-Siempre volveré-

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~Doce días después~

Posterior al terrible accidente que tuvo lugar hace ya más de una semana, y que cobró la vida de Bryan F. Lamberth. Laura había pasado en cuidados intensivos los próximos seis días.

Su condición empeoró, había perdido la audición completamente y sus heridas no sanaban como deberían.

El collar de rollito, bueno, nunca se lo quitó.

Laura L. Reeves, murió mientras dormía tomando mi mano hoy al amanecer. Una embolia acabó con todo lo que alguna vez fue.

Tan única, tan perfecta a su manera.

Extrañaré sus besos, sus caricias, su risa, su piel cual chocolate blanco. Sus malditos labios. ¡La extrañaré tanto!.

Nunca podré olvidarla, nunca podré hacerlo.

Nadie olvida de la noche a la mañana algo como esto, algo como un corazón roto o como un amor imposible.

La amé tanto que llevaré tatuado su nombre. Quizá en mi corazón, quizá en mi piel, o quizá en el par de eternas ojeras que me acompañarán hasta la muerte.

"Quiero agradecer a todos por acompañar tanto a la señora Roxanna Reeves, madre de Laura. Como a mi persona, John Kennedy, en este día en el cual el sol no ha salido, en el cual las flores no han brotado y que solamente el cielo se dedicará a acompañarnos en éste llanto eterno."

Doblé aquel folio arrugado en el cual había escrito mi discurso, mientras me acercaba a los restos de Laura, minutos antes de que la dejaran en su pequeño lugarcito dentro de aquel gélido cementerio.

Mi oscuro smoking empezó a absorber los helados copitos que caían del cielo.

—¡Alto! —ordené para que no la bajaran todavía.

—Tranquila, siempre volveré —susurré cerca del frío ataúd— Te amo preciosa. Ahora vé, busca tu espacio en este cielo azabache. Juro que te buscaré todas las noches.

Regalé un fuerte beso a aquel ataúd para luego apoyar con ojos cerrados mi frente sobre él.

Mi semblante cambió desde entonces.

Laura se había llevado mucho de mí.

La visitaba cada dos días, siempre llevaba una rosa blanca que dejaba apoyada en su lápida.

Hice ésto mientras envejecía, lo hice durante casi ochenta años.

Mi corazón dejó de latir mientras un martes en la mañana, en la floristería local, compraba un par de rosas blancas para Laura.

Al final, solamente quedaba reencontrarme con aquel amor de mi vida.

El cual surgió sin anticiparlo, al ver varios carácteres ordenados proyectandose en la pantalla del móvil.

Los cuales me hicieron sonreír como idiota.

~ ◇ ~

LauraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora