité con toda la fuerza que me quedaba.

El auto se puso en marcha y Bryan me vió a travez de la ventanilla mientras se dirigía a la salida.

Me regaló una enferma sonrisa.

Lo apunté con el arma y mientras retiraba el seguro divisé a Laura en el asiento de atrás con un trozo de cinta metalizada que le cubría la boca.

Varios estudiantes entraron en pánico al ver el arma supuestamente apuntando hacia ellos.

Laura me miró y alzó sus atadas muñecas sobre su cabeza.

Percibí su desesperación y miedo.

Una enorme impotencia me invadió.

Gruesas lágrimas brotaron de mis ojos, ahogando el vago recuerdo que quería conservar de Laura.

Quizá ese sería el último.

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LauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora