Prólogo

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 Jadeos excitados y anhelantes. Los ecos casi animales que reflejan la pasión desenfrenada y el deseo alterado. Todo en la habitación es sudor, saliva y fluidos...

Un deleite para los sentidos que se embriagan de placer y lujuria. El paraíso cobra vida entre las piernas de esa mujer. 

El hombre disfruta la vista. Encima de él, ella guía el ritmo al que la penetra mientras  le clava sus afiladas uñas en el pecho. Perfecta en todo sentido, como si de alguna manera ese cuerpo hubiera sido creado con el único fin de ser disfrutado por él. Su piel es suave al tacto, como la más fina de las sedas. Cada centímetro de ella es deliciosamente sensible a sus caricias, apretones e incluso algunos leves golpes, que parecen excitarla aún más. Su cabello es tan negro como la noche, suave como hilos del más fino material, y del largo perfecto. Ella disfruta cuando al tomarla por detrás, él lo jala para obligarla a levantar la mirada, como si de su esclava se tratara. Quizás así es.

Lo excita hasta la locura, la soltura de esa hembra que sin importar los tiempos que corren se deja hacer y hace. - El placer nos salvará...- Esa fue su frase de presentación cuando él se quejaba de lo asquerosa que era la vida. Unos minutos después estaba follando como un loco a esa mujer en el callejón al lado de la taberna de mala muerte que frecuentaba por esos días. Penetrandola fuerte desde atras, ella solo gemia y le pedia mas. Lo absorbía por completo sin dar tiempo a dudar y así empezó su agonía. La más dulce de todas.

Su cuerpo es una delicia, cada suave curva. Sus pechos, exquisitos para morder, chupar, presionar o simplemente contemplarlos. Sus caderas se mueven de manera hipnótica asimilando con gran placer sus embestidas cada vez más rápidas. La aprieta contra él, debe descargarse en la deliciosa mujer y lo hace, como nunca, como siempre, por última vez.

Un súcubo es un demonio de forma femenina que seduce a los hombres . Mikasa, súcubo de primer nivel, se alimenta de la energía vital que emanan los cuerpos de los hombres durante el acto sexual como cualquier otra de sus congéneres, con la enorme diferencia que ella ya no tiene la necesidad de acostarse físicamente con sus presas. A través del tiempo, su poder ha crecido y mutado, dominando cada vez mejor las debilidades de los incautos de los que elige alimentarse. Tan sofisticado se ha vuelto su método de caza, que ha llegado al grado de solo mirar a los ojos del desdichado, ventanas del alma había escuchado alguna vez a lo largo de su existencia, para hacerlo sucumbir ante sus encantos, y sin miramientos poder manipular su cuerpo a voluntad, creando la fantasía perfecta para cada una de sus víctimas. Solo debe mostrarles lo que desean ver, sin necesidad siquiera de tocarlos.

Tal vez, solo para llevarlos a alguna habitación de una posada cualquiera, donde ella se alimentaria con la energía que se desprenda de sus cuerpos mientras disfrutan la fantasía diseñada para ellos. Así hasta que el desgraciado que elegía moría. Como era el caso del infeliz que yacía en la cama inmóvil, con una enorme sonrisa en el rostro.

Mikasa lo mira exasperada, ese tipo le había proveído alimento por más de un año y ahora estaba muerto. Debe empezar a buscar alguien de inmediato. Lo suficientemente fuerte y malvado, como él.

En los inicios de su vida demoníaca, después de ser forjada en el fuego del infierno hecha solo de lujuria, deseo y placer, ella se daba el lujo de buscar un nuevo incauto, cada noche. Odiaba repetir, además, después de desvirgar a un joven pastor en una de sus tantas escapadas, se había aficionado a los hombres vírgenes que hacían que su cuerpo se estremeciera de placer anticipado. Amaba a los hombres inexpertos, eran un manjar por demás suculento.

Hasta que el mejor y peor día de su vida se topó con él. Un alma diferente, pura y casta, sin mancha alguna. Que al igual que sus presas habituales no había conocido el amor carnal con nadie, pero en esa sutileza no radicaba la luz que emanaba. Un alma a la que no podía leer. No sabía cuáles eran sus motivaciones, ni su fuerza, ni sus miedos solo podía ver la intensa luz que irradiaba de ella. Un reto que la llevó a aferrarse a ese ser, a tratar de todas las maneras de descifrarlo. Craso error, pues conforme más conocía al hombre dueño del alma que la atormentaba al no poder conocer sus secretos, comenzó irremediablemente a enamorarse de él.

El infierno del amorDonde viven las historias. Descúbrelo ahora